El estonio Harry Mannil tenía una debilidad por los objetos de piedra. Decenas de cabezas de jaguar precolombinas de Costa Rica emergían de las paredes de su mansión; ahí donde dos esferas líticas de la cultura Diquís, del Pacífico Sur, flanqueaban la piscina del jardín.
Al coleccionista no le bastaba poseerlas, necesitaba ostentarlas. Por eso, transformó su propiedad en Caracas en una casa-museo llamada Casa de los Jaguares.
Sobre cómo llegaron hasta Venezuela los metates, cuyas cabezas de jaguar fueron arrancadas, se sabe poco. Lo que sí se conoce es que Mannil era “multimillonario y pagaba como nadie”, contó a La Nación José María Ramírez, hermano de un coleccionista de Turrialba, quien tuvo relación con el estonio.
“La colección de ese hombre era inmensa. Era un gran capitalista, todo lo hacía por negocio. Compraba y vendía en Estados Unidos”, recordó Jiménez, de 90 años.
La obsesión por el arte prehispánico de Mannil fue su etapa menos conocida. Fallecido en enero del 2010, a los 89 años, en San Rafael de Heredia, fue más célebre por su presunta colaboración con los nazis en la persecución de judíos en la Segunda Guerra Mundial. “Yo tengo un documento de un fiscal de Estonia diciendo que soy inocente”, dijo a este medio en el 2007.
Su colección la inició en Heredia, en los años 70, cuando un indígena le ofreció una vasija de cerámica. En esos años también comenzó a sacar piezas del país con destino a Caracas.
En aquella época, el comercio y saqueo del pasado indígena eran alarmantes. Incluso, el Museo Nacional autorizaba la salida de de reliquias del territorio nacional.
Sería hasta 1982 que una ley trataría de frenarlo, al establecer que todos los objetos arqueológicos son propiedad del Estado y deben de ser custodiados por el mismo Museo Nacional.
Sin embargo, 28 años después de publicada esa ley, Mannil conservaba en su finca 108 objetos. Algunos tan únicos y exóticos como una columna de dos metros de altura que se corona un mono tallado a mano.
Allí seguirían de no haber sido por una denuncia anónima que, en julio de 2010, conllevó a su decomiso. El Juzgado de Heredia absolvió al hijo de Mannil y ordenó regresar los bienes a la familia.
La decisión la objetó la Procuraduría General de la República. El caso está en casación y el Museo espera que los bienes queden en su poder.
Decomiso en Caracas
Ese centenar de objetos no sería el único que el Museo reclamaría a la familia Mannil. El operativo en San Rafael fue la antesala de uno de los mayores decomisos de los últimos años en Venezuela y de un largo proceso de repatriación que todavía no termina para Costa Rica.
En el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, principal de Venezuela, se retuvieron 56 piezas precolombinas de Costa Rica.
Ocurrió en octubre de 2010, cuando el Instituto de Patrimonio Cultural de Venezuela prohibió su traslado a Estados Unidos. Los responsables formaban parte de la sociedad comercial Casa de los Jaguares.
La famosa vivienda fue allanada en 2014, cuando la Policía venezolana decomisó un lote adicional con 67 reliquias costarricenses.
Los oficiales colocaron una cinta de seguridad policial alrededor de la casa, pero no fue obstáculo para que la familia, que presuntamente vendió la propiedad, sacara de allí otras 71 piezas. El Instituto de Patrimonio descubrió la jugada y las incautó.
En total, las antigüedades costarricenses bajo el cuido de Venezuela son 194, un conjunto de valor extraordinario que, después de seis años y tres Cartas Rogatorias, Costa Rica no ha logrado repatriar.
Mannil lamentaba no poder coleccionar todo y “se limitó” a adquirir más de 2.000 piezas precolombinas en 25 años. Ahora, el resultado de su manía de toda una vida le costará $35.000 (casi ¢20 millones) al Museo Nacional. En 53 cajas se colocarán las cinco toneladas de metates, barriles y detalladas esculturas entre las que Harry Mannil daba sus pasos en Caracas. Algún día, los jaguares también volverán a casa.