Luis Umaña Ruiz era un hombre y escultor polifacético, pintor y poeta que llevaba el corazón de la patria en su hermosa visión del universo. Lo conocí hace muchos años ya, años sin tiempo, cuando el escultor descubría –junto con Gonzalo Morales Alvarado– la trascendencia de la pintura al óleo, la fuerza de la escultura de John Portugués y los delicados contrastes en los paisajes costarricenses develados por Tomás Povedano.
La obra de Luis Umaña Ruiz en el arte costarricense abarca sin lugar a dudas un espacio intemporal y al mismo tiempo cargado de un humanismo revolucionario inspirado en las grandes justas americanistas de nuestro continente. Pienso en Abraham Lincoln, José Martí, Bernardo O’Higgins, José Figueres Ferrer, etcétera.
Nuestro escultor inició su camino en el arte presentando ante el mundo los principales momentos de la historia del país, todos ellos a través de magníficos monumentos que engalanan la idiosincrasia costarricense.
Con la escultura de Luis Umaña empieza un nuevo ciclo en este arte específicamente ya que los próceres forjadores de la Primera y la Segunda repúblicas emergen con fuerza y vigor en el tratamiento estilístico y estético al que Luis Umaña los somete. Todo esto lo hizo dentro de los cánones de la academia embellecida por los poetas y pintores de los primeros años del siglo XX.
Un nuevo camino. La misión histórica de la escultura debe ser definitivamente en pro de la cultura del país. Puede cumplirse plasmando épocas que se van perdiendo por el adelanto moderno, para dejar testimonio de una civilización anterior. Afirmaba también Luis que el artista que hace vibrar en su obra los hechos y las acciones que han contribuido a fortalecer nuestro sistema democrático, es un artista que abraza la historia y nunca muere.
Con la escultura de Luis Umaña, en Costa Rica se inicia un interesante camino que llevará a las generaciones de aquel entonces y a las nuevas a contemplar la enorme riqueza oculta en el proceso de la formación de la identidad del costarricense tomando como guía la vida y la obra de ilustres ciudadanos.
Pensamos en el monumento dedicado a don Alfredo González Flores (Monte Alpino, Heredia, 1977) y en el busto de Rogelio Fernández erigido en 1984 en Nicoya, Guanacaste. Aludimos al busto del doctor Moreno Cañas (colección privada) y al busto de don Santiago Crespo, ubicado en el asilo de ancianos de Alajuela. Recordemos también el monumento de Mauro Fernández (1979), en el Liceo de Costa Rica, y el busto del profesor Miguel Obregón Lizano (Instituto de Alajuela, 1961) etcétera.
Un sinnúmero de bustos y esculturas realza el nombre del escultor y lo convierte en un artista a quien la historia debería elevar al benemeritazgo de la Patria.
Los ángeles de la iglesia de la Dolorosa anuncian ese camino. El busto de Juan Rafael Mora Porras instalado en la avenida de Las Américas, en Guadalajara (México, 1954), pregona el derrotero que ya se desarrollaba desde el norte mexicano hasta el Chile de O’Higgins.
Visión política. Hablar de la obra de Luis Umaña es hablar de una historia hecha en bronce, en granito, en hierro y en mármoles; es hablar de don José Joaquín Mora, morador del Parque Nacional de Santa Rosa, en Guanacaste; es hablar de Juan Santamaría, instalado en los jardines de la Asamblea Legislativa.
La obra del maestro escultor está envuelta de una visión política nacionalista, y allí es donde el artista logra sus formas escultóricas más dramáticas, como el monumento de los caídos del 48, hermosamente instalado en el parque de Santa María de Dota en 1973, y el monumento al sufragio en Llano Grande de Cartago en 1977.
Esas y otras muchas esculturas de renombre nacional e internacional engalanan el transcurrir de Luis Umaña en su amada Costa Rica, a la que dedicó su obra y su arte soportando la envidia de sus detractores y elevando con alegría y estoicismo las maravillas que Dios puso en sus manos privilegiadas.
Finalmente, y recordando el sendero arduo al que se han expuesto los verdaderos artistas en nuestro país, cabe mencionar el telegrama escrito por Max Jiménez a raíz del saqueo y la destrucción de esculturas y pinturas en 1946 y dirigido a sus amigos Oscar Bakit y Luis Umaña, quienes se enfrentaron al vandalismo que irrumpió en Bellas Artes para destruir la obra de Max Jiménez:
“Jóvenes como usted y Luis Umaña son un verdadero auxilio para seguir soportando la carga de la vida. El amigo de ustedes, Max Jiménez. Firmado el 4 de junio de 1946 a las 14 horas”.
El autor es poeta y filósofo costarricense. Ganó el Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría y es autor del poemario ‘Imprimatur V’, entre otros libros.