Cuando el gran campeón Iván Lendl se topó en 1987 con un joven tenista de nombre Andre Agassi, dos detalles le llamaron la atención de aquella nueva promesa: el buen golpe de derecha y el estrafalario corte de cabello.
Con los años, el pelo desapareció de la vida de Agassi, pero el latigazo que le pegaba a la pelota lo acompañó estas últimas dos décadas y lo elevó al exclusivo olimpo de los tenistas históricos.
Aquel chico de Las Vegas, hijo de un inmigrante iraní, está a punto de decir adiós como profesional. Escogió la actual versión del Abierto de Estados Unidos, uno de los grandes del circuito mundial, para que su retiro no se convierta en una noticia más.
Agassi, un veterano de 36 años, irrumpió en el tenis profesional en 1986 luego de recibir formación en la academia de Nick Bolletieri en Miami, una verdadera fábrica de campeones.
Cuando jugó sus primeros torneos, llamó la atención más por la extravagante ropa y corte de pelo que por el éxito de los raquetazos.
Fue al inicio de los 90 que lo empezaron a tomar en serio. Primero venció a Stefan Edberg (una vaca sagrada de aquellos años) en la final de la Copa Másters de 1990, y luego terminó de consolidarse con su victoria en Wimbledon 92.
Para jugar en la Catedral inglesa, en el torneo más prestigioso y conservador de este deporte, tuvo que engavetar las camisas fosforescentes y aceptar vestir de blanco estricto, el único color de ropa que se permite en Wimbledon.
Aunque las revistas de moda perdieron esa vez a uno de los más estrambóticos deportistas, el tenis ganó a un campeón que dejaría, con algunos altibajos, huella en los 14 años siguientes.
Sube y baja. Agassi llegó a la cúspide en 1995, cuando se convirtió en el número uno del ranquin de tenistas profesionales.
No obstante, arrinconado por las lesiones y por los problemas de su vida privada, sufrió una crisis de motivación que lo hizo descender hasta el puesto 141 en 1997.
Mientras Pete Sampras le robaba amplias porciones de gloria que probablemente estaban destinadas a ser suyas, Andre tuvo que volver a construir su carrera casi desde el comienzo.
Volvió a ganar un Grand Slam en 1999, y desde entonces se mantuvo siempre en la cima.
El mundo del tenis le reconoce su maestría en el juego de fondo, que le permite compensar su debilidad a la hora de subir a la red.
El año pasado todos pensaban que diría adiós tras perder la final del Abierto estadounidense ante Roger Federer. Pero el chico de Las Vegas volvió este año en busca de su último aplauso.