Cuando las luces multicolores del salón La Pista se encienden y por los altavoces se escucha el inconfundible “Garrote, garrote, garrote”, el corazón de los bailarines de swing criollo se agita (o mejor dicho, se descontrola de la felicidad).
Inmediatamente después, los pies empiezan a moverse casi solos, los cuerpos se balancean de un lado para el otro y el ritmo se apodera de la persona que lo escucha.
¡Un momento! No crea que acá se describe una escena de años atrás, para nada. Esto se vive la tarde de todos los domingos en ese salón, ubicado en San Juan de Tibás. Sí, el swing criollo está más vivo que nunca.
Pero, ¿cómo hace para estar tan vigente? Sencillo: es muy querido tanto por los viejos como por los nuevos bailarines. Por ejemplo, enamorarse de este pegajoso baile no es difícil o, al menos, no lo fue para Fauricio Naranjo, de 24 años.
Desde que se levanta hasta que se acuesta, su cuerpo le pide a gritos swing . Y él lo complace, quizá no todos los días, pero sí la mayoría. “Por mí estaría siempre bailando swing . A mí me encanta, me relaja, me hace sentir bien”, dijo con una notoria emoción en su voz.
Él no es ningún novato en la materia porque desde que tiene 8 años de vida se dedica a aprender y aprender todo lo que pueda sobre el ritmo. Tanta es la fascinación que tiene que, para él, este baile es su primer (y casi único) amor.
“A mis papás les gustaba el ritmo y a mí también (...). Ellos me enseñaron lo mejor que pudieron enseñarme. Es como la mejor herencia que me dieron”.
Otra que es igual de fiebre desde pequeña es Marisol Alfaro. Recuerda que, a partir de los 4 años, se ponía bailar cada vez que pasaba con su familia frente de alguna cantina de San José de donde emanaba la característica música.
“Soy muy fanática; voy cerca de dos veces cada quincena a un lugar para bailar. Es que escuchar swing es algo que hace como que las venas me hiervan, lo que me pasa es rarísimo”, bromeó la mujer que ahora tiene 32 años.
Para quien no es nada raro que esto suceda es para Cecilia Méndez, quien se autodenomina la más fiestera del grupo de la vieja guardia de bailarines de swing criollo.
Ella tiene más de 30 años de asistir a salones y ya se acostumbró a sentir tal descarga de electricidad al escuchar la música.
De hecho, la sensación que siente en el estómago es tan rica que siempre que conoce un nuevo lugar lo va a conocer y acompañada. “Armo una pelota de gente para que nos vayamos a pegar la bailadilla”.
“Ay, mamita, yo creo que conozco todos los salones de baile del país (se ríe). Me gusta mucho ir, conocer nuevos lugares y deslumbrar con mis pasos y conocimientos. Esto es mi pasión”, recalcó Méndez, de 52 años, quien va entre una y dos veces por semana a algún salón.
El interés. ¿Así de apegados están con estos sabrosones brinquitos y vueltas? Sí. Es más, apenas Naranjo, Alfaro y muchos otros fiebres conocieron de la agrupación La Cuna del Swing, de Ligia Torijano, hicieron todo lo necesario para ingresar y afinar sus movimientos. ¡El swing tiene sus complicaciones y hay que saber lidiar con ellas!
“Ahí uno aprende mucho y se relaciona con gente de la vieja guardia y eso es más que maravilloso, porque ellos nos enseñan muchas cosas”, gritó de la emoción Alfaro, mientras se tocaba su cabello.
Cuando Eduardo Campanera Guzmán, quien tiene 45 años de experiencia en el baile, escuchó a Alfaro decir eso, frunció el ceño y respondió: “Todos aprendemos de todos. Nosotros damos los pasos, ustedes (muchachos) la energía, el entusiasmo”.
Una generación enriquece a la otra, toda una verdadera retroalimentación.
Para la máxima representante del género, la coreógrafa Ligia Torijano, “todos cogemos volados de todos”, pero, como es de esperarse, los jóvenes no se quieren quedar atrás y buscan maneras de innovar. Al parecer, encontraron la forma de aportar su grano al baile.
Algunos jóvenes decidieron agregarle al swing criollo algunos pasos de la salsa, el bolero o el merengue. Entonces, en una pista de baile, mientras suena la canción Monika Lewinsky , de La Sonora Dinamita, los muchachos pueden pegar unos cuantos brincos y, de la nada, hacer una estrambótica vuelta de la salsa.
A Torijano, esta mezcla la preocupa mucho porque pone en riesgo la identidad del baile.
“Lo único que me da miedo es llegar al punto de perder lo típico de nuestro swing porque los muchachos lo mezclan con la salsa. Pero, bueno, ellos innovan muchísimo y eso está muy bien; es su forma de bailarlo y los apoyamos, pero sí les pedimos cuidado”, afirmó.
El baile sigue y se transforma. Lo que importa es la pasión que le pongan y que, con el transcurrir de los años, mantengan vivo el legado de los ticos: ¡el swing criollo!