Un tablero de ajedrez que estuvo guardado durante 20 años, le cambió la vida a la familia Ramírez Álvarez.
Jorge Ramírez se había comprado aquel juego a sus 15 años, pero el estudio, luego el trabajo y finalmente la familia no le dejaron tiempo para volverlo a usar.
Un día decidió desempolvarlo, para enseñarle a su pequeño Alejandro cómo mover las piezas, sin saber que esa travesura marcaría el futuro de su primogénito.
“Él me hizo prometerle que le ayudaría a ser campeón del mundo”, recuerda ahora don Jorge.
Desde entonces, en el hogar que formó junto con Marjorie Álvarez –y del que también nació Marcela, de 11 años– se desayuna, almuerza y cena ajedrez.
El amor de sus padres y el apoyo que ha surgido de ese sentimiento, es precisamente la plataforma desde la cual Alejandro lanzó su prometedora carrera.
El subcampeón nacional de ajedrez hoy se dedica solo a practicar ese deporte, al cual dedica ocho horas diarias de trabajo.
“Él es un autodidacta”, confiesa su padre, quien dedida una o dos horas diarias a ayudarlo en el aspecto conceptual del deporte.
Doña Marjorie es la que se encarga de la logística de su carrera: coordina con sus patrocinadores (GBM y la Universidad Florencio del Castillo), busca torneos y elabora su calendario.
De esta forma, Alejandro se dedica de lleno a su preparación técnica y táctica.
Los papás de Alejandro saben que él necesita el apoyo de un maestro, por lo cual contrataron la asesoría del gran maestro ruso Kalifman, vía correo electrónico.
“Él es un jugador que puede tener un gran pico un día y al siguiente experimentar un bajonazo”, aseguran sus progenitores.
Pero saben que tiene el tiempo a su favor, y esperan que con la madurez que dan los años y los torneos, pueda alcanzar su sueño de ajedrecista profesional.