A inicios de enero de 1816, en la Sala del Cabildo josefino, se tomó una importante decisión para la que entonces no pasaba de ser una aldea: se acordó construir el primer edificio destinado a la educación de su juventud. Previamente habíase levantado la lista de donantes para realizar la obra, entre quienes estaba el destacado presbítero Félix Velarde Umaña. Él había sido párroco de San José y era propietario del primer cafetal documentado en el país, cultivo que también había promovido entre los vecinos.
Además de ser uno de los principales contribuyentes, anota monseñor Sanabria: “En poder del padre Velarde estaba el dinero donado por el obispo, una imagen de Nuestra Señora del Carmen y un retablo para el oratorio” ( Datos cronológicos para la Historia Eclesiástica de Costa Rica ).
Con la casa de enseñanza. En efecto, cuando los vecinos de San José decidieron establecer en la villa una casa de enseñanza o colegio, Nicolás García Jerez, obispo de Nicaragua y Costa Rica, acogió con entusiasmo la iniciativa, la puso bajo la protección de Santo Tomás y regaló, para la construcción de su edificio, un solar, materiales y 450 pesos en efectivo destinados a la obra.
Digno de la confianza del prelado, el padre Velarde era, pues, depositario de lo dicho. El sacerdote había sido docente, benefactor e impulsor de la obra, pero no la vería culminada pues fallecería sólo un par de meses después.
Dos años más tarde, en febrero de 1818, se inauguraba el edificio que, según el historiador Luis Felipe González Flores, era una “L”: “de cien varas de norte a sur ['], dando vuelta de oriente a poniente, con 35 varas de largo y 7 de ancho en su centro ( Evolución de la instrucción pública en Costa Rica ).
La capilla escolar, dedicada a Nuestra Señora del Carmen, se alojó en la intersección de las actuales avenida 4 y calle 3 -donde años después se construiría el Seminario Tridentino-, haciendo vértice al nuevo inmueble educativo. Dicho oratorio se estrenó el mismo día con su consagración y la celebración de los oficios correspondientes.
Así, la devoción a Nuestra Señora del Monte Carmelo es casi tan antigua como la Iglesia Católica misma, pero el origen de su culto en San José es producto del regalo que de su imagen hizo el obispo García Jerez en su visita pastoral a Costa Rica en 1815.
A partir de entonces, el culto por esa advocación de la Virgen María empezó a expandirse en el corazón de los josefinos. A la vez, la que desde 1823 era capital del Estado veía aumentar poco a poco el número de sus casas, al calor del cultivo del café, que se expandía también.
Una de ellas, a solo 300 varas al norte de la iglesia parroquial, era la del señor Juan Manuel Quirós. Piadosa familia la suya, tenía la casa su propio oratorio, lugar apartado y tranquilo al que iban los familiares y vecinos a rezar rosarios, trisagios, novenas y otras devociones.
Por otra donación. Dicha propiedad abarcaba casi un solar, o cuarto de manzana, en la esquina de la avenida 3 y la calle Central. En noviembre de 1827 pasó por herencia a las señoritas Jerónima y María Concepción Quirós, hijas de quien había sido su dueño.
Al dictar testamento en diciembre de 1830, ambas devotas de la Virgen del Carmen se la otorgaron con el fin de que se le construyera allí, ya no un oratorio sino un templo. De este modo, otra donación consolidó esa presencia religiosa en la ciudad.
Empero, transcurriría más de una década para que la voluntad de “las niñas” Quirós se materializara pues, aún en 1841, la nueva división territorial capitalina partía el centro de San José en dos grandes barrios: el del Carmen al sur y el de la Merced al norte. Esto prueba que el oratorio original se hallaba al sur de la actual avenida Central; es decir, junto a la Casa de Enseñanza.
No obstante, el 2 de setiembre de 1841, el terremoto del día de san Antolín acabó con el viejo oratorio. Así, para 1845 había ya una ermita en su emplazamiento actual, con lo que el deseo de las hermanas se vio al fin cumplido. Refiriéndose a ella, en 1858, escribió el viajero Thomas Francis Meagher: “Además de la catedral, en San José hay otras dos iglesias: la de Nuestra Señora de La Merced y la de Nuestra Señora del Carmen, [pero] ambas son penitentes de arquitectura”.
“Ningún edificio podría tener un aspecto más modesto, más tristemente casto, ni más humilde. Paredes de adobe, techos de tejas coloradas y ordinarias, pisos de tierra apisonada, llenos de grietas y cascajo, torres que sólo parecen esqueletos de campanarios: nada podría ser más pobre”, añadió Meagher.
Mas para entonces, dos hechos habían impactado la vida religiosa josefina y del país. Uno fue el nombramiento del primer obispo de Costa Rica, Anselmo Llorente y Lafuente, en 1851. El otro hecho ocurrió tras la campaña militar de 1856: la llegada a la capital del Cholera morbus (cólera), peste cuyos estragos alcanzaron a cerca del 10% de la población, flagelo ante cual la iglesia del Carmen desempeñaría un papel fundamental.
Templo, barrio y distrito. En efecto, aunque presente desde la época colonial, el obispo Llorente quiso darle un nuevo impulso al culto del Dulce Nombre de Jesús en San José. Con ese fin, encargó a Adolfo Calderón, mayordomo del Carmen, que se dedicase a fortalecer su devoción.
Una oportunidad para ello se presentó con la “peste asiática”, ante la que los desesperados vecinos capitalinos elevaron al Dulce Nombre una rogativa casi unánime, plegaria que pareció ser escuchada pues poco después el cólera cesó su mortandad. Por esto, en 1858, se encargó a Guatemala una hermosa imagen que desde entonces tiene su sede en el Carmen.
Por ello, la tragedia repercutió favorablemente en el templo, cuya portada empezó a renovarse a partir de 1860 según diseño neoclásico del ingeniero-arquitecto Franz Kurtze, recién nombrado primer director de Obras Públicas.
Alrededor de esa construcción se consolidó el barrio del Carmen primero; y, luego de la división territorial capitalina de 1864, el distrito del mismo nombre, que ocupa el cuadrante nordeste de la ciudad.
Empero, las obras no estaban terminadas pues se decidió construir de nuevo la fábrica o volumetría en calicanto y ladrillo, mas siguiendo ahora los planos del mexicano Ángel Miguel Velázquez.
Para ello se inició una recaudación de limosnas por toda la ciudad y sus alrededores que, según el historiador Carlos Manuel Zamora, “se realizaba casa por casa, llevando la imagen de la Virgen del Carmen; ésta iba dentro de una urna de madera que cargaba a la espalda el mayordomo o el encargado de la colecta” ( La iglesia del Carmen ).
Tras un largo proceso reconstructivo, la nuevo iglesia se bendijo en julio de 1874, mientras que, en atención al crecimiento de la población josefina, la zona se declaró parroquia en 1881.
El templo se veía sencillo pero de elegante aspecto. Era notorio el campanario, ubicado al lado sur, pero este se perdió durante el terremoto de 1910, tras el cual renovaría su apariencia.
Ese proceso se repitió luego de que los sismos de 1924 dañaran de nuevo la iglesia, y ésta adquiriera su aspecto actual, de modestos elementos arquitectónicos neobarrocos en la fachada, pero que conserva en esencia los rasgos del diseño original.
Así, pese a tantos avatares plásticos, la función de la iglesia de la Virgen del Carmen sigue siendo la misma tras casi dos siglos de existir: ser albergue de una josefina fe.
EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES