Se dice que los movimientos de “indignados” no llegarán muy lejos porque carecen de una ideología. En realidad, no van a conseguir mucho porque lo que reclaman, a quienes se lo reclaman, es exactamente lo que muchos de ellos también hacen: el placer de consumir y de codiciar. Reclaman porque la actual situación financiera mundial, que atribuyen a la codicia de los grandes intereses bancarios, les va a limitar el disfrute de un buen poder adquisitivo, de una buena pensión y de una economía nacional estable, demandas, por lo demás, indiscutibles. Pero no se dan cuenta que condenan conductas que muchos de ellos también practican en sus economías domésticas, incluyendo una baja capacitación educativa y producción laboral, y que, en el caso de tener la oportunidad, harían lo mismo si estuvieran en alguno de esos puestos políticos o de decisión financiera que tanto satanizan.
En política, hace tiempo que la ideología dejó de ser importante; tan solo es el antifaz con el que los candidatos políticos encantan a sus consumidores con tácticas de mercadeo y cultivo de la imagen y de la sensualidad, ocultando los verdaderos móviles (oportunismo y codicia) de su apetito por el puesto pretendido. La gran masa de consumidores no lee ni analiza ideologías, menos las intenta comprender para decidir su voto electoral; se concentra en perseguir un nivel de vida como el de los grandes íconos que la publicidad taladra minuto a minuto en sus cabezas: personajes de la nobleza, artistas de cine y, por supuesto, banqueros y financistas exitosos. Todos sueñan con llegar a ser el millonario excéntrico que compra obras de arte, relojes o personas de miles de dólares o que vive en islas exclusivas. Y algunos no conocen límites para lograrlo.
Mucha gente está tan ciega en la persecución de estos objetivos, que descuida el cultivo de su única fuente de seguridad económica y bienestar psicológico: su familia, el trabajo honesto, el esfuerzo diario, la mesura. Tan ciega está que incluso descuida su propia integridad física: usan drogas, conducen ebrios, son promiscuos o abusadores; adoran vivir esos peligros y ver sus demostraciones mórbidas en la prensa escrita y televisiva; se detienen a disfrutar una escena de un crimen o un fatal accidente de carretera. Defraudan en su trabajo porque no lo cumplen o simulan que lo cumplen; defraudan a sus hijos porque los inducen a la adicción a ver televisión o a los juegos electrónicos; defraudan a sus hijas porque las inducen a conquistar posición y dinero a cambio de un cuerpo bien ensamblado y dispuesto; defraudan a su comunidad porque no muestran interés por respetar y enseñar las mínimas normas de convivencia.
Hay tanta gente violenta y vulgar en las calles como en los palacios de gobierno y en las bolsas de valores.
La crisis financiera internacional no solo ha afectado a los países “indisciplinados” en sus macroeconomías; hoy vemos también carcomidas las bases de sociedades llamadas desarrolladas, en especial, los Estados Unidos de Norteamérica.
Ese es el precio que estamos comenzando a pagar de la globalización del actual modelo socioeconómico, aunque este proceso pútrido comenzó hace ya un par de generaciones. Por suerte, la solución también se lee en estas líneas.