Son las 5:45 a. m. y el sol no ha terminado de salir en Tamarindo de Guanacaste.
Un grupo de adolescentes con la piel tostada comienza a engrosar sus filas. Vienen armados. Paños, tablas de surf, pantalonetas, vestidos de baño y wetsuits ... los suministros que necesitarán para el día están completos.
Esperan en el cruce de Villareal –a 15 minutos del centro– al bus que los llevará a su refugio. Hoy es martes, pero podría ser sábado. Por nuestra visita replicaron entre semana la misma rutina de todos sus fines de semana.
Primera parada: Villareal; segunda parada: Brasilito; tercera parada: el alucinante paraíso que custodia Playa Grande.
Son las 7 a. m. y la cuadrilla de jóvenes ya revuelca la arena con sus ejercicios: 20 burpees , 10 minutos trotando, lagartijas y luego al agua.
“Mínimo tres olas cada uno”, dispara la surfista profesional Andrea Díaz. “Recuerden ver siempre por encima del hombro. ¡No vean la tabla, vean la ola!”.
Las palabras de Andrea en una playa tomada desde tempranas horas de la mañana por decenas de surfistas no tienen tono de consejo, sino de orden.
Así debe ser. Díaz está consciente de que no está entrenando surfistas profesionales, pero sí moldeando un sueño que inició hace cuatro años. Es la capitana de un barco con demasiado impulso como para detenerse.
“En la hora de entrenamiento soy un militar”, dice y no perdona. Hoy se suda y los músculos sufren. Hoy, como en cada entrenamiento, se deja todo entre la espuma del mar.
Son 35 jóvenes de Villareal, Huacas, Brasilito y Santa Rosa los que actualmente conforman el programa Surf for Youth (S4Y), una iniciativa que comenzó a puro corazón y sin ruta definida.
“Si vos me preguntás a mi por qué nació el programa, yo te digo: no tengo ni la menor idea”, dice Andrea.
Se asomó la ola
Andrea Díaz no llegó a las playas de Costa Rica con tabla en mano, sino como una nadadora competitiva. Migró después al deporte que –asegura– le cambió la vida y se adueñó del título de campeona del Circuito Nacional de Surf en la categoría de Masters.
Viajó por el mundo representando a Costa Rica en competencias profesionales, patrocinada por la renombrada marca Roxy, y ahora es la única instructora femenina de surf nivel dos.
“Somos solo como seis coaches en Costa Rica”, cuenta. “A nosotros no nos costaba nada ofrecer este servicio. Nació como una iniciativa para poder darle algo de vuelta a la comunidad. Cuando yo me metí a surfear, veía que no habían ‘cholitos’ en el mar”. La idea tomó forma y los ‘cholitos’ (como Díaz se refiere a los jóvenes locales) fueron cada vez más.
El programa se enmarca hoy bajo la sombrilla de la Asociación Cepia y busca fomentar la disciplina y la inclusión social y escolar en niños y jóvenes de escasos recursos de la zona de Tamarindo por medio de la práctica del deporte que aman.
En el 2012, Andrea organizó el primer torneo de S4Y en Marbella, con algunas de las grandes promesas del surfing nacional como invitados: Cali Muñoz, Isaac Vega, Gilbert Brown y Diego Naranjo, entre otros.
“Lo que hicimos fue pedirles a los surfistas y a la industria que me ayudaran a traer tablas de surf, pantalonetas, licras y todo lo que necesitábamos para empezar a armar a estos chiquillos”, dice.
La estructura se fue construyendo según las necesidades que detectaron, así como también sus objetivos. “Hace tres años dijimos: ‘El requisito número uno para estar en S4Y es que estés en la escuela y que tengás buenas calificaciones’. No buscábamos talentos”, dice.
“Al inicio yo tenía un montón de talentos pero que eran vagos y es justo ese el paradigma que hemos logrado romper, porque mucha gente me decía: ‘Andrea, lo que andás haciendo es alcahuetear vagos’”.
Zoilhy Soto se unió al equipo y se echó al hombro las necesarias tutorías académicas para que mejoraran su rendimiento en el colegio. “La espiritualidad, la educación y el deporte tienen que ir juntos, y uno motiva al otro”, asegura Soto. Es por eso que en sus prácticas también incluyen media hora ‘devocional’, un tiempo que le dedican a la espiritualidad.
“Yo creo mucho en la psicología deportiva”, apunta Andrea. “No gano nada haciendo campeones mundiales si son vacíos por dentro”.
Entrar a ser parte del grupo implica adquirir un compromiso firmado en el que aceptan cumplir los requisitos de asistencia, responsabilidad, puntualidad e interés. Les dejan claro el panorama: surfear no es un juego. La pasión por dominar las olas, al igual que cualquier otro amor, exige dedicación, pero sobre todo tiempo.
“Yo tengo dos filosofías para mis entrenamientos”, cuenta Díaz. “La primera es que entrenen tan duro y estén tan acostumbrados al cansancio físico que cuando tengan problemas en la vida les sea fácil manejarlo; y segundo, que lleguen tan cansados a la casa que no quieran agarrar calle”.
Superación
Francisco Coronado nos abre las puertas de su casa. Tres tablas de surf resaltan entre el humilde mobiliario y descansan sobre una de las paredes del pequeño espacio en Brasilito, donde vive con su mamá y hermano.
Hace cuatro años, esas tablas no estaban ahí. En ese momento, Francisco no conocía a Andrea, ni sabía surfear. Tampoco había alcanzado el tercer lugar en el Circuito Nacional de Surf en su categoría y ninguna marca lo patrocinaba.
No era muy bueno en el colegio, dice con una sonrisa pícara. La descripción que da Andrea es más tajante: “Era un chiquillo problemático y rebelde”, espeta.
Sin buscarlo, el joven de 16 años es ahora la cara del programa: una de las pruebas de que el impacto sí existe y de que el proyecto funciona. Gracias a S4Y, hoy goza de una beca en el colegio privado Tide Academy.
Al conversar, Francisco es tímido y reservado. Cuando está sobre su tabla se transforma y el coraje lo consume: ese mismo que se necesita para domesticar a la naturaleza enfurecida. Es otro el que hace acrobacias sobre las paredes de agua.
“No sabría dónde estaría si no fuera por Andrea”, dice.
“Quisiera seguir surfeando y compitiendo, pero tampoco lo quiero agarrar como primera base, sino que quiero tener mi respaldo. Quiero ser arquitecto o ingeniero en sistemas”, agrega el joven.
Le molesta cuando los llaman vagos. Le fastidia cuando no entienden el esfuerzo que implica lanzarse al mar. “Ellas formaron vagos para ser pilares en la comunidad. Es algo muy lindo”.
Su testimonio no dista mucho del de los demás. Henry Ríos, conocido como Pipi, también consiguió gracias a S4Y una beca en el colegio privado La Paz.
Algunos de sus conocidos con los que empezó a surfear ya lo dejaron. “Están mal”, menciona. “Hay unos que ya los agarraron presos, otros están en drogas. Comenzaron con nosotros (en S4Y) pero se descarriaron”.
“Cuando entré al programa y estaba en el cole de ‘Villa’ era un desmadre. Cambié cuando me metieron a otro colegio”, cuenta Pipi. “(Surf for Youth) ha cambiado más de una vida en una comunidad que no va por muy buen camino, pero las vidas que tocó son como la luz... diría yo”.
Para ellos, surfear es su excusa, y a la vez no. Es una herramienta para alcanzar un fin, lo saben; ¡pero cómo disfrutan el proceso!
También se sufre... se transpira, se agotan energías y se vuelven a recargar.
La mayoría sueñan con ser surfistas profesionales, pero Andrea insiste en que se olviden de eso; que lo primero es el estudio.
Mientras los entrena, se describe como el ‘policía malo’, pero a la vez saca las garras por cualquiera. “Son mis hijos”. También es flexible cuando tiene que serlo.
“Si tengo algún chiquillo que me lo han sacado del colegio o que lo han suspendido, yo le digo: ‘Perfecto, quédese en el programa. Puede venir a entrenar, pero los que gozan de los beneficios y van con todo pago al Circuito Nacional son los 10 primeros promedios’”.
Su exigencia se la atribuye a su propio testimonio. Ella ya pasó por donde asustan y no quiere nada parecido para ninguno.
Renacer
Antes de abrirse sólido camino esquivando la fuerza del mar, Andrea tocó fondo.
“Empecé a dejar el deporte. Mi exceso de energía pasó de ser canalizado positivamente a ser canalizado negativamente, al punto que me echaron del colegio”, recuerda. En ese momento descubrió cómo irse de su casa con una excusa válida. Se apuntó como voluntaria en el Parque Nacional Marino las Baulas en Playa Grande.
“Un día crucé el estero y descubrí Tamarindo. Terminé viviendo en un contenedor con cinco muchachos, trabajando por comida, jalando ‘perico’ y haciendo todas las drogas durante un mes”.
Pudo salir a tiempo.
Dos factores fueron los que la trajeron de vuelta: la disciplina que le exigió su ingreso al mundo del surf y su conversión al cristianismo.
Hoy es madre soltera de tres niños. La mayor, Lía, ya le sigue los pasos. A sus 12 años ya es campeona nacional en su categoría e integrante de la Selección Nacional de Surf.
“Una de las razones por las que ellos me respetan es porque surfeo y los ‘parto’ a todos”, revela con orgullo. “No es lo mismo si yo fuera una coach súper gorda diciéndoles qué hago, a... a ver quién me gana a mí haciendo más lagartijas, verdad”.
El motor
Hasta el mes pasado, Surf for Youth contaba con un patrocinio significativo que les prometía estabilidad. “Cuando entró el financiamiento pudimos extender el grupo inicial de 15 chicos a clases para mujeres, principiantes y a alto rendimiento o competición”, dice. Además, podía darle a cada grupo un par de clases entre semana.
Sostiene que fueron las diferencias ideológicas con el principal patrocinador lo que hizo que se interrumpieran los fondos, sin tiempo para reaccionar.
La incertidumbre hoy los agobia. Aunque abrieron una escuela abierta de surf y están planeando inaugurar la empresa social Abba Café para poder costear los gastos de transporte, equipo y alimentación, hoy los números no cierran.
En las condiciones actuales, el grupo deberá reducirse y el número de clases aminorarse.
Promesa
José Daniel Soto es la mano derecha del staff . Se acaba de graduar del colegio con honores y este año empezará la carrera de Ingeniería Topográfica en la Universidad Nacional.
“El programa me ha ayudado bastante en cuanto a disciplina y a saber que tengo responsabilidades y que si uno lucha por las cosas que quiere, más adelante puede ver los frutos, pero eso solo se logra con esfuerzo”, dice.
La prioridad de Soto es ser un ingeniero profesional porque sabe que las probabilidades que tiene de vivir del surf no son altas. “Ojalá que la gente conozca primero antes de decir que los surfos somos unos vagos, que no hacemos nada, que fumamos y tomamos. Queremos que conozcan y que vean las cosas buenas que hace el programa”, agrega.
La meta de Andrea, de Zoilhy y de los gerentes de operación –Loda y Karen Carozzi– es que algún día los mismos jóvenes tomen su lugar. Que sigan creando líderes como José Daniel.
A su madre, Frine Villafuerte, el orgullo se le desborda por los ojos. “Lo bonito es que ella les pide disciplina”, dice. “Todo mundo me pregunta si no me da miedo (que entrene) pero no puedo ser yo la que le detenga eso. Es algo que a él le gusta”.
“Yo solo lo persigno y se lo encomiendo a Dios. Cuando lo oigo entrar siento una paz… es parte de ser madre”, añade. “Él sueña con ser Sla... Slater, algo así. Él me dice nombres y me viene a contar sobre los surfos. Me dice: ‘Ay ma, cuando yo esté ahí’. Pero todo poco a poco”.
El sueño de llegar algún día a pisarle los talones al once veces campeón mundial, el californiano Kelly Slater, no le pertenece únicamente a José Daniel.
Todos saben que que no será fácil. Saben que es una abrumadora minoría de deportistas los que pueden sostenerse únicamente a punta de domar las olas, pero poco importa. Hoy, soñar se permite. Es su motor y por él se mueven.
En el agua no existen las drogas, las notas del colegio, los problemas de la casa. En el agua, lo único que existe es la siguiente ola... y eso es todo lo que importa.