La editorial de la Universidad de Oxford publicó en el 2006 un libro de David Benatar (director de la Escuela de Filosofía de la Universidad de la Ciudad del Cabo, en Sudáfrica), titulado Better Never to Have Been: The Harm of Coming into Existence , lo cual en español vendría siendo algo así como “Mejor no haber existido: el perjuicio de venir al mundo”. El título no es irónico; refleja cabalmente la tesis que Benatar elabora con académica minuciosidad a partir de los principios de la filosofía moral utilitarista: crear deliberadamente una nueva vida humana es inmoral, ya que de todo ser humano se puede decir que estaría mejor no habiendo nacido.
Aunque muy pocas personas aceptarían la conclusión de Benatar, la premisa de la que parte es enteramente lógica: quien no nace no sufre daño alguno ni se pierde de ningún posible goce (por el hecho sencillo de que no existe), mientras que quien nace está expuesto a toda suerte de sufrimientos, quebrantos e indignidades. Por lo tanto no es legítimo justificar la decisión de crear un nuevo individuo en términos de los intereses de ese potencial individuo. Benatar deduce de esto que la decisión de tener hijos debe ser irracional, a menos que responda a los intereses de otras personas (por ejemplo, de los padres), lo que equivale a la inmoralidad de concebir de la persona por nacer como medio para los propósitos ajenos y no como un fin en sí mismo.
La obra de Benatar ha atraído bastante atención y ha sido comentada tanto en revistas especializadas como en la prensa. Algunos han visto en su publicación una muestra de la decadencia de la civilización occidental y del avance de lo que los pensadores católicos han bautizado la “cultura de la muerte”. Tal punto de vista, sin embargo, obvia que la idea – religiosa, filosófica y literaria – de que no existir es preferible a existir, es antiquísima y que sus expresiones se pueden encontrar en todas las sociedades intelectualmente avanzadas.
Tanto el hinduismo como el budismo enseñan que la vida es un espejismo cuya naturaleza esencial es el sufrimiento y la insatisfacción: la meta última de la instrucción religiosa es aprender a no ser. El gnosticismo cristiano declaró a través de los siglos que el mundo físico no es obra de Dios, sino más bien (como lo resume Borges en uno de sus cuentos) “una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes”, y que el deber del creyente es descubrir la clave para escapar de él.
Tanto los herejes cátaros del siglo XII, ferozmente perseguidos por las autoridades católicas, como los miembros de la secta protestante de los shakers , quienes jugaron un papel muy importante en el desarrollo de los Estados Unidos en el siglo XIX, predicaron contra el matrimonio y contra la reproducción (un punto de vista que defendió también, por cierto, Tolstoi en su novela tardía La sonata a Kreutzer ).
La literatura griega clásica abunda en expresiones de la misma idea que el profesor Benatar tan controversialmente defiende ahora. En Edipo en Colono , la célebre tragedia de Sófocles, el coro declama que “no nacer es lo mejor que puede ocurrir y después de eso, ya nacido, lo mejor es regresar sobre sus pasos cuanto antes”. Según la tradición mitológica, el rey Midas embriagó y capturó al viejo y barbudo sátiro Sileno, valiéndose de la treta de verter vino en la fuente en la que Sileno solía abrevarse. Midas entonces interrogó a Sileno, quien al emborracharse se convertía en un oráculo infalible de sabiduría, pidiéndole que le revelara qué es lo mejor para el hombre. Sileno primero se negó a responder, pero finalmente, ante la gran insistencia de Midas, declaró: “¿Por qué me obligas a decir aquello que sería mejor que no supierais? Lo mejor está totalmente fuera de vuestro alcance: no haber nacido, no ser, ser nada. Lo segundo mejor, y lo mejor que podéis conseguir, es morir cuanto antes”. (He empleado la versión de las palabras de Sileno que da Nietzsche en El nacimiento de la tragedia , basadas a su vez en una cita de Aristóteles).
En su libro, Benatar usa como epígrafes tanto Eclesiastés 4:3 (“mejor que [vivos y muertos] está el que nunca ha existido, el que nunca ha visto las maldades que se cometen bajo el sol”) como un viejo chiste hebreo: “La vida es tan dura, que sería mejor no haber nacido. ¿Pero quién es tan afortunado? Ni uno en un millón'”.
Tema fundamental. Las expresiones literarias de esta idea son muchas, desde el pesimismo explícito de Schopenhauer, Housman, Borges, o Cioran, hasta el cuestionamiento más ambiguo de la existencia en las obras de Shakespeare, Sterne, o Goethe. La insatisfacción radical, no solo con las circunstancias de la propia vida sino con la condición humana en general y con la misma existencia del mundo, es quizás una de las motivaciones literarias y filosóficas más fundamentales. Para escribir, según Houellebecq, il faut en avoir un peu marre (“hace falta estar un poco hastiado de las cosas”). Nicolás Gómez Dávila, el pensador ultracatólico colombiano, declara que “el hombre nace rebelde. Su naturaleza le repugna”.
Ante esto, ¿qué respuesta cabe? En el plano racional, posiblemente ninguna, pero la gran mayoría de las personas no están ciertamente dispuestas a dejar de existir. Justificada o injustificadamente, deliberadamente o no, muchos tienen hijos, y solo unos cuantos de esos hijos acaban conscientemente resintiéndolo. La lógica evolutiva más elemental implica que quienes estén dispuestos a sobrevivir y reproducirse siempre reemplazarán a los que no. En esa tensión inescapable entre el impulso biológico de la supervivencia y el conocimiento de la inconveniencia de nacer, yace una de las vetas más hondas de la creatividad humana, lo que Nietzsche resumió como “el principio de que la existencia y el mundo solo aparecen justificados como un fenómeno estético”, lo que Unamuno llamara “el sentimiento trágico de la vida”.