“Diez años son suficientes para esperar por cualquier hombre.” susurró la viuda. Sopló la vela que iluminaba la foto del marido y gimoteó, convencida de que esta vez su esposo no pudo abrir los candados y escapar del único lugar del que nadie ha vuelto: la muerte.
En vida nada lo atrapó. Cargó su cuerpo con cadenas, amarró sus manos y pies con candados y esposas; lo enfundaron en camisas de fuerza a prueba de locos; lo metieron en cajones, ataúdes y cabinas llenas de agua; lo lanzaron a ríos, canales y mares.
Uno se rasca la cabeza y piensa: ¿Cómo diantres lo hacía? Sir Arthur Conan Doyle pensaba que podía desmaterializarse; para otros no era un mortal común y, según algunos, fue el primer showman del siglo XX.
Para las multitudes que lo seguían, fue el más grande mago jamás conocido; un místico, un misterio viviente, el rey de los escapes. Con ustedes, señoras y señores, el ¡ Graaan Harry Houdini!
Su verdadera historia es más fascinante que la leyenda creada tras su muerte; muy distinta a la que vendió Tony Curtis en la película Houdini , un biopic de 1953 con Janet Leigh como Beatrice Rahner –Bess– la católica esposa del escapista.
Más que el rey del escapismo, Houdini fue el mago del marketing de principios del siglo pasado; vivía obsesionado por acaparar los titulares de la prensa. Tras su muerte, la noche de brujas de 1926, el archifamoso tabloide sensacionalista, New York Journal , tituló: VIUDA ESPERA MENSAJE DE HOUDINI .
En su afán por sobresalir, organizó exhibiciones públicas de sus proezas para generar expectativa ante sus miles de seguidores; produjo películas; desafió a las autoridades y retó, al final de sus días, a una recua de espiritistas y médiums .
Labró su leyenda entre 1899 y 1907 al conseguir apetitosos contratos y ser el favorito de los periódicos y el público. Conquistó Europa con sus espectaculares escapes, uno de ellos de las mazmorras de Scotland Yard, en Londres.
Houdini filmó sus multitudinarias exhibiciones callejeras donde se le veía arrastrado, empujado, maniatado y embutido en una camisa de fuerza apretada con cadenas y candados; con los pies en un cepo era elevado boca abajo más de 50 metros y ahí, frente a la multitud, con el corazón en un puño, agitaba su cuerpo, lo contraía en agónicos estertores y al final ocurría lo imposible: ¡Escapaba! ¡Escapaba! porque Houdini nunca moría, siempre resucitaba.
Este “inmortal” en realidad era hijo del rabino Mayer Samuel Weiz y de Cecilia Steiner Weiss, quien lo alumbró el 24 de marzo de 1874 en Budapest –Hungría–, de donde emigraron a Nueva York en 1878 y el pequeño Ehrick Weiss cambiaría su nombre por Harry Houdini, en honor al fundador de la magia moderna, Jean Eugène Robert-Houdin.
Se convirtió en mito porque “fue el hombre adecuado en el momento adecuado, lo encontramos a principios del siglo XX donde surgió la modernidad, la velocidad y el esplendor, el nacimiento de los rascacielos, los aviones y las películas”, comentó Kenneth Silverman, autor de Houdini: la carrera de Erich Weiss .
Príncipe del aire
La familia Houdini era numerosa, aparte de él, cinco hermanos más pasaban el día atrapados en la oscuridad de la pobreza. A los cuatro años, estuvo a punto de morir ahogado, pero se le escapó a la muerte y vivió riéndose de esa sombra tenebrosa.
Aunque recibió una educación apenas “por encimita”, llegó a ser un erudito en historia de la magia y acumuló una vasta colección de libros especializados, que legó a la Biblioteca del Congreso de Washington.
Sus biógrafos afirman que a los nueve años huyó de la casa paterna y se unió a una troupe circense donde aprendió el contorsionismo; a los 11 trabajó como aprendiz de cerrajero, repartió periódicos, lustró zapatos y realizó piruetas callejeras.
Una vez, su padre lo llevó a ver al Dr. Lynn, un mago peripatético que lo encandiló; desde ese día soñó con ser ilusionista y por eso dejó botado, a los 17 años, su primer empleo serio en una fábrica de corbatas.
A diferencia de sus rivales, Houdini era un innovador que “utilizó lo último del siglo XIX en tecnología médica y lo usó como entretenimiento de masas” relató el documental de History Channel: Los muertos hablan .
Harry poseía habilidad, determinación, fuerza, flexibilidad, control del cuerpo y una impresionante resistencia al dolor para salir indemne de toda suerte de artilugios de lona, piel y metal.
Después de visitar un manicomio en Canadá y ver las camisas de fuerza que sujetaban a los dementes y sus muecas desesperadas por liberarse, halló en el escapismo la veta que lo llevaría a la gloria.
En un santiamén pasó de cobrar $18 semanales a ganar $1.800 por espectáculo y ofrecer $25 a quien lo atara de manera que no pudiera salir. Nunca perdió un centavo. Por esos días desenmascaró a los espiritistas, una caterva de charlatanes y estafadores que aseguraban tener contacto con los espíritus del más allá.
Houdini era bajito, pelo oscuro y ondulado, ojos de color gris oscuro y voz aguda, pero su cuerpo era fuerte y atlético; hay una foto juvenil con muchas medallas sobre su pecho.
Pero'¿cómo escapaba? El creó todo un misterio y llegó a decir que se dislocaba los hombros, que era capaz de manipular los dedos de los pies como si fueran manos o que podía sostener dentro de la garganta llaves y pequeñas herramientas y vomitarlas a gusto. En realidad era un consumado profesional, nunca fumó ni bebió, investigó y aplicó a sus trucos los avances científicos y técnicos.
Sus actos más conocidos fueron salir de baúles, féretros, cajas fuertes y hasta de un tarro de leche lleno de agua. Entre los más aterradores, destacaba la celda de la tortura china. En este, Houdini estaba enfundado en una chaqueta de fuerza, aprisionado por cadenas y candados; para subir la tensión lo elevaban de los pies y lo metían dentro de una cabina de cristal llena de agua y, en un dos por tres, salía libre pero mojado.
En Metamorfosis , lo metían en un saco, este en un baúl, y encima, un ayudante. Un telón caía y, tres segundos después, aparecía Houdini sobre el cajón y dentro de este, su asistente. Según sus seguidores, dicho número lo hizo 10.000 veces.
Seguro en una de esas presentaciones –allá por 1894– le echó el ojo a Beatrice Rahner, una morenita delgada y guapa que le jalaba los fierros. Se enamoraron y consiguió prestados dos dólares para casarse. Nunca tuvieron hijos y vivieron juntos hasta la muerte del ilusionista, el 31 de octubre de 1926.
Martillo del espiritismo
Cecilia, la madre, ejercía una influencia enfermiza sobre su hijo, al punto que este solo deseaba complacerla. Quería destacar para ella y “llenarle el regazo de oro”, como lo hizo finalmente. Después de saltar del puente de Rochester, en Nueva York, y salir ileso a la superficie escribió en su diario: “¡Mamá me ha visto saltar!” Hasta que conoció a Bess, nadie más ocupó sus pensamientos.
La muerte de su mamá, en 1913, lo hundió en la desesperación y buscó una salida mediante el espiritismo, una secta ocultista liderada por embusteros y connotados intelectos europeos que aseguraban charlar con los muertos.
Uno de ellos era Conan Doyle, padre del sabueso literario Sherlock Holmes, que por medio de una médium se puso en contacto con el ánima de Cecilia. Solo hubo un problema: aquella “presencia” escribió un mensaje en inglés encabezado por una cruz, pero la mamá de Houdini era judía y hablaba –en vida– una mezcla rara de yidish , alemán y húngaro.
Harry montó en cólera y partió lanzas con el ingenuo escritor y se dedicó a desmontar esas engañifas; escribió muchos artículos en la revista Scientific American , ofreció recompensas a quienes aportaran evidencias de ese mundo sobrenatural y en su libro Un mago entre los espíritus , de 1924, reveló todos los montajes de esos mercachifles de la credulidad humana.
Pese a la ojeriza de los espiritistas, a sus maldiciones y a las amenazas de muerte, siguió en su cruzada contra los espectros.
En la biografía La vida secreta de Houdini , de William Kalush, el autor sostiene que un grupo llamado Los espiritualistas lo envenenó con arsénico.
Sobre ese asunto hay dos versiones. Unos aseguran que un grupo de estudiantes de la Universidad McGill en Canadá lo visitó para saber si era tan fuerte como presumía; uno de ellos, W.I. Witehead, le propinó un brutal “gancho” en el abdomen y le rompió el apéndice, cosa que el Dr. Robert Talbo negó, porque en 35 años de carrera con atletas nunca atendió un caso semejante.
La versión más aceptada es que Houdini ya estaba muy traqueteado por los escapes, se partió un tobillo días antes y, como tenía una resistencia inhumana, ignoró los fuertes dolores propios de una apendicitis, que degeneró en peritonitis y lo mandó al más allásin boleto de regreso.
Si alguien tenía la capacidad de salir de la tumba era Houdini, y Bess esperó diez años el mensaje convenido: “Rosibel cree”. Mientras el mago yace en su tumba, con la cabeza sobre las cartas de su madre, ¡la función debe continuar!