A sus 33 años, un biólogo molecular, administrador de negocios y doctor en virología molecular, Christian Marín, consiguió lo que pocos científicos logran en una vida: la patente de una vacuna.
En su laboratorio, en el Baylor College of Medicine en Texas, EE. UU., este costarricense trazó el camino para una vacuna contra el cáncer de páncreas.
Esta no sería una vacuna preventiva; más bien se trata de una terapéutica, que se aplicaría en personas con el fin de reducir o controlar el tumor.
“Lo primero fue ver diferencias entre células cancerígenas y células sanas”, explicó Marín.
Para ello, se reclutaron 40 pacientes con cáncer pancréatico. Se les tomaron biopsias del tumor y del tejido del páncreas sin cáncer. Al analizar los tejidos, se halló una sustancia clave.
“Hay una proteína llamada mesotelina, que es muy rara en el cuerpo. En cambio, en el 90%, esa sustancia no solo existía: también estaba en niveles altos”, dijo Marín.
“Además, cuando esta molécula estaba presente, los tumores se desarrollaban más rápido, eran más agresivos y la capacidad de metástasis (desarrollar cáncer en otros órganos) era mayor”, añadió.
Al estudiar esta molécula, Marín dio con otra, un micro-ARN (molécula que regula la expresión genética). Este micro-ARN se llama MIR198 y su labor es controlar otras moléculas de micro-ARN.
Marín vio que el MIR198 y la mesotelina estaban relacionados.
“Se regulan el uno al otro. Los pacientes con mucha mesotelina tenían bajo el MIR198 y viceversa, y quienes tenían niveles de MIR198 bajos, vivían menos de un año tras su diagnóstico, y los que lo tenían alto, cinco años o más”, destacó.
Tras la vacuna. Con estos datos, Marín empezó a idear la vacuna.
Para ello utilizó dos tipos de experimentos: uno con los tejidos que ya se le habían extraído a los pacientes y otro con ratones.
“Quisimos ver qué sucedía si le inyectábamos MIR198 a las células cancerosas”, narró el científico.
Los investigadores detectaron que, al inyectarse el MIR198 al tejido, las células cancerígenas comenzaban a morir.
En la investigación con ratones se les indujo cáncer de páncreas. A la mitad se les inyectó MIR198 y la otra fungió como control.
Al tiempo se vio que los ratones con la vacuna tenían tumores 10 veces más pequeños que los otros, no desarrollaban metástasis y respondían mejor a la quimioterapia.
¿Qué sigue? Antes de que esta vacuna se apruebe, se requieren ensayos clínicos en seres humanos.
Los ensayos clínicos tienen tres fases: en la primera se prueba la seguridad de la vacuna (efectos secundarios), en el segundo la eficacia (cuanto sirve) y en el tercero se confirman las dos fases anteriores.
Este proceso toma unos 10 años, pero al ser un cáncer tan agresivo y para el que no hay tratamiento certero, podría tomar solo tres años.
El proceso es caro, pues cuesta cerca de $1.000 millones.
Sin embargo, Marín confía en que habrá empresas interesadas y así se concrete su sueño de ayudar en el tratamiento de uno de los tumores más agresivos y mortales.