Jimena salió del Hospital de Niños con parches de cabello y cicatrices expuestas en su cabeza. Tiene nueve años. Su padecimiento no era cáncer, pero sufrió efectos similares tras varias operaciones. Perdió su cabellera lisa y larga, y para una niña tan coqueta como ella, se avecinaba una gran angustia en medio de su proceso de recuperación.
Su mamá fue muy inteligente: llevó a casa a una peluquera para que rapara el cabello de Jime , de modo que, poco a poco, su pelo volviera a crecer uniforme… y ella también pasó por las tijeras. Solidaridad, acompañamiento. Ambas se sintieron mejor.
Cuando Jimena regresó a la escuela tras casi un mes fuera, sus maestras declararon el “Día del sombrero” para recibirla. Ahora, gorras de distintos colores forman parte de su equipaje escolar todos los días. Lleva confianza en sí misma y su historia me dio una buena idea.
Una cola, un abrazo
Esa confianza que necesitaba Jimena frente a sus amigos, la protección para su cabecita contra el sol, el frío y las miradas de la gente, es comparable a la que debe enfrentar una mujer o un niño que lucha contra el cáncer, cuando pierden su cabello durante el tratamiento con quimioterapia.
“Solo quien ha padecido la enfermedad puede entender lo que significa ver que tu cabello se queda en la almohada cada día. Es muy duro andar por la calle sin tu pelo. Por eso, esta campaña es una gran cosa”.
Doña Melba Jiménez se refiere a la campaña de donación “Tu cabello por una sonrisa”, que la Fundación Anna Ross realiza de manera permanente pero que desde hace dos meses adquirió protagonismo tras una exitosa jornada en el Cenac.
En esa ocasión, a su nieta, la chef Melissa Flores, de 26 años, y a sus dos socias Diana Lépiz y Snedy Arias, del grupo Familias Emprendedoras, se les ocurrió la idea de acompañar las ventas de artesanías con labor social.
Esperaban unas 100 personas, pero al finalizar el día lograron reunir 600 colas, con la ayuda de 60 estilistas voluntarios. A partir de entonces, se viralizó la iniciativa. A la Fundación han llegado cajas de cabello donado desde Esparza, Santa María de Dota, Grecia y San Carlos.
El domingo 11 de agosto, la convocatoria se trasladó al antiguo mercadito de Ciudad Colón. El mismo formato: una feria de mujeres emprendedoras de distintas zonas del país y, al lado, un gran salón de belleza improvisado, con piso de adoquines y las copas de los árboles por techo.
Hileras de sillas ocupadas por donadores dispuestos a desprenderse de un bien valioso: su cabello, con sus familiares o amigos como testigos que registraban el momento con sus celulares. El antes y el después. Las sonrisas nerviosas, la expectativa, los recuerdos, la ansiedad y hasta las lágrimas.
Al menos 70 estilistas profesionales y aprendices donaron su tiempo para la causa. Cada uno aportó sus herramientas de trabajo: capas negras, tijeras, botella con agua para humedecer el cabello durante el acabado final, y colas para enlazar la trenza que se resguardaba luego en una bolsa plástica con los datos del donador. Cada quien debía llevar su aporte a una tarima donde voluntarios de la Fundación Anna Ross recogían las bolsas agradecidos y las acumulaban en una caja.
La cita era a las 10 de la mañana. Así se anunció en radio y televisión; pero desde las 8 a. m., comenzó a llegar gente interesada en donar. Los estilistas supieron responder a la demanda. Al mediodía se habían recibido unas 400 colas, y todavía faltaban cuatro horas para el final de la actividad.
Se necesitan entre ocho y 12 colas de ocho pulgadas o 21 centímetros como mínimo para fabricar una peluca de cabello natural.
Aquí no hay producción industrial. De manera artesanal, varias señoras de barrio las confeccionan, pero cuestan hasta ¢150.000 cada una, tras un proceso que les toma entre 15 días y un mes. Y las pelucas en los comercios no bajan de ¢50.000. Por eso era necesario buscar opciones más rentables.
Hasta el domingo, la Fundación registraba unas 1.200 colas. A esas se sumarán las de setiembre, más las campañas independientes que se han viralizado con la ayuda de redes sociales, salones de belleza de diversas comunidades y empresas privadas.
Me esperé hasta las 12 para dar el paso. Antes, era necesario caminar entre los donadores para conocer sus motivaciones: un acto de solidaridad, un homenaje a amigos o familiares con cáncer; para otros, un cambio en sus vidas o un símbolo de desprendimiento para curar heridas del pasado.
Geovana González tenía el pelo largo y liso. Se sentó en una de las sillas disponibles y una chica de la academia de belleza Iecsa la atendió. Comenzó el proceso. Le hicieron una cola y luego, una trenza.
Antes del corte final, ¿qué la motivó a donar?
Fijó su mirada en la nada, apretó sus labios, respiró hondo y contestó conmovida que su problema de hemoglobina le impide donar, pero al menos puede ayudar con su cabello. Sin tiempo para más, la estilista cortó la trenza y se la entregó a Geovana. Ella la tomó entre sus manos, la protegió como si fuera de una pieza de vidrio muy frágil, y sonrió satisfecha.
Cerca de ella estaba Katherine Moreira, de 22 años, quien llegó a Ciudad Colón desde Cartago. Le hizo una promesa a su abuelita. Aunque, por su avanzada edad, la señora no tuvo que pasar por la quimioterapia, Katherine pensó en todas esas mujeres que han debido enfrentar esta situación y decidió donar el cabello por solidaridad. Su abuelita intentó convencerla de que no se lo cortara.... “si lo tiene tan bonito”, le dijo, pero ella quiso acompañarla en su enfermedad de esta manera.
En una esquina, listas para regresar a su casa en Guadalupe, doña Flor Charpentier sonreía con sus dos hijas, Laura, de 17 años, y Andrea, de 10, cada una con una bolsita y cuatro trenzas en total dentro. “Lo que podemos donar es pelo. No pensábamos en lo útil que puede resultar y no cuesta nada”.
Mientras su mamá hablaba, Laura miraba su bolsita con las dos largas trenzas que logró juntar, con la misma carita llena de felicidad como cuando un niño revisa los confites que recogió en una piñata. Y después, una promesa: “Crecerá y lo volveremos a donar”.
Bajo la sombra de un árbol, estaba Geovanny Alfaro, un estilista con 20 años de experiencia, esperando a su próxima donadora. Alejandrina Fuentes, de Moravia, se sentó y, conforme la comenzó a peinar, surgieron las lágrimas. “Me he desprendido de cosas más dolorosas. Dios ha sido bueno conmigo. El pelo me crecerá, pero a esa gente no (a quienes luchan contra el cáncer). Yo creía que el cabello era algo importante; todo el mundo me lo admiraba, pero es más importante ser feliz y tener salud”.
El estilista manejó el caso con paciencia, y al final Alejandrina sonrió para la foto con pelo corto y trenza en mano.
En el extremo opuesto estaba Emmanuel Fonseca, de 19 años. “Ya que me lo voy a cortar, que sea por una buena causa. Ayuda a la autoestima de ellos (los pacientes) y uno se siente bien”.
La trenza que une familias
La niña Ana Laura Astúa ha visto en el Hospital a muchos chicos sin cabello que luchan contra el cáncer. Eso la impresiona. Cuando escuchó en la radio sobre la campaña de donación, insistió en que la llevaran, y toda la familia se trasladó de Puriscal a Ciudad Colón.
Ella fue la primera en pasar por la tijera; después, su mamá, Marjorie Salazar, y finalmente, le tocó el turno a Luis Diego Castro, quien después de ocho años se desprendió de sus 15 trencitas de cabello negro que veía con nostalgia entre sus manos.
Una donación que también honra a doña Ana Jiménez, sobreviviente de cáncer de mama desde hace 13 años. Es una señora positiva, alegre y conmovida por la cantidad de mujeres, hombres y niños que llegaron al Mercadito a dar su aporte para personas como ella.
Con su testimonio, le da la razón a la doctora Anna Gabriela Ross. Ella decía que un paciente acompañado evoluciona mejor que uno solo, y con este principio, surgió hace diez años la Fundación que lleva su nombre.
“Un paciente acompañado evoluciona mejor que uno solo”
En esta casa, los pacientes reciben atención integral. psicología, nutrición, terapia física, de lenguaje y respiratoria, talleres y capacitaciones, tanto para el paciente como para sus familiares, así como préstamos de pelucas y turbantes.
Porque más allá de una peluca, se trata de un asunto de confianza. Verse mejor es el primer gran paso para sentirse mejor.
La actitud de doña Ana Jiménez y su fuerte abrazo al despedirse, marcó mi momento de buscar una silla para hacer la donación de mi larga cabellera negra y ondulada, tras 15 años de dejarla crecer.
Una cola de 30 centímetros que, al finalizar el año, cuando concluyan todas las campañas, se sumará a las casi 2.000 que viajarán a Estados Unidos o a Colombia para convertirse en pelucas que luego regresarán al país para bien de las pacientes. Cuando eso ocurra, los donadores recibirán un mensaje personalizado en agradecimiento por su buena acción.
Donar cabello constituye un homenaje para quienes ya no están y un aporte para 30.000 mujeres y hombres valientes que luchan contra el cáncer en el país.
Piense usted por quién lo haría. Ese domingo, cada cola o cada trenza que donamos se fue en nombre de la amiga de Melissa, la abuelita de Katherine, la amiga de doña Flor; por doña Ana Jiménez, por la doctora Ross, por Jimena... por mi mamá…
Cómo apoyar
Si quiere donar solidaridad a través de su cabello, tome en cuenta los siguientes requisitos:
- Debe tener un largo mínimo de 8 pulgadas (que equivalen a 21 centímetros), sujeto en una cola o trenza, que esté limpio y seco.
- Se acepta el pelo teñido o con permanente, excepto el decolorado debido a una reacción química que ocurre durante el proceso de fabricación de la peluca.
- Si se cortó el pelo hace años y lo almacenó en una cola de caballo o trenza, puede llevarlo a la Fundación.
- El pelo en capas es aceptable si la más larga es de 8 pulgadas, y puede ser dividida en una cola de caballo múltiple.
- El pelo rizado se puede cortar a la medida mínima de 8 pulgadas.No pueden aceptar cabello rasta o dreadlocks, pelo sintético o extensiones de cabello.