Tras mantenerse en constante actividad durante casi 43 años, el volcán Arenal da indicios de estar entrando en una fase de reposo.
Si bien desde 1998 se viene dando un descenso tanto en la sismicidad como en las explosiones y las coladas de lava, estas han decrecido significativamente desde julio del 2010. Es más, no se han reportado explosiones en el 2011.
Los vulcanólogos Gerardo Soto, Guillermo Alvarado y Mauricio Mor, de la Red Sismológica Nacional (RSN: UCR - ICE), destacaron esa situación, que también confirmó Rodolfo van der Laat, funcionario del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori - UNA).
Para llegar a esa conclusión, los científicos se basaron en evidencia obtenida por las labores de vigilancia volcánica que se realiza en el país desde 1974 .
El hecho de que el Arenal esté entrando en una etapa de reposo, no quiere decir que esté muerto.
El reposo es parte del proceso natural de un volcán activo. De hecho, antes de la erupción de 1968, Arenal estuvo en esa condición por alrededor de 450 años.
Asimismo, la cantidad de lava que emite el cráter activo, en el sector sureste, ha mermado.
A inicios de la década de los 90, se registraba una salida de lava de 0,3 metros cúbicos por segundo. En 1998 decayó a 0,1 metros cúbicos por segundo. Actualmente, esa tasa está por debajo de 0,1 metros cúbicos de lava por segundo.
Ahora, la cantidad de lava incide, por supuesto, en la longitud de las coladas. Por eso, actualmente los montículos de roca se han acortado. Mientras que en 1992 se dio una colada de 3,2 kilómetros, hoy estas no llegan ni al kilómetro.
En cuanto a lo que está pasando dentro del aparato volcánico, otra señal es la sismicidad. Esta viene disminuyendo paulatinamente desde el 2007, con una baja importante desde julio de 2010.
Según el conteo de energía liberada debido a movimientos sísmicos –conocido como RSAM–, el Arenal ha sufrido una baja de dos órdenes de magnitud. “Está muy parecido al nivel base de un volcán inactivo. Está apenas un cachito por encima”, comentó Soto.
Todavía se registra cierta sismicidad a una profundidad superior a los cinco kilómetros. “Eso indica aún hay movimiento de magma a profundidad, pero el magma más somero o superficial es el que parece estar muy quieto”, puntualizó el vulcanólogo.
Por esta razón, los expertos recomiendan no bajar la guardia. Mucho menos aventurarse a subir al cráter o irrespetar las áreas de restricción alrededor del coloso, situado en La Fortuna, San Carlos.
“Podría ser que haya una nueva alimentación de magma y en unos meses pudiera suceder una erupción”, indicó el experto.
Para Van der Laat, aunque el volcán entre en reposo, esto no quiere decir que se terminen los riesgos. Es más, la parte superior del macizo es muy inestable y proclive a sufrir deslizamientos.
Lo anterior se debe a que el cráter activo creció más que el cráter viejo, debido al material que se acumuló en la salida de rocas durante los casi 43 años de actividad.
Como consecuencia, se genera un peso de un millón de millones de kilogramos, el cual ejerce una presión sobre la estructura vieja y hay deformaciones en el sector oeste.
“Ese peso está ejerciendo una presión hacia abajo y lateral, lo que genera un desplazamiento de siete centímetros al año de material”, explicó Soto.
Asimismo, el vulcanólogo agregó: “Como ese sector está desprovisto de vegetación, cuando hay lluvias muy intensas, ese material cae en los ríos y pueden darse lahares o avalanchas de lodo”.