Alfonso Redondo, de 64 años, sufre una enfermedad llamada “miocardiopatía dilatada”, en la que el corazón se debilita y se dilata, por lo que no logra bombear eficientemente la sangre al cuerpo. Como consecuencia de ello, él está propenso a sufrir desmayos o a que su corazón deje de latir.
A finales del año pasado, su médico prefirió colocarle un dispositivo que lo protegiera de una posible muerte súbita.
El 22 de diciembre le colocaron un desfribilador automático implantable (DAI), un dispositivo de 36 centímetros cúbicos que detecta si el paciente tiene una arritmia grave o trastorno del ritmo cardíaco. Si es así, el dispositivo envía una descarga eléctrica al corazón que le permite recuperar su ritmo y estabilizar la circulación.
Apenas tres meses y medio después de la colocación de su implante, este aparato le salvó la vida. Mientras sacaba dinero de un cajero automático, él sufrió un síncope (desmayo y pérdida de conocimiento por fallas cardíacas).
“Al introducir la tarjeta al cajero, me sentí como muy mareado y perdí el conocimiento. Luego sentí un golpe en el pecho y reaccioné. Le di gracias a Dios de tener ese aparato, porque no había nadie alrededor que pudiera ayudarme”, dijo.
Tecnología. Según explicó Wálter Marín, cardiólogo que coloca el dispositivo, este aparato puede significar la diferencia entre la vida y la muerte de una persona.
“Es un dispositivo más ‘inteligente’ que un marcapasos. El DAI no solo detecta arritmias, también las trata con impulsos eléctricos y así el paciente no muere”, afirmó.
Para colocar el implante al paciente, se pone anestesia local y sedación. Luego, se introducen tres cables a través de las venas del paciente y se colocan en los ventrículos y en la aurícula derecha.
Para probar la eficacia del DAI y, si el paciente está en buenas condiciones, se le induce muerte súbita.
El DAI atiende un problema común en pacientes con enfermedades del corazón. Solo el año pasado, los hospitales públicos ticos atendieron 5.422 casos de muerte súbita, un 7,1% más que en el 2006.