He estado pocos días en el país en las últimas semanas, y por esto, veo a la distancia las quejas de los taxistas contra Uber. Sin embargo, las siento cerca por el drama humano que provoca el desconocimiento y el esfuerzo inútil que sería para cinco o diez mil personas intentar detener un tsunami con sus manos.
El mundo ha cambiado y en consecuencia se ha marcado el cambio en nuestra forma de vivir. Las personas que usamos un taxi, contratamos un hotel, reservamos un boleto de avión o de tren, vivimos hoy en condiciones diferentes y mejores, pues antes solo podríamos accesar esos servicios llamando al radiotaxi, al beeper o a la agencia de viajes tradicional. Hoy casi todo está a un clic en nuestras pantallas móviles y Costa Rica no va a ser la excepción en el curso de la evolución, aún a pesar de los taxistas y sus sindicatos, las huelgas y las agresiones. El proceso es irreversible aunque considero que por muchos años más podrán coexistir, deseablemente en respeto y armonía.
Como consecuencia del cambio, me parece pasado de onda viajar en un taxi viejo y hasta mal mantenido a colores rojo o anaranjado entre otros, con rótulos en las puertas, una maría y pago en efectivo después de ser transportado utilitariamente entre un punto y otro. Es obsoleto tener que llamarlos por teléfono o a ruegos en la calle sin nunca saber de previo quién te llevará. También cuenta con el agravante de que la calificación de su servicio no existe y por tanto, queda sin publicarse para futuros usuarios.
Luego, y como consencuecia natural de los tiempos, no puedo menos que celebrar la presencia de Uber en Costa Rica, y más aún su deseo de invertir y generar fuentes de empleo. Recuerdo que Uber no es una empresa de transporte, pues ni siquiera posee un automóvil propio. Es una solución tecnológica que me facilita un acuerdo con el ciudadano prestador de un servicio, en un convenio privado entre él o ella como conductor y yo como usuario. Esto no está en contra de ley alguna, así como le puedo vender una silla a mi vecina o el chunche que sea a cualquier amigo. ¿O acaso es ilegal dar clases de piano, yoga o matemáticas?
Si el gobierno de Luis Guillermo Solís estuviera al día y vigente, se habrían percatado de la forma como el modelo tradicional de negocios del taxista ha sido roto por otro más acorde con los tiempos. Se ha pasado de proteccionismo ventajista a ruptura de un modelo que se ha caído como otros, donde la tecnología es aceleradora contundente para nuevas avenidas. Así, Presidente Solís, no se exponga innecesariamente, no se dé el color del populismo, pase la página y proteja la libertad y el mercado. Regular con proteccionismo es propio del pasado y al no hablar con claridad a los taxistas, les conduce a la negación y el autoengaño creyendo que el tsunami tecnológico no existe.
No recuerdo nunca a las agencias de viajes agrediendo a Expedia, AA.com, kayak.com o tantas otras cuando se convirtieron en competencia para la compra de tiquetes de avión por internet. No he visto un hotel tirando huevos al llegar Airbnb con un nuevo modelo que amenaza su negocio de la hospitalidad, a pesar de que hoy esa compañía ya reporta más de 300 ofertas diferentes en el país, y es la "hotelera" más valiosa del planeta sin tener un cuarto. Los sectores que mejor comprenden los tiempos que vivimos no se desgastan en oponerse a la tecnología y sus beneficios, sino que se adaptan, como en su momento lo hizo el ICE al recibir a Skype como competencia extranjera y perder en llamadas de larga distancia.
Por esto y en resumen, tenemos que uberizar nuestros negocios o pronto los veremos kodakizados. O nos movemos con la transformación de nuestros tiempos o seremos como el telégrafo o el fax, el walkman o el carretón y su caballo. El taxi tradicional es un modelo de negocio que ha sufrido la disrupción por la tecnología. La fuerza y potencia del progreso tecnológico es implacable, particularmente cuando trae oportunidades, balance y una conexión directa entre las personas.
En lo personal espero poder contratar Uber o BlackLane al llegar al aeropuerto Juan Santamaría. Y en vez de verme obligado a tomar un taxi anaranjado de alguno de los 12 ó 15 dueños de placas, en consesiones de privilegios fuera de todo tiempo y momento actual. Por el contrario, me gustaría recibir el servicio de sus choferes, muchos quienes hoy puntual y correctamente me brindan el servicio ocasionalmente, como independientes pulseadores sin castas ni clubes de privilegiados, sino como autogeneradores de su trabajo honrado y cumplido.
Abramos espacios y permitamos que la gente que la pulsea tenga más oportunidades, siguiendo el ejemplo de trabajo que encontramos en la figura del taxista. Evitemos las trampas que conducen a corrupción, clientelismo y privilegios no merecidos, priorizando aquellas ventajas que nos trae la tecnología. El taxista simplemente tiene que reinventarse, manteniendo su vigencia y luchando por su sustento en adaptación constante así como creación de nuevos valores, servicios y ventajas. En la competencia, los usuarios seremos beneficiados justamente por la competencia.
Bienvenida Uber, más aún con las 300 plazas que darán nuevo empleo en Costa Rica en su centro de servicios. Bienvenido el cambio y los beneficios que nos trae la tecnología.