Un silencio donde reina la expectativa, seguido de un grito de sorpresa cuando se oye un ruido; después, el terror –suspendido en el aire– acaba con una sonora carcajada; al fin, las sonrisas iluminan el escenario. Todas estas emociones juntas pueden brotar de un cuentacuentos y viajar al corazón del público.
El cuentero es como una caja de sorpresas que se abre para hacer que los presentes lloren, rían, reflexionen y encuentren sentimientos olvidados desde hace tiempo.
“El buen cuentacuentos es un puente que ayuda a que la gente imagine; a segundo plano pasan el cuerpo, las vestimentas, los sonidos... La palabra hace que broten imágenes en nuestra mente”, detalla Juan Madrigal, conocido como Juan Cuentacuentos . Él es fundador de la Fiesta Internacional de Cuenteros, que en noviembre de este año celebrará su séptima edición anual.
Cualquier instante puede tornarse un cuento: una canción, un libro, una de esas conversaciones que se escuchan “sin querer” en un bus. Esto puede ser el inicio de una historia; sólo se requieren un poco de imaginación y otro poco de presentimiento.
Las culturas de todos los tiempos contaron sus vidas y experiencias; también los adultos transmitieron su sabiduría a los más jóvenes para conservar sus tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas morales encarnadas por los personajes de la fantasía popular.
“La cuentería tiene historia: el juglar que vivía de las narraciones, las leyendas de pueblo de los abuelos, y la gente que recopila anécdotas en un lugar y se las lleva a otro”, afirma José Martínez, colombiano que desde hace siete años forma parte de la agrupación Alaputenses, Cuenteros de la Villa Hermosa, fundada en Alajuela.
Al desnudo. ¿Qué diferencia al cuentacuentos del actor y del comediante? Un contador de cuentos no representa un personaje; no alcanza a refugiarse tras la interpretación de un papel ni se aprende un discurso. Tampoco usa sus cuentos sólo para hacer reír.
“Uno es uno mismo allí, en escena, y por esto es tan vulnerable ser cuentacuentos. Para contar una historia hay que enamorarse, identificarse y contarla con el corazón”, explica Rodolfo González, alajuelense que también es parte de la agrupación Alaputenses .
“El cuentero debe encontrarse en sus historias. La intención no puede ser sólo entretener a un público, sino tomar posesión de los protagonistas del cuento”, comenta Luis Fernando Barrantes, cuentacuentos guanacasteco que ha conquistado el corazón de Nicoya con su personificación del cuentero “Ñor” Tomás Salinas.
Para ser actor debe interpretarse un papel, y no es una tarea fácil pues hay que conocer a fondo al personaje; en cambio, para ser cuentacuentos sólo se debe ser uno mismo; por ello se hace difícil, aunque parezca contradictorio.
Esa es la visión de Juan Madrigal, quien desde hace más de treinta años se dedica a contar historias y es además graduado de la Escuela de Arte Escénico de la UNA.
“Muchas veces se complica el abrirse ante el público y narrar un cuento que evoca emociones propias. Cada cuentero tiene su sello, y no se puede decir que uno es mejor que otro cuando se trabaja con el corazón”, añade Madrigal.
Oralidad artística. El elemento clave de un cuento es la palabra. La oralidad es la expresión de la palabra hablada. Los cuentacuentos siempre han existido, y los de nuestro país persisten porque les gusta acercarse al público mediante la palabra dicha.
Los cuenteros de hoy se imponen a las distracciones que mantienen a la gente en sus casas.
“A nosotros nos toca luchar contra el televisor, el videojuego, el cine y la computadora. Debemos lograr que la gente salga de sus casas para escuchar palabras vivas”, explica Juan Madrigal.
“Para que una sociedad recuerde y recupere su conocimiento, sus narraciones deben tener fórmulas, como cambios de ritmo, pausas y gestos. El contar cuentos junta características verbales y no verbales para cautivar al público”, afirma Simona Trovato Apollaro, cuentista de origen italiano que inició su carrera en nuestro país.
Ella se dedica exclusivamente a contar historias para niños y se ha consolidado en la imaginación infantil con su personaje Pancita , la ratoncita cuentacuentos.
Juan Cuentacuentos opina que la cuentería es una niña que está en su etapa de crecimiento, ansiosa por aprender y descubrir, y a la que le falta mucho por crecer.
Muchos cuenteros nacionales carecen de formación académica; lo que saben lo aprenden en la calle. Muchos de ellos ni siquiera saben que son cuentacuentos, y esto es precisamente lo que mantiene joven a la cuentería.
De la tradición al oficio. La palabra ‘cuento’ generalmente se asocia con un libro grueso de páginas amarillentas y letras grandes, repleto de dragones, castillos y princesas; pero esta es su versión tradicional, claro está.
“El cuento de verdad se cuenta en vivo, se trabaja de forma profesional. Para que sea bueno, hay que perfeccionarlo, y para esto nosotros tenemos talleres semanales de cuentería”, precisa José Martínez.
Juan Cuentacuentos sigue parámetros firmemente establecidos para definir a aquel que se dedica al oficio de contar cuentos: “Uno se gradúa de cuentero cuando tiene por lo menos dos espectáculos de una hora cada uno y la gente queda encantada. Un cuentero siempre es quien es, en el escenario y en la realidad”.
Por otro lado, Rodolfo González opina que hay cuenteros que no saben que lo son, aunque toda su vida se hayan dedicado narrar historias a quienes deseen escucharlos.
“De Ñor Julián, un guanacasteco, hay un disco de cuentos que él no supo que se había grabado. Él se sentaba descalzo los domingos en una banca a contar historias, y alguien decidió grabarlas para la posteridad. ¿Es o no es un cuentacuentos?”, pregunta González.
“Para mí no hay preparación; yo ensayo frente al público y entrego lo mejor de mí. Pienso que todo el mundo debería contar historias y tener afición a la lectura. Todos podemos contar cuentos: solamente hay que sentirlos”, comenta Luis Barrantes.
Para Simona Trovato, un cuentacuentos es aquel que acerca a su público a la oralidad, el que hipnotiza a la gente con su voz y su encanto, y quien recuerda, a los que lo escuchan, la importancia de imaginar, de creer en los sueños y –¿por qué no?– en los dragones.
Así, a través de un susto, de una sonrisa sincera y hasta de alguna tímida lágrima, se asoman el verdadero significado de contar un cuento y la responsabilidad que esto implica.
Un consejo, una moraleja y una verdad incómoda envuelta en palabras pueden ser las cosechas de una tarde de cuentería.