El grupo de “notables” integrado semanas atrás por la Presidencia de la República es en verdad notable; un grupo respetable de costarricenses, donde se destacan todos por su brillo académico e intelectual; algunos además por su experiencia política no faltaron profesionales de altos quilates en el campo jurídico. Es decir, lo tenían todo. O mejor dicho, casi todo... Ya que en calidad de titular de ese conglomerado no había ni una dama; notable ausencia del punto de vista femenino. En el mismo sentido la oposición estuvo subrepresentada ahí, solo con “cuenta gotas”; o tal vez, se adivina una intención por restituir el bipartidismo de otrora en la comisión ¡Cuidado con eso! ¡Qué tentación!
Pero, a decir verdad, nada de esto es responsabilidad de los miembros de la comisión nombrada. A ellos los debemos juzgar por los resultados que nos han entregado, buscando enmendar las dificultades que se aprecian hoy, tanto respecto de la calidad de las instituciones, como de nuestra convivencia democrática. Dos aspectos –dicen– de la misma realidad. Justamente, como diría Cantinflas, “ahí está el detalle”.
No obstante, ese amarre indisoluble (al ser “de la misma realidad”), lo desataron pronto, al inicio del documento no más, cuando nos advirtieron que “...le hemos otorgado prioridad al tema del diseño institucional”. Para que no queden dudas de nuestra interpretación, un poco más abajo agregan: “Dirigimos la atención, fundamentalmente, a los aspectos ligados a la arquitectura político institucional de Costa Rica, según se nos pidió, desligándonos de los otros aspectos, por importantes que sean”.
No tengo nada en contra de que el análisis se sumerja en un aspecto de la realidad, en este caso el tema del diseño o arquitectura institucional del país, siempre que los lazos que atan un aspecto con el otro no hubiesen desaparecido del todo, pulverizados, merced a un sesgo institucionalista formalista que veo en el documento de los notables. Más aún, para ellos, el tema del “diseño” o la “arquitectura” institucional es por donde hay que empezar; ya que para avanzar en los otros campos –nos explican– hay que revisar la arquitectura del Estado.
Enseguida, postulan que las reformas propuestas están inspiradas en la idea de permitir que funcione lo que llaman “la democracia de las mayorías”.
Detengámonos en esto. Lo primero que debe decirse al respecto es que, lo dicho, parece una obviedad, pero no lo es. Porque aquí hay un supuesto implícito que después nuestros notables lo hacen explícito; es el de que la democracia está entrabada, merced a que las minorías no han dejado gobernar a las mayorías. Me permito preguntar: ¿Es esto cierto? De ser cierto, ¿desde cuándo lo es? Y, además, ¿en qué medida es cierto?
Aquí es donde el análisis de lo institucional, para que resulte veraz, debe anudarse (y nunca desligarse), de la valoración que se haga de la democracia en el orden social, económico y político. Al hacer esa valoración, notamos que fundamentalmente, durante toda la década de los años ochenta y los noventa, nuestro sistema democrático estuvo dominado por un bipartidismo (PLN-PUSC), totalmente funcional al sistema y aplastantemente legitimado por mayorías electorales (lo cual tuvo su expresión desde luego, en el ámbito legislativo). Sin embargo, dichas mayorías no lograron impedir que desde los diferentes Gobiernos se implantaran medidas completamente regresivas y lesivas por tanto a los intereses de esas mismas mayorías populares; hablo básicamente, aunque no en forma exclusiva, de los tres programas de ajuste estructural o PAE. Por añadidura, como se recordará, fue durante ese mismo período que se desató uno de los más rampantes procesos de corrupción en la cúpula política de nuestra sociedad. En este caso, nadie podría, sin sonrojarse, echarle la culpa de todo ello, a la imposibilidad de que coaliciones mayoritarias pudieran gobernar y tomar decisiones en todos los órdenes. Todo lo contrario.
Entonces, ¿cuándo fue que comenzó a entrabarse la maquinaria político-institucional? Si la respuesta es que fue después de esos acontecimientos, con el advenimiento del multipartidismo, surgen otras inquietudes e interrogantes que conviene examinar. Lo primero que hay que decir es que todo parece indicar que se prepara el terreno para rehacer el trasnochado bipartidismo que tanto daño le hizo al país, pero que al parecer algunos y algunas aún añoran. No otra cosa se desprende de la misma composición política de la comisión de notables. Lo segundo y más importante radica en el hecho de que ha sido en este último período en el que se dispararon las brechas de la desigualdad social, regional, étnicas y de género, al amparo de la política económica neoliberal impulsada de manera consciente por las élites políticas que han gobernado al país en lo que va de este siglo (TLC con EE. UU. incluido en ello).
Fue además en este mismo lapso de nuestra historia reciente, que se aprobaron y llevaron a cabo obras públicas (aeropuerto, vía a Caldera, trocha, “puente de la platina”) altamente cuestionadas, tanto por los problemas de corrupción que entrañaban como por su ineficacia. Ambos aspectos, por cierto, se encuentran inextricablemente ligados entre sí. ¿Podría alguien –de nuevo pregunto– culpar de todo esto al supuesto o real entrabamiento legislativo o institucional en general? Francamente, habría que ser un poco cínico para extraer semejante conclusión. Lo que conviene inquirir entonces es si para hacer un nuevo diseño de lo institucional, nos inspiramos, como hacen los notables en la idea de permitir que funcione la democracia de las mayorías, o más bien hay que hacer un diseño político-institucional, para que funcione además de eso, una democracia con las mayorías y para las mayorías. Sigo en otro artículo.