Carlos Francisco Monge es un reconocido poeta y ensayista, y nos revela hoy algunos secretos de la escritura del poemario Enigmas de la imperfección (Heredia, Editorial Universidad Nacional, 2002, 2012).
–¿Cómo surgieron los temas de ‘Enigmas de la imperfección’?
–El libro no es el resultado de un plan. Tal vez por un estado del alma o de las circunstancias, los poemas aparecieron a lo largo de los meses, durante algo más de un año. Probablemente los temas fueron uno solo, que se desarrolló, hasta que un día los junté y me percaté de que tenían mucho en común. Luego el título: una ocurrencia, resultado de esa lectura total.
–¿Qué diferencia aporta ese libro ante sus obras anteriores?
–Probablemente el haberse alejado de cierto anecdotismo temático. Es un libro más atenido a problemas ontológicos, a las interrogantes cuando observamos el mundo desde un ángulo particular. Para mí, claro, el mundo es una maraña de enigmas por descifrar. Es un tema literario, por supuesto; no hay que exagerar.
–¿En qué se diferencia este libro de sus obras posteriores?
–No tiene esa dosis de sarcasmo que los dos pequeños poemarios que lo suceden. Tal vez sea un libro más “místico”; interioricé más las impresiones de la realidad para convertirlas en temas poetizables. Los libros posteriores son proclives a cierta mordacidad, asociada a un tema: la vida urbana y sus enfermedades del alma.
–¿Hubo influencias de otros autores en la creación del libro?
–Es probable que así haya sido. Me considero buen lector de magnífica poesía, la de los grandes maestros. Puede que esas influencias hayan pasado a mis versos, de las que no estoy del todo consciente. Lo erróneo sería no tanto desconocer las influencias como no admitir que las hay en todos los que escriben.
–¿Cómo distribuyó el tiempo de la escritura?
–Quedó al azar o a las circunstancias. Escribí cuando dispuse del tiempo, del estado de ánimo y de las condiciones materiales. Como no suelo hacer planes o anteproyectos (no soy tecnócrata), me atuve a que en algún momento dispondría de una cantidad suficiente de poemas (veinticinco, treinta tal vez) para formar un libro.
–¿Cómo evitó la distracción?
–La distracción es el pretexto de los que no tienen ganas de escribir. Tal vez te puede distraer un dolor de muelas o un concierto de rock pesado en el vecindario, pero, si se es poeta y se quiere crear, no hay verdadera distracción. Sus antídotos son la voluntad y la tenacidad.
–¿Piensa en un lector cuando escribe?
–Lo que ya se ha dicho: el primer lector (¡y a veces el único!) es el que escribe. Ese es el alter ego que nos advierte o nos conmina; pero, en la práctica, cuando se escribe en la soledad de la habitación (mi caso), no se deja de pensar en las expectativas del lector contemporáneo; no el concreto que va a la librería, sino ese que llaman el “lector virtual” de nuestra época y nuestro entorno.
–¿Consulta sus dudas de elaboración de los poemas con amigos?
–No, porque soy por definición un escritor ermitaño; quizá demasiado. Me aparté hace mucho de grupos, camarillas o banderías.
–¿Rehízo algo del libro?
–No mucho: enmiendas por aquí o por allá, el descarte de este o aquel poema, incluir alguno a último momento, algún título modificado... Las secciones en prosa me dieron más trabajo, y debí reescribirlas hasta dar con su versión actual.
–¿Cuándo y cómo corrige?
–Me da pudor admitirlo, pero casi no corrijo a estas alturas de mi vida; no por arrogancia, sino tal vez por una palabreja desgastada y muy peligrosa para quien escribe: por el oficio. Si corrijo, será en la eliminación de esta palabra o aquella, unos versos de más, una expresión redundante, o bien alguna cursilería que se pille por ahí.
–¿Cambiaría algo en el libro?
–Cierta dosis de patetismo que se deslizó entre algunos poemas. Los temas existenciales son asuntos profundos, pero no tienen por qué tomarse demasiado en serio. Se vive, y ya está. Existen preciosos temas para la poesía, pero no hay que dejarse seducir por lo conmovedor y menos por lo melodramático.
–¿Le interesan las críticas?
–Por mi admitida “ermitañez” literaria, apenas me interesa la crítica a mi poesía. No por irrespeto a quien lee y opine, que lo puede hacer con absoluta honradez y sapiencia, sino porque la crítica es la segunda parte de la creación literaria, y ya no le pertenece al poeta. Ahora es el lector quien manda y decide.
–¿Cuáles libros ha publicado?
–Nueve de poesía: los iniciales, como Astro y labio y A los pies de la tiniebla , a los que siguieron Población del asombro, Reino del latido, Los fértiles horarios y La tinta extinta , y los más recientes: Enigmas de la imperfección, Fábula umbría y Poemas para una ciudad inerme . Como amigos o hermanastros, cuatro libros de crítica literaria; el más reciente, Territorios y figuraciones .