La previsión de que dentro de 15 años la población de Centroamérica habrá aumentado en 11 millones de personas y más de la mitad de los centroamericanos serán guatemaltecos no justifica una pesadilla maltusiana. Sin embargo, hay más gatos en el tejado: le debemos a Zygmunt Bauman la observación de que en el planeta ya hay más de 12 millones de seres humanos designados con el eufemismo de “desplazados” y se calcula que en 2050 serán, aunque parezca exagerado, unos mil millones. Eso sí, no sabemos cómo se les llamará entonces dado que la mayoría de ellos vivirán, no pobremente insertos en sociedades que les serán extrañas, si no hostiles, sino miserablemente encerrados en “campos de desplazados”, tierras de nadie separadas del resto del mundo y cuyas fronteras permitirán la entrada en el infierno pero estarán cerradas para quienes quieran salir de él.
Los “campos” estarán principalmente dentro de los mismos países o regiones de origen de quienes los ocuparán, y contarán, como ya comienzan a contar los cinturones de miseria de muchas grandes ciudades, como “botaderos” de personas sin importancia económica para la sociedad consumista, que formarán parte de algo así como una nueva especie -el homo despicábilis, decimos nosotros- y serán tan desechables como todos los excedentes materiales de la sociedad del desperdicio. Si se desechan los productos invendibles ¿por qué no desechar los seres humanos inutilizables? Los modelos iniciales abun- dan en África y Asia, ya se perfilan para los gitanos en Europa y, en el cercano Oriente y el Caribe, Gaza y Puerto Príncipe son, ahora mismo, enormes prisiones a cielo abierto.
La clave de todo es que desde hace mucho tiempo ningún país tiene a mano, como sí los tuvieron las sociedades europeas en la época de la expansión colonial, territorios en África, América y Oceanía disponibles para instalar ahí sus botaderos de carne humana disfrazada de colonos, funcionarios, soldados, misioneros y presidiarios. Gracias a que en EE UU y Canadá aún quedaba un vertedero disponible, a Inglaterra le resultó fácil deshacerse de un tardío ”excedente humano” creado en Irlanda por las hambrunas. Y ¿habrá que mencionar las colonias penitenciarias que en su momento dieron cuerpo demográfico blanco a Australia? Ya no hay un “adónde ir” para Europa ni para el resto del mundo, y por eso es vano sugerir que los desocupados de España emigrarán en masa a nuestro continente. Si en la Hispanoamérica del futuro llegaran a proliferar los encierros para desplazados, no se llenarán precisamente con europeos casi analfabetos al estilo de Francisco Pizarro.