De no ser por el ojo experto, una de las réplicas de vasija policroma Pataky que Rafael exhibe en su tienda en San José, bien podría ser vendida como una original, que los indígenas de la Gran Nicoya hicieron hace más de 2.000 años.
Rafael es un artesano y traficante de piezas originales, quien encarga a artesanos de Nicaragua la confección de copias casi exactas de objetos precolombinos costarricenses. El lunes, le mostró a un equipo de este diario más de 100 objetos que ofrece a sus clientes y evidencian la habilidad de los nicaragüenses para esculpir y pintar jaguares en vasijas y jarrones.
Para contar su historia, pide a cambio no usar su nombre real. Después, vuelve a mostrar la Pataky entre sus manos. “Hace 30 años, vendí una original. Ahora las hacen tan exactas que las vendo a galerías de arte aquí y en Panamá”, asegura.
La venta de copias es, hoy en día, una valiosa alternativa al tráfico de piezas auténticas, prohibido en Costa Rica desde 1982. También puede servir de tapadera para el comercio ilícito de originales.
Rafael contó que en su tienda de artesanía entrega facturas a sus clientes para hacer creer a la Policía que son réplicas, y no originales, lo que sacarán fuera del país.
Otros comerciantes prefieren vender solo copias. Argumentan que hay casos en que el precio de una reproducción no se aleja mucho del de una pieza auténtica. Incluso, en los mercados de Estados Unidos o Europa, esas réplicas podría valer 10 veces más.
Duda entre traficantes
La abundancia de duplicados de piezas auténticas se ha traído abajo –“una barbaridad”– el precio de las piezas originales, dice Francisco, huaquero de Guápiles, quien ahora tiene un nuevo negocio, basado en la desconfianza.
“Los falsificadores son bastantes”, asegura el guapileño. Por eso, no faltan los traficantes que, temerosos de haber sido engañados por sus proveedores, acuden a él para validar la autenticidad de los objetos antes de venderlos a sus clientes.
“A mí nadie me engaña”, es el preámbulo favorito de los huaqueros para empezar a contar su experiencia. Se jactan al punto de afirmar que saben más que cualquier arqueólogo profesional. Su conocimiento, sugieren, casi los haría merecedores de un doctorado honoris causa.
Para otros, el negocio se trata de aprovecharse del desconocimiento de sus clientes. Eladio, traficante y vendedor de falsificaciones en Cartago, lo reconoce.
“Si no conoce, yo podría hacer un muñeco de cemento, hacerle un buen tratamiento y dejarlo que, hasta que no lo raspe una persona, no se encuentra que es una réplica”, afirma.
La difusión de réplicas podría representar una buena noticia para la protección del patrimonio cultural nacional, si no fuera porque, huaqueros, traficantes y artesanos lícitos, juran haber visto en museos de la capital objetos falsos.
“Las mejores piezas del país están afuera y buena parte de las exhibiciones son réplicas”, afirma Miguel Robles, artesano que produce souvenirs para un museo de San José.
Robles lleva más de 40 años en la actividad y está convencido de que entre el jade, el oro y la cerámica mostrados abundan las copias.
Sin embargo, el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural del Museo Nacional asegura que la totalidad de las piezas exhibidas en sus espacios es original.
“El proceso para definir la autenticidad tiene que ser muy completo e incluye un análisis del acabado de la superficie, de la técnica de manufactura y de su estilo. Se involucran hasta tres arqueólogos”, cuenta Marlin Calvo, encargada de dicha oficina.
En medio de esta guerra de copias, dudas y estafas persiste una verdad: la memoria precolombina de Costa Rica se sigue esfumando a cambio de miles de dólares.