El 1.º de mayo y los días posteriores han mostrado el fariseismo de la fracción liberacionista y su incapacidad para el manejo político. Convertido el oficialismo en una especie de “Los Melaza”, que se odian, pero siguen juntos fingiendo ser un matrimonio modelo, la ciudadanía ha terminado riéndose de las falacias con que han tratado de encubrir su ineptitud.
Sin embargo, detrás de todo ese sainete legislativo, hay un enemigo silencioso que avanza día a día y siembra las bases para la sustitución del régimen democrático, tal y como lo conocemos, por uno más autoritario y represivo, invocando intereses superiores. Su implantación se da en todas partes, pero, como se hace en silencio, la opinión pública y la propia prensa no ven lo que ocurre.
Nunca ha estado más debilitada la división de poderes que hoy. La intervención del Poder Ejecutivo en los asuntos internos del Legislativo ha hecho de la fracción oficial un chocho sello de hule para las pretensiones presidenciales.
Cuando la diputada Viviana Martín le dice a la Presidenta, en una carta que dio a la publicidad ( La Nación , 12 de mayo anterior), lo siguiente: “Le agradezco su confianza irrestricta por haberme postulado, en estas dos ocasiones...”, es una confesión que releva de toda prueba; como si no bastara la falta de decoro del diputado Villanueva, cuando anunció ser él el nuevo jefe de fracción, justo a la sombra del ministro de la Presidencia, que se sentaba a su derecha.
Por algo la fracción vive en crisis y por algo doña Laura, encaprichada, se ausentó de la recepción en su honor, sin saludar ni despedirse de nadie. Y así podríamos seguir.
En segundo término, está la seguridad pública. Ahora resulta que hay cuerpos especializados represivos, directamente ligados a entidades que no tienen nada que ver con el Ministerio de Seguridad. Hay una fuerza armada bajo las órdenes de la Presidencia y de la DIS. Hay otra bajo las órdenes del Ministerio de Justicia. Desde luego, el Ministerio de Seguridad tiene otras y el OIJ tiene la suya, como sí corresponde. En el caso de la DIS, eso es harto peligroso: sin moro y sin señor, sin controles ni rendición de cuentas y sin que sepamos ni cuántos son, ni qué armas tienen. Es un explosivo coctel de militarización y desorden institucional.
Además, está la cesión del país al mejor postor y la promoción, no de la explotación racional, conjunta y planificada de las riquezas nacionales, sino su entrega a transnacionales voraces, que del negocio se dejan la parte del león... y algo más.
No sería de extrañar que un día tengamos que decir, como aquel campesino al que se le hundió la casa por los túneles que iban por debajo: “buen trabajo has hecho, topo bandido”.