Santos, Brasil. Fuma un cigarrillo tras otro y dice que nunca intentó dejarlo. También adora la palabra “hijueputa” y la emplea en un 99% de sus frases.
Pero entre el humo y el insulto que no paran de salir compulsivamente de su boca, se intercala una cátedra de sorprendente intelecto llena de citas de enormes autores, la cual cambió de golpe lo que sería una simple entrevista a una condimentada semblanza.
Jaime Perozzo es el otro acento colombiano que se escucha en las filas de la Selección. Y cumple una tarea quizás tan importante como la de su compatriota, el técnico Jorge Luis Pinto, a quien dice conocer hace 23 años.
Él es ese hombre casi calvo y de anteojos que quizás algunos hayan visto sentado cerca del banquillo de suplentes, preguntándose quién diablos es.
Aparece claramente en la repetición del gol de Marcos Ureña frente a Uruguay, anotación que con sinceridad dice que celebró como pocas veces, pues normalmente está evaluando conductas y comportamientos. Se lo exige su profesión de psicólogo y sociólogo.
‘Tata’ le dicen la mayoría de los futbolistas ticos a este hombre bravo de pinta, pero más que amable después de superar la barrera del primer saludo. Lo delata su rasposa carcajada a apenas unos minutos de sentarse en la mesa y pedirle al salonero del hotel Mendes Plaza, en Santos, Brasil una taza de café “bieeeen fuerte”.
“Ellos me cuentan todo. Creo que hasta más que a sus familias. Llevo más de 1.000 clínicas individuales con este equipo. Creo que me quieren mucho”, aduce ante la consulta de cómo es la relación con los miembros del plantel.
“¿En qué consiste su trabajo en el equipo?”, fue la nueva pregunta. La respuesta duró 30 minutos, llevando al traste el plan original.
Proceso. Entre bocanada y madrazo, tomó posesión de la libreta que tenía al frente y desglosó el proceso de la Tricolor desde el primer partido de la eliminatoria hasta el juego de mañana ante Grecia con un diagrama tan claro y sencillo como la rosa de los vientos.
Las claves: encontrar en el camino el nexo entre la aptitud y la actitud, virtudes que hasta antes del Mundial aparecieron por aparte.
“Yo no soy motivador de nada. Eso es un invento norteamericano. Si usted hace lo que le gusta, nadie lo tiene que motivar”, dijo.
“Lo que hice fue eliminar problemas de racionalización del equipo”, arrancó.
“Nos enfocamos en la cohesión de la meta, es decir, cambiar el yo por nosotros. También en la cohesión de la tarea: hacerlos entender que la táctica es perfección en tiempo y espacio y tener valores como el respeto, la tolerancia y la honradez”, remata este padre de tres, profesor universitario y oriundo de Cúcuta, a quien ni siquiera Pinto le interrumpe una de sus charlas. Hoy es parte clave de la historia tica.