El pasado 7 de febrero, la Embajada de los Estados Unidos en Costa Rica publicó en su página de Facebook una fotografía tomada ese día hace 49 años, en la que aparece el entonces canciller costarricense, Daniel Oduber, el embajador de Costa Rica en Estados Unidos, Gonzalo Facio, y el presidente estadounidense John F. Kennedy. Se reunieron en Washington para afinar detalles de la Conferencia de Presidentes de Centroamérica y el Presidente de Panamá, que se realizaría en marzo de 1963.
Al observarla, reflexioné sobre los extraordinarios hombres de nuestro pasado, tan escasos en estos días, y que constituyen grandes ejemplos para las futuras generaciones. De esos tres grandes personajes, solo uno vive.
Tengo la firme convicción de que hay seres humanos que dejan una profunda e imborrable huella en su paso por la vida. Son personas cuya presencia de ninguna manera puede pasar desapercibida. Recuerdo con nostalgia la primera vez que me lo presentaron. Estaba yo iniciando mi carrera laboral en su bufete, el que él fundó e hizo crecer, y con la amabilidad y el porte de un hombre de mundo, me saludó y me dijo cariñosamente: “Un placer conocerlo”.
Con el pasar del tiempo, me fui acercando más a él. El primer día que entré a su oficina, me impresioné muchísimo. Había fotografías suyas con la mayoría de los presidentes de Estados Unidos después de la postguerra; otras que resumían mucho de la historia de mi país, de la abolición del Ejército y de la Junta Fundadora de la Segunda República. Ahí se encontraban retratos de todas las celebridades que marcaron la historia política y religiosa del planeta.
También tenía fotos durante la época que practicaba el deporte: la natación y el fútbol, siendo miembro del equipo de Limón. Como dirían los jóvenes de antaño, don Gonzalo es algo así como un Forest Gump. Basta mencionar el hecho de que hay una placa dedicada a su persona en una plaza en Chicago, Illinois.
Grandeza personal.
Pero, más allá del aspecto profesional, durante muchos años logré conocer su lado humano: un hombre de grandes cualidades, capaz de enseñar tanto de una manera tan simple. Me encantaba visitarlo y preguntarle cosas de su vida, de su labor en la ONU y de su destaca participación en el, a veces no tan fascinante, mundo de la política y la diplomacia. A manera de anécdota, recuerdo cuando me contó que fue a disfrutar la película de la Guerra de los Misiles en Cuba “13 días”, y, en medio de la oscuridad del cine, le dijo un poco exaltado a su bellísima esposa, doña Ana Franco (q.d.D.g): “Mirá, Ana, ese soy yo: el presidente del Consejo de Seguridad”.
El Doctor –como cariñosamente le llamamos– es definitivamente extraordinario. Su personalidad es sencillamente impresionante. En su vida se resume tanta historia y tantos eventos importantes, no solo a nivel nacional sino mundial.
Tengo la dicha de conocer a Gonzalo Justo Facio, al hombre cuyo testimonio de vida me ha marcado para el resto de mis días, que me enseñó que la tolerancia y la amabilidad requieren una gran disciplina y que ha expandido mi conciencia para hacerme ver a través de ella el palpitar de su hermoso ser.
A lo largo de décadas han existido formidables personajes costarricenses que se han distinguido por su capacidad para tomar grandes responsabilidades y compromisos que afectan la vida de muchos más y, dentro de ellos, unos que han tenido una trascendencia indudable: son las grandes almas que este país ha tenido la dicha de tener aunque no necesariamente valorar en su momento. Mi mayor deseo sería que nuestros gobernantes, y especialmente nuestros diputados, recuerden que los honores deben otorgarse en vida.