Es la 1 a. m. del 30 de marzo de 1941. Un tren expreso está saliendo de San José rumbo a Puntarenas con autoridades del Gobierno y varios policías armados. Quieren tomar dos barcos que hace tiempo están en el puerto, uno alemán y otro italiano. Ni siquiera lo imaginan pero cuando lleguen verán que ambos están ardiendo y comienzan a ser tragados por el mar.
En nuestros días, ya pocas son las personas que recuerdan la vista al mar, desde el paseo de los Turistas, cuando no existía esa alargada masa café en que se convirtió, poco a poco, el Fella, uno de los dos buques que se hundieron aquel día.
Pocos son también quienes lo relacionan con la participación de Costa Rica en la II Guerra Mundial, a su escala y con sus condiciones.
Mientras en la Asamblea Legislativa se presenta un proyecto para declararlo patrimonio, el Tribunal Ambiental ordenó que el navío se deje de sacar del mar a pedazos, como estuvo ocurriendo a principios de este mes.
Hace más de 70 años. No existe claridad sobre qué podría suceder con los restos de esta nave, justo como nunca hubo claridad de lo que pasó aquellas horas previas al sabotaje.
La versión más creíble indica que una fuga de información alertó a los tripulantes, quienes, comprometidos con su patria, no se preguntaron dos veces cómo debían proceder.
Aunque ese día se verían como gemelos humeando a lo lejos, estos barcos habían llegado a Puntarenas por separado y eran distintos.
El alemánEisenach llegó el 1°. de setiembre de 1939, al mando del capitán Gerhard Loers Struck.
El navío, fabricado en Bremen y de una capacidad de 4.177 toneladas, cubría normalmente la ruta entre India y América del Sur.
En este viaje transportaba cemento y maquinaria pero no pudo continuar su travesía pues, al declararse la guerra, Alemania pidió a todos sus barcos ir a un puerto neutral si se estaba en alta mar o solicitar autorización al país donde se encontraban en espera de una decisión de la compañía naviera.
Cuando Italia ingresó a la guerra, sus barcos tuvieron que hacer lo mismo, en cuenta el Fella, con capacidad de 6.072 toneladas y que hacía una ruta entre Italia y el Pacífico estadounidense.
A manos del capitán Gabriel Locatelli Gabrielli, el Fella había llegado el 5 de junio de 1940 con pasajeros, mercadería varia y bloques de mármol (que sería parte de lo que se le quiere extraer ahora).
Según narra Guillermo Villegas Hoffmeister en La guerra de Figueres: Crónica de ocho años, el presidente León Cortés Castro autorizó que ambos buques permanecieran en el país.
Esto se hizo no sin antes retirar todos los equipos de radio para “evitar la posible comunicación con algunas células pro nazis existentes en el país y que, según sabía, trataban de comunicarse por medio de señales luminosas o por la radio, desde la desembocadura del río Barranca”, añade el antropólogo Roberto Le Franc.
Solicitud inglesa. Con el pasar de las semanas, la incomodidad creció e Inglaterra pidió que se desarmara a los buques, aunque desarmados parecían haber estado siempre.
Luego, según Villegas Hoffmeister, esa nación amenazó con bloquear Puntarenas si el Gobierno costarricense no tomaba acciones más drásticas.
Al mismo tiempo, los cerca de cien tripulantes de los barcos ya estaban causando algunos problemas porque, tras meses ahí, ya no tenían de qué vivir. Las colonias italianas y alemanas, de gran influencia en el país, pedían dejarlos tranquilos, mientras Inglaterra le decía al nuevo gobierno de Rafael Ángel Calderón Guardia que tenía que tomar los barcos.
Tras decantarse por la posición inglesa, Calderón pidió ayuda a Estados Unidos y hubo un compromiso de asistir solo si era necesario.
Por eso, el 30 de marzo de 1941 salió aquel tren de madrugada y, por eso, las tripulaciones tomaron los navíos, quemaron lo que pudieron, abrieron vías para que entrara el agua y cantaron himnos nazis y fascistas antes de salir a la playa puntarenense, nadando o en botes.
A las autoridades ticas no les quedó más que trasladar a los 42 alemanes y 49 italianos a la Penitenciaría Central, en San José.
Durante el posterior juicio, los capitanes de ambos barcos asumieron la responsabilidad por todo lo sucedido. El expediente se archivó en junio, tomando en cuenta un decreto de amnistía de la época.
El Eisenach fue rescatado y volvió a servir pocos meses después. Con el Fella se intentó lo mismo pero no hubo éxito y lo que queda de él sigue con nosotros, al menos por ahora.