Simón Bolívar siempre ansió el poder, como documenta José Ignacio García Hamilton en Simón, vida de Bolívar. Fue el revolucionario que traicionó a Francisco de Miranda y lo entregó a los españoles; el demagogo que en público adulaba a los mestizos, indios y mulatos, pero en privado decía ser un “aristócrata de corazón”; el cruel militar que declaró la “guerra a muerte”, fusiló sin piedad a los prisioneros y se constituyó en dictador; cuyo sueño era ser coronado como una especie de emperador ambulante de una federación de países de toda Sudamérica.
Hasta el fracasado de Carlos Marx expresó muy bien quién era Bolívar: “proclamó un Código Boliviano (que era) un remedo del Código Napoleónico”, el cual proyectaba transplantar a una república sudamericana unificada, “cuyo dictador sería él mismo, dando así alcance a sus sueños de que la mitad del mundo llevara su nombre”. Es curioso que el promotor del “socialismo del siglo XXI”, Hugo Chávez, endiosa a Bolívar, y Marx, padre del socialismo, lo despreció.
Bolívar fue el megalómano que dijo: “Yo no serviré la presidencia sino en tanto que ejerzo... facultades ilimitadas..., Colombia no se gobierna sino con un poder absoluto... se necesita un ejército de ocupación para mantenerla en libertad...”. El que le escribió a Francisco de Paula Santander: “Solamente un hábil despotismo puede regir a la América”; y: “Usted no puede imaginar la necesidad que tienen en Lima de un hombre que los dirija en todo... Nadie sueña, nadie piensa, nadie imagina que puede existir el Perú sin mí”.
Luchó por la independencia, pero con el afán de hacer constituciones políticas a su medida. Como revela Enrique Krauze en Redentores, Carlyle señaló que, por lo menos en dos ocasiones, en diferentes lugares, Bolívar construyó una Constitución compuesta por un gobernante supremo vitalicio –él mismo– con libertad para nombrar a su sucesor. En 1828, con el pretexto de evitar “la anarquía”, se proclamó jefe supremo del Estado con el título de Libertador Presidente y se arrogó la facultad de dictar o derogar leyes.
Decretó la ley marcial y el reclutamiento forzoso de todos los hombres de entre 14 y 40 años bajo pena de fusilamiento. Vivía permanentemente en guerra y para ello creaba impuestos, realizaba exacciones, contraía empréstitos y no respetaba la propiedad.
¿Cuál fue el legado de Bolívar? Como dijo Juan Bautista Alberdi en El crimen de la guerra, ni en las ciencias físicas ni en las conquistas de la industria ni en rama alguna de los conocimientos humanos, el mundo conocía una gloria sudamericana, excepto la gloria militar; los únicos “grandes hombres” eran grandes guerreros. Por eso cada gobernante quería ser un Bolívar. Pero, como la independencia de España ya estaba conquistada, se emprendían guerras de “libertad interior”. Así, el atraso, la barbarie y la opresión eran consecuencia del elemento militar, que a su vez convertía la guerra civil en industria, en orden permanente y normal. O, como resume García Hamilton, Bolívar nos heredó un trágico populismo militar que todavía está muy presente en América Latina.
Esto explica la obsesión con Bolívar del militar y gobernante venezolano Hugo Chávez. Él también aspira a ser una suerte de emperador latinoamericano, que promueve el fracasado socialismo con la tutela de su otro ídolo, el tirano Fidel Castro. La ironía es que, como explica Inés Quintero en El Bolívar de Marx, la vertiente autoritaria de Bolívar fue también la inspiración ideológica de la derecha latinoamericana y del fascismo italiano y español: Mussolini y Franco se reconocieron expresamente en el cesarismo de Bolívar.
Como bien dice Álvaro Cordero Yannarella en su reciente artículo sobre Abraham Lincoln, es triste que los libros de texto escolares, controlados en todo el mundo por el Estado, mientan y hagan héroes de políticos como Bolívar, que solo desearon agrandar su poder e imponerle su voluntad a los pueblos.