La historia no se inventa ni se impone, solamente existe. La historia es lo que fue, no la que puede ser; la que se investiga y narra y nunca una ocurrencia que una persona extrae de la nada, que es, precisamente, lo que ha hecho mi apreciado amigo Johnny. Así, sin apellido, nombre que se ha ganado de tanto hacer, proponer y promocionar. Es Johnny, el señor alcalde de San José.
Quizá, algún día, tendremos el barrio Johnny. Igual que don José Luján que fue buen gobernador de esta provincia y, en su nombre, un barrio lleva su nombre: barrio Luján. Y digo esto, a pesar de que, como eventual candidato a la presidencia de la República, Johnny nunca me gustó. Tal vez demasiado joven, tal vez demasiado pachanguero, tal vez demasiado no sé qué. Y es que en política, existe el no sé qué, tanto de afecto como de rechazo, como lo es en el amor. De pronto te enamoras por un no sé qué de atracción.
Pues bien, el no sé qué de rechazo se me dio con Johnny. Pero de un tiempo para acá, como que me comienza a gustar, y pienso que es por lo que hace, por los bulevares, por las calle pavimentadas, por su intención de recuperar el centro de San José, tan abandonado por sus antiguos ocupantes y tan ocupado por sus nuevos depredadores. Y es que de las ciudades abandonadas su tragedia no es tanto su robo y destrucción material, como la sustracción de su propio espíritu. Que es lo que le sucedió a San José, que le robaron el alma y que, al parecer, quiere recuperar Johnny. Por eso me ha comenzado a simpatizar y lo miro ahora con un no sé qué de positivo y esperanzador. Mi amigo Johnny, el alcalde de San José y candidato, alguna vez, al honor de tener un barrio Johnny. Tal vez no estaría mal.
Una tontería. Pero ahora se le ha ocurrido una tontería, quiere inventar la historia y se ha sacado de la manga – a veces demasiado ancha– el barrio chino. Y es que en esto de los barrios, de las calles y de las plazas, o tienen historia o no son nada. O sea, o son o no son. Y Johnny quiere que sea lo que no es. Un barrio, una calle, se ganan su nombre por lo que son, por lo que han sido, generalmente por siglos. Como el barrio de las Juderías, en Córdoba, Toledo o Barcelona, que fueron construidos por judíos que llegaron a esos lugares perseguidos por torpes fanatismos. O por oficios, como las calles de los herreros, de los talabarteros y de los plateros, y así adquirieron su propia identidad, hasta llegar, siglos después, como en Estados Unidos, que importó chinos, esclavizándolos, para construir ferrocarriles, explotar minas y construir carreteras. Luego estos orientales se fueron emancipando, ocuparon lugares céntricos de las ciudades, en los Ángeles, en San Francisco, y se dedicaron a labores marginales en lavanderías, en el aseo de restaurantes y hoteles, hasta que lograron estabilizarse independientemente en sus propios negocios. Ocuparon una calle, varias calles y dieron título de propiedad a un barrio. Entonces sí existieron los barrios chinos. Chinos construyendo barrios chinos.
Pero lo que Johnny quiere hacer es lo contrario: un barrio chino, pero sin chinos, lo que podría ser una locura si no fuera una tontería.
Pero además, quiere atropellar la historia. No se trata de un barrio, porque no lo es, sino de una calle, que sí lo es. Y esa calle, precisamente se llama paseo de los Estudiantes, nombre ganado por los estudiantes mediante luchas patrióticas contra dictaduras y malos procederes de gobernantes, así como en el diario transitar de miles de jóvenes, durante más de cien años, cargados de ilusiones, proyectos y amoríos que comenzaron y terminaron –pero siempre recordados– a lo largo de ese paseo.
Dar marcha atrás. Johnny debe dar marcha atrás y decirles a sus cuatro amigos orientales que no puede autorizar la existencia de un barrio que no existe, y menos atropellando el lindo nombre histórico del paseo de los Estudiantes. Y decirles, además, que si quieren barrio, que lo construyan y que así, algún día, quizá siendo él todavía alcalde, a la vejez, les pueda dar la bendición. Pero antes, no.
Johnny, amigo en la política y que ahora he comenzado a admirar por ese no sé qué de atracción por lo que hace y porque desea recuperar el espíritu de la ciudad de San José, debe convocar a sus cuatro amigos para notificarles que lo siente mucho, que se equivocó, y que lo propuesto no puede ser. No habrá barrio chino mientras ellos no lo construyan. Efectivamente no se puede construir un barrio chino en donde no vive un solo chino.
Y luego, más tarde, puede marchar para el Liceo de Costa Rica, abrazar a los estudiantes y decirles: el paseo de los Estudiantes seguirá siendo de ustedes, compañeros en la lucha por una patria cada día mejor.
Entonces un hombre independiente como yo, podría manifestar: ¡Qué buen alcalde, este Johnny!