Dice Jorge Luis Borges, en uno de sus cuentos (La casa de Asterión), que nada es comunicable por el arte de la escritura. De eso puede dar fe un ejercicio que se está llevando a cabo en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica, en el curso Arquitectura y Cognición. La tarea consiste en que cada estudiante describa (no diseñe) una capilla de meditación a construir en las cercanías de la Escuela.
La descripción es escrita, no oral, y debe incluir todos los datos necesarios para que el lector del texto pueda imaginar la obra diseñada. Cada estudiante se enfrenta al hecho de crear representaciones mentales sobre lo que deberá ser el espacio de meditación y describirá (escribirá) los elementos que componen su diseño: lo espacial, lo material, lo cromático, lo inesperado, lo místico, lo emocional.
Lo que imagina como diseño deberá ser puesto en el papel, pero no a la manera de dibujo, sino como descripción literaria. La intención del ejercicio es poner a “pensar” al estudiante sobre aquello que después irá a diseñar.
Reflexión y análisis. En nuestro diario quehacer solemos reaccionar ante los estímulos de manera automática, intuitiva o inconsciente sin saber reconocer, luego, porqué hicimos lo que hicimos. Este ejercico induce a que los estudiantes de Arquitectura se acostumbren, al realizar su tarea, a darse cuenta del contenido de sus procesos mentales antes de graficar sus proyectos.
La primera parte del ejercicio consiste en que los estudiantes aprendan a reconocer el porqué de sus propios pensamientos. Una segunda etapa deberá llevarlos a conocer, o interpretar, los pensamientos de sus clientes, y aquí reaparece Jorge Luis Borges cuando nos anticipa, con escepticismo, que nada es comunicable por el arte de la escritura.
Una vez que los estudiantes han descrito su diseño, deberán intercambiar, al azar, sus textos y, ahora sí, enfrentarán la tarea de diseñar la capilla, que será la del desconocido compañero, que acaba de convertirse en su cliente.
Serán varias las incertidumbres que los acosarán en la tarea de diseñar, ya que la comunicación, como decía Borges, resultará incompleta. El cliente describió sus ideas que el diseñador deberá interpretar para plasmarlas en formas y atmósferas, pero ¿tiene este la capacidad mental para descubrir, en el texto recibido, sus gustos y sus deseos? ¿Fue la “comunicación por el arte de la escritura” suficientemente explícita como para comprender el mensaje del cliente? Si el diseñador ya había tomado partido por sus ideas, ¿será capaz de renunciar a ellas para aceptar las indicaciones ajenas? ¿Se inclinará el diseñador por hacer lo que a él le parece mejor para el proyecto, desoyendo al cliente?
Estas disyuntivas deberán ser resueltas en el campo de la ética y de la estética, mientras se trabaja con una información confusa e incierta, lo que no restará méritos al casi milagroso resultado final.
La tercera parte del ejercicio consistirá en exponer los trabajos del diseño de la capilla por parte de los estudiantes (33) para que, entre ellos, ellos traten de “descubrir” cuál es el que corresponde a su texto descriptivo y ver si el diseñador tuvo respeto, o comprensión, por sus indicaciones.
No hemos llegado, todavía, a esa etapa del ejercicio, pero podría ocurrir lo del teléfono chocho, donde lo que el cliente pensó, y luego describió y comunicó, acabó siendo procesado y expresado por otra mente distinta, de una manera totalmente diferente a lo que se pretendía.
Quien piensa algo y transmite mal su idea corre peligro de que, quien la reciba, la tergiverse para hacerla, según su criterio, más viable. En eso reside lo azaroso e incierto de nuestra comunicación.