Si la distancia se midiera en metros, solo hay ocho kilómetros entre San Vicente y Shiroles. Sin embargo, Francella Zúñiga la medía a partir del esfuerzo que le tomaba bajar de la montaña, con tal de cargar la batería del celular.
“Eran tres horas caminando de ida y tres horas de vuelta”, dijo la joven. “Usábamos el celular poquito para no gastarlo, solo para emergencias”, agregó Marcela Obando, madre de Francella.
Ahora, gracias a un panel solar ubicado en el techo de su casa, la joven camina unos cuantos metros en dirección a su cuarto para conectar el celular y cargarlo.
Al igual que ellas, otros 545 hogares de indígenas bribris y cabécar ya cuentan con paneles solares que les permiten iluminar dos habitaciones y cargar celulares, escuchar música en un radio o ver futbol en un televisor pequeño.
La instalación de sistemas de energía solar es una iniciativa de la Asociación para la Ciencia y la Educación Moral (ACEM), la cual cuenta con el apoyo de organizaciones como Light Up The World y Fundecooperación.
Desde hace dos años, ACEM se ha dedicado a reemplazar candelas de parafina, linternas de batería y lámparas de canfín por sistemas de iluminación LED. Gracias a este proceso, las comunidades indígenas han logrado reducir un equivalente a 19 toneladas de dióxido de carbono (CO2) al año.
En total son 25 comunidades las beneficiadas. Aparte de San Vicente, también están Alto Cachabri, Alto Arenal, barrio Escalante, Bajo Coen, Mojoncito, San Miguel, El Progreso, Sibodi y Yorkín, entre otras.
“Aquellas casitas que se ven al filo de la montaña, esas también tienen sistema solar. Si no fuera así, la electricidad sería un sueño”, comentó Isoline Selles mientras señalaba al horizonte.
Ella y otros cuatro muchachos se encargan de instalar los sistemas solares, enseñarle a la gente a usarlos y darles mantenimiento.
La persona interesada nada más la contacta y firma un contrato donde se compromete a pagar mensualmente el equivalente a lo que antes gastaba en candelas o canfín. Al cumplirse el año, el panel solar ya les pertenece.
El dinero recaudado va a un fondo que financia la compra de más sistemas solares para beneficiar a más familias en Talamanca.
Noches de estudio. “Antes no teníamos luz del todo”, dijo José Zúñiga. Ahora, su día no se acaba con el sol. “Prendemos la luz desde las 6 hasta las 10. El sistema no nos ha fallado”, aseguró.
El proyecto instala paneles solares de 12 vatios, que vienen con una batería de 12 voltios y 12 amperios, así como dos luces LED de 1,8 vatios cada una. “Se usan LED porque son las que mejor aprovechan la energía. Son más eficientes porque consumen menos y generan más luz”, comentó Andrea Matarrita, de Fundecooperación.
Según Selles, bastan tres horas de sol para cargar completamente la batería del panel.
En la casa de Zúñiga, una luz LED es capaz de iluminar una habitación de ocho metros cuadrados. “Los muchachos ahora estudian en las noches”, dijo Zúñiga.
“A partir de las 6, ya está oscuro. Ahora que se tienen una luz LED pueden pasar más tiempo en familia. En muchos casos, se aprovecha para hacer tareas y estudiar. Algunas mamás trabajan en el día y en la noche estudian”, dijo Matarrita.
Asimismo, se evita el humo de la combustión de leña o canfín que puede perjudicar la salud de las personas y se disminuye el riesgo de incendio.
La próxima etapa del proyecto consiste en instalar paneles solares en cinco escuelas de Bajo Coen, Alto Arenal, barrio Escalante y Mojoncito.
Según Selles, la idea es poner paneles en iglesias donde se puedan dar clases a adultos.
Mientras eso pasa, ella sigue recorriendo la montaña con tal de brindar oportunidades a los suyos: una luz a la vez.