La Fundación TEOR/ética acaba de publicar un libro cuyo título encabeza estas líneas. El volumen da soporte material al número 22 (enero-junio del 2011) de la revista virtual Istmo , que se propuso como un homenaje a la memoria de Virginia Pérez-Ratton y un reconocimiento a su labor en pro del arte centroamericano contemporáneo. El trabajo conjunto de Alexandra Ortiz, Dominique Ratton y Víctor Hugo Acuña dio como resultado una edición de notable calidad estética acorde con el valioso material que reúne.
Fueron muy numerosas las manos que escribieron y editaron este libro. Asimismo, fueron abundantes y heterogéneos los tipos de escritura y los modos de saber que le dieron cuerpo: el ensayo erudito del filósofo alterna con el gesto evaluador del crítico, la evocación personal amistosa se codea con el archivo, el testimonio hace biografía, y no falta el escrito programático junto al trazo lírico y la iconografía espléndida.
No obstante, un nombre propio, Virginia Pérez-Ratton, hilvana semejante disparidad y lo hace multiplicando figuras: la amiga, la viajera, la contestataria, la anfitriona, la artista plástica, la colega obcecada, la gestora cultural, la fundadora' De entrada, es imposible no advertir la consonancia de este libro con el estilo de trabajo de Virginia. La interlocución fue para ella condición de escritura, y por esto no sorprende el volumen de textos que produjo en coautoría con amigos y colegas. Ella también escribía y trabajaba a varias manos.
Puesto que este es un volumen colectivo, sería improcedente actuar conforme con el protocolo común de la presentación de libros, a saber: reseña, discusión o cotejo de las tesis o argumentos, para culminar en una evaluación. En lugar de eso, dejaremos esbozada una vía de lectura con el fin de invitar a que cada uno realice la propia. Por lo demás, no estamos ante una obra cerrada, sino ante un dispositivo.
No son pocas las virtudes de este libro, y una de ellas es poner, al alcance del público, muestras significativas de la práctica artística legada por Virginia, así como sus reflexiones en este ámbito.
Fragmentos. Llamaron mi atención los títulos de las piezas: Serie de ventanas rotas (diversas piezas numeradas cuyo título común es Vitrio roto ); Fragmentos de muda; Juego de muda incompleto; Juego para trece más una memoria , que ella comenta en su escrito Loza para un número impar, como suele ser la vida. Lo fragmentario, incompleto o impar prevalecen en los títulos que Virginia daba a sus piezas. Aun más, esos mismos títulos parecen aludir a los principios conceptuales de su práctica como artista:
“En términos generales, todo mi trabajo está unido por elementos de memoria, ruptura y fractura, recomposición y reordenamiento vital a partir del fragmento” (p. 397).
No es esa una opción que carezca de consecuencias. En efecto, el fragmento ironiza la narratividad pues rompe la secuencia. Por otra parte, el fragmento abre series, pero no tiene que cerrarse en ciclo. A su vez, la serie puede acabarse, pero no exige que sea concluyente.
Igualmente, el recurso al fragmento elude la captura de lo imaginario pues el fragmento es pedazo de algo; es decir, es parte para la cual no hay un todo. Lo fragmentario constituye la antinomia de la esfera y el ideal de perfección que lo redondo y lo relleno movilizan en ciertas mentalidades estéticas.
Enigma. El fragmento es dispersivo, implica vacíos y cortes, no invita a la esfera sino a la red. El principio de fragmentación supone que, en el acto creativo, el artista captura algo de nada perdiendo siempre algo de sí.
Un fragmento abre al acertijo, al enigma y al riesgo. Es razón de los sueños y el deseo, motor de una marcha sin garantía por los estrechos dudosos. Lo incompleto y fragmentario está asociado al deseo pues la completitud resulta letal al deseo. Desde 1900, Freud mediante, el fragmento es la operación primordial de lectura de los sueños en tanto cumplimientos de deseo.
Ahora bien, justamente ese es el término que preside la apertura del texto programático de Virginia que inicia el volumen. Notemos de paso que es por la vía de un deseo que ella se da unos precursores e inscribe su trabajo en metáforas de exploración y conquista: “La región centroamericana, esa franja de tierra que algunos llaman cintura y que otros consideran dudosa, ha sido desde siempre objeto de deseo, tanto de los individuos que se han acercado a sus hermosas y traidoras costas, como de los grandes poderes de cada época” (p. 39).
En proceso. Tal vez nos hemos acostumbrado a pensar en la travesía de Virginia con la luz de cierta cronología lineal. Primero estudió letras francesas, luego se dedicó al arte, y un buen día dejó su taller pues se apasionó con la curaduría y la gestión cultural. Acaso no habría que desoír lo que dice, ya cercano el final de su vida, en el discurso mediante el cual acepta el Premio Magón: “A pesar de la diversidad de cosas que he hecho en mi vida, de mi poca ortodoxia, y de las diferentes maneras de estar viva y activa en una comunidad específica, en el fondo siento que lo que me define es mi ser artista” (p. 92).
Si Virginia se define ante todo como artista, es válido pensar toda su travesía como un sostenido acto creativo. Más allá de su taller, en la gestión cultural, en la curaduría, en la escritura, su trabajo se apegó a los mismos principios con que pensaba la práctica artística.
Esos principios hacen, del estrecho dudoso, la metáfora de su trayectoria y de su ingente labor: construir una región que no había a partir de los fragmentos dispersos del arte centroamericano:
“El estrecho dudoso no es un capítulo cerrado, sino un proceso; es un espacio y un momento que se expande o se comprime. Palpita continuamente a un ritmo propio. Es una pauta encontrada a partir de la acción misma y de sus consecuencias, sean cuales fueren” (p. 45).
Esos principios parecen animar las tintas generosas de un libro que tiene forma de ventana rota o puerta entreabierta. Para añadir otros fragmentos, cito la ocurrencia de Tamara Díaz: “Me gustaría pensar la práctica de Virginia Pérez-Ratton y de TEOR/ética como una granada estallando en el campo minado de la memoria” (p. 159).
Manuel Picado es miembro de la Junta Directiva de la Fundación TEOR/ética.
El libro puede adquirirse en estos lugares: Fundación TEOR/éTica (Tel. 2233-4881), Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (Tel. 2257-7202) y Librería de la Universidad de Costa Rica (Tel. o 2511-5858.)