Yegua sin potrero. Olorosa a mango y a caña nueva. Equilibrista de la existencia. Náufraga en un mar de tequila. Su voz era un látigo que cantaba a la luna, mientras se la bebía en las copas de los árboles.
Vivió mil y una muertes hasta que La Catrina se la llevó, como en el sueño de una tarde dominical, a un mundo raro donde nadie quiere saber de su pasado, ni es preciso decir una mentira.
Cuando la parieron no gritó' cantó. María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano nació el 17 de abril de 1919 en San Joaquín de Flores; en la adolescencia huyó hacia México, donde murió y resucitó como Chavela Vargas.
Ahí, atrapada por un demonio embotellado, atravesó el bulevar de los sueños rotos en un vía crucis de cantinas que duró 15 años. Olvidada por todos, salió del infierno envuelta en un jorongo rojo para cobijarse, ir a la guerra y amortajarse.
Rebelde y contestaria, la hija de doña Herminia y don Francisco era considerada desde pequeña “una rareza”, porque en lugar de jugar con muñecas despanzurraba serpientes con un revólver, montaba a pelo los caballos, rasgaba la guitarra y cantaba con tonos graves y bajos.
En el libro Solares , citado en un artículo del periódico El País , Alcibes Vargas recordó a Chavela: “Su especialidad eran las noches de luna llena. Se echaba la guitarra al hombro y se iba a los trapiches con un grupo de chavales. Nos encaramábamos al carro y la seguíamos todos. Ella siempre con pantalones y bonita, muy bonita. Es verdad que se escandalizaban todos”.
De niña pasó las de Judas. “Tuve una infancia malísima'me dio la polio, que me tuvo sentada en una silla, con unos fierros que me hizo un herrero. Al rato me quedé ciega por una infección en los ojos, y luego un herpes. De todo me curaron los chamanes”.
La leyenda negra dice que a los 17 años vendió una gallina y un par de chompipes para irse de Costa Rica a México –en 1936 – en un avión de hélice. “A mis abuelos no los conocí y a mis padres más de lo que hubiese querido. Tuve cuatro hermanos y mis padres no me querían” relató en su autobiografía Y si quieres saber de mi pasado.
En el Distrito Federal mexicano vagabundeó y trabajó como criada, “polaqueó”, cantó en las calles y se abrió trillo en los salones de la época: El Otro Refugio, El Blanquita, El Patio, La Taberna del Greco y El Alacrán, donde debutó con la bailarina exótica La Tongolele. Ahí la conocían como “La Vargas” y afinó su estilo que, al decir del escritor Carlos Monsiváis extraía de las canciones fervores y rencores. Por esos días “vivía con 100 pesos al mes, no me averguenzo de nada.” declaró en una entrevista al periódico español El País .
Su biógrafa y amiga, María Cortina, escribió Las verdades de Chavela , un testimonio sobre “los amigos, los amores, el alcohol, las turbulencias del corazón, la lucha incansable por ser ella misma, los premios y los homenajes” de aquella mujer emocionante y excepcional.
Allá por los años 50 cantó en Acapulco, en el Champagne Room de La Perla; ahí conoció a muchas estrellas de Hollywood, en cuenta Elizabeth Taylor, Rock Hudson, Grace Kelly y Ava Gardner.
Ya tenía cierta fama y unos 30 discos grabados con temas considerados clásicos: La Llorona , Somos , Luz de Luna . De gira por La Habana trabó amistad con el bardo Alfonso Carmín y tomó prestado su poema Macorina, que grabó en 1961 y fue su himno de batalla
Entre canciones y parrandas conoció al muralista Diego Rivera y a Frida Kahlo, a quien describió en sus memorias como “mi amiga, mi amada, mi buena Frida' amaba a la mujer, no a la artista.”
En la singladura de su carrera partió migas con gente de todos los pelajes: Juan Rulfo, Pablo Neruda, Carlos Fuentes, Pablo Picasso, José Alfredo Jiménez, Agustín Lara y en los últimos años Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina, que le dedicó su pieza Por el bulevar de los sueños rotos.
Paloma negra
Siempre le parecieron más interesantes las mujeres con pasado y los hombres con futuro. Muy joven México la adoptó y transitó el camino de los malditos.
Con el dinero de los primeros contratos se compró un convertible negro, para pasearse por la avenida Reforma –en el Distrito Federal– y recibir baños de insultos: “Me gritaban cosas espantosas: ¡puta, hija de la chingada, maricona! Me moría de la risa. Los saludaba con un gran gesto ¡salud!”, reveló al diario La Jornada .
En ese ambiente machista –como Jalisco – cuando no ganó, arrebató. Vestía a su antojo: pantalones y poncho, para cantar a capella –con voz áspera pero tierna – boleros y rancheras, sobre todo a las mujeres.
El cine fue otro pasillo para sus correrías, ya fuera como cantante o actriz en pequeños papeles, uno de ellos de india en Grito de Piedra – en 1991– del director Werner Herzog. Hizo de “La Pelona” en Frida , la cinta que Julie Taymor dirigió en el 2002, donde cantó La llorona y Paloma Negra . En el 2006 interpretó Tu me acostumbraste en Babel , aclamado filme de Alejandro González Iñarritu.
Aunque declaró que “México le dio todo, menos dinero” y renegó de su patria nativa, Chavela Vargas labró su fama con mucho esfuerzo; medró en pequeños centros nocturnos, hasta que pudo saltar a la televisión y a los teatros públicos.
Antes de iniciar –en 1971– una severa cura alcohólica, casi vació las despensas de tequila. Pasó 20 años en ese infierno, “consciente de lo malo que era” y –confesó al diario El Mundo – “Un día ya no bebí más.” Estaba tan orgullosa de haber salido sola que colgó en su perfil de Twiter: “Me tomé 45 mil litros de tequila y aún puedo donar mi hígado.”
Anclada en París, el cineasta Almodóvar le echó un vistazo, pero pasaron dos décadas más para juntarse en tres películas: Kika , de 1993, donde cantó Luz de luna ; en La flor de mi secreto , de 1995, hace una fugaz aparición y se escucha El último trago ; finalmente en Carne trémula , de 1997, cantó Somos . En España causó furor y fue musa de Miguel Bosé, Ana Belén y Sabina quien aseguró: “Quien supiera reir , como llora Chavela.”
La muerte enamorada
Chavela despuntó en el ambiente farandulero de los años 40 y 50 en México, un poco por sus desplantes y otro porque hizo yunta con otro titanes de la canción ranchera, para llorar con ellos sus mismos dolores.
Autoexiliada en ese país por más de 70 años, buscó en otras tierra vivir su condición de lesbiana sin “que lo echen en cara como si fuera la peste.”
Contradictoria con la tierra que la parió, afirmó en su autobiografía que Costa Rica “es un país que nunca me ha dado nada y, aún hoy, todo me lo niega.” En 1994, cuando ofreció dos conciertos en el Teatro Nacional, aún sangraba la herida y comentó a la prensa –años después–: “Yo recordaba mi Patria; eran ustedes los que no me reconocían”.
Su último baño de gloria lo tuvo durante la presentación del álbum La Luna Grande , con 18 poemas de Federico García Lorca. Cantó, filosofó, lanzó chascarrillos y, de no haber sido por que estaba en silla de ruedas, se habría lanzado entre un público frenético que celebró todas sus ocurrencias.
Con más 80 grabaciones a cuestas recibió diferentes homenajes; en el 2000 el gobierno español le otorgó la Gran Cruz de Isabel La Católica; siete años después la Academia Latina de Grabación la premió por su Excelencia Musical y este año el gobierno la nominó para el Premio Príncipe de Asturias, que se le concede a una persona cuya vida haya sido ejemplar.
Muy cerca de su ocaso, a los 93 años, quedaron casi todos sus amigos, el último en ganarle el paso fue el escritor Carlos Fuentes. Presentía la muerte, sin que la intimidara y la soñaba como una novia “bellísima, como un descanso”.
“Quiero morirme un martes, para no fregarle el fin de semana a nadie. Nada pasa en martes, son muy aburridos” anunció al periódico La Jornada, pero la muerte tiene su propio itinerario y cuando el grano está maduro, lo siega.
Los mariachis callaron y amaneció en los brazos de La Catrina, dejó en el olvido su cruz y la envolvieron las sombras en Cuernavaca, el domingo 5 de agosto. Se apagó su luz. Chavela Vargas se tapó con su rebozo, porque se moría de frío. 1