1. Leer es una actividad antieconómica e ilusoria. Antieconómica por la alta inversión que requiere: aparte del trabajo de leer los libros, primero hay que comprarlos a precios cada vez más altos, con el agravante de que quienes más leen andan siempre cortos de plata. Ilusoria pues a quienes no poseen bienes en el mundo real solo les queda crearse un “capital simbólico” por medio de las lecturas.
2. La lectura de un libro es una ocupación necesariamente discontinua, que requiere de mucho tiempo y que solo se completa dentro de períodos relativamente largos. Por esto, en términos de tiempo, es mucho más rentable ver una película o un programa de televisión, lo que además ofrece mejores oportunidades de comunicación: es muy posible que un amigo haya visto el mismo programa, y ya allí hay un tema de conversación; pero es muy improbable que estén leyendo el mismo libro.
3. La lectura es una actividad que entra en la especie de los vicios solitarios; hace que se considere insociables a los lectores, personas malhumoradas que se irritan con quienes los interrumpen cuando están absortos leyendo, como si un intruso los hiciera bajar abruptamente del Nirvana en que se encontraban.
4. Los lectores terminan hablando de modo raro, como personajes literarios, o utilizan un lenguaje populachero, pachucón (precisamente para no dar la idea de que hablan –y piensan– como un personaje literario); o sea, apelan a una estrategia populista. La simulación es notoria en ambos casos.
5. Leer es una actividad matapasiones. Cuando están “marcando” con la novia (o el novio), los lectores se quedan alelados, o sacan, como único tema de conversación, no asuntos sensuales, eróticos o francamente lúbricos como habría de esperarse, sino sus opiniones sobre el último libro que leen. A veces hasta lloran.
6. Por lo general, lo que se lee son novelas, poemarios o libros de cuentos, lo que muestra el pésimo sentido de la realidad y de las necesidades prácticas que tienen los lectores. Dedicados, al igual que don Quijote, a leer libros inútiles de vanas historias, no les espera un futuro muy halagueño, lo que hace que los suegros no los quieran y hayan hecho suyo el dicho que siempre recuerdan a sus hijas: “Lector que has de ver, déjalo correr”.
7. Por lo general, a causa de su absoluta falta de sentido del deporte y de la oportunidad, los lectores tienden al sobrepeso ya que pasan mucho tiempo sentados. Como suelen leer en los buses, y dado el estado de las carreteras, tienden también a desarrollar problemas de la vista.
8. Los lectores suelen crearse una muy merecida mala fama: nadie quiere prestarles libros porque no los devuelven. Algunos nunca han vuelto a ser invitados dada la alta sospecha que recae sobre ellos por pérdidas de libros en las casas que visitan, pues lo primero que hace un lector al llegar es revisar si hay biblioteca y cuáles libros podrían ser de su interés. Las librerías han colocado detectores en la entrada pues han comprobado una considerable baja de sus activos luego de las visitas de clientes asiduos que nunca compraban ni un folleto.
9. Las casas de muchos lectores parecen el vivo ejemplo de Casa tomada , no por fantasmas o algún espíritu extraño, sino por los libros, que cada vez ocupan más espacio, más paredes, más muebles, con el consecuente aumento de ácaros, polvo y suciedad, y con el peligro de morir bajo su peso en un terremoto. Muchos llevan la peor de las existencias que un libro puede sufrir: una vida virginal, sin una mano piadosa que los abra, los huela, los acaricie. Mueren en estantes que son más bien tumbas, sin recibir la mirada anhelante de un voyeur deseoso, listos para el reciclaje o para un tiempo extra en los laberintos de las librerías de viejo.
10. Las personas de más éxito deportivo, económico o político nunca han sido buenos lectores, o no lo han sido del todo: “À quoi bon lire?”, dirían los franceses. Por ejemplo, en una entrevista, cuando era candidato, el actual presidente de México no supo dar el título de algún libro que estuviera leyendo o que hubiera leído, pero parece que eso no importó al electorado mexicano. Más bien, ¿lo habrán visto como una virtud de alguien que no anda perdiendo el tiempo? Además, aparte de elegirlo presidente, es considerado todo un “sex symbol”: “Peña Nieto, bombón, te quiero en mi colchón”, le gritaban mujeres en los mítines. Jamás mujer alguna me ha dicho, ni me dirá, cosa semejante o que se le parezca. Será, pienso, tratando de encontrar una razón, porque –¡ay de mí!– también yo soy un vicioso lector inveterado.
El autor es decano de la Facultad de Filosofía y Letras y profesor en la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Nacional.