Orlando de León tiene línea directa con el éxito. En el otoño de su vida acaba de coronar el sétimo ascenso a la Primera División, con el Municipal Liberia, sin renunciar a los códigos futboleros que son marca de fábrica en él.
Porque no basta con largar el grito de campeón en la Liga de Ascenso. Hay que hacerlo jugando bien, con futbolistas jóvenes y un profundo respeto por los valores del juego. Esa combinación explica su vigencia como entrenador a los 70 años.
El charrúa es uno de esos dinosaurios del Parque Jurásico de nuestro fútbol —como Odir Jacques— que vive pegado a la línea de cal para mantener encendidas las luces de la ilusión.
El sentido de su vida es convertir en futbolista a cualquier joven sin nombre, armar un equipo en donde otro entrenador lo pensaría dos veces y conducir un proceso que termine en noche de gloria con medalla de campeón colgada al pecho.
Llegó al país en los 70. Tenía pinta de Beatle, con una melena rebelde, infaltables lentes gruesos y un verbo pasional que no medía riesgos a la hora de largar verdades.
Inauguró en el país las ruedas de prensa calientes, en 1972, cuando su Asociación Deportiva Ramonense (ADR) liderada por los también uruguayos Jorge Santos y Thelmo Blanco se atrevió a disputarle el protagonismo al Saprissa que se embolsaría seis títulos en fila.
De León fue el primer entrenador que puso conceptos claros en las libretas de los cronistas, obligó a actualizarse para saber por dónde andaba la verdad del fútbol y apadrinó charlas para todo aquel que se acercara con el propósito de aprender.
Tozudo, perseverante, hacedor de imposibles, devoto de la motivación y dueño de un ojo clínico para diseccionar los movimientos de un rival, convirtió el ahora viejo casete de video en una herramienta de trabajo tan útil como la pizarra.
El éxito con la ADR lo empujó a una primera escala en Herediano, entre 1974 y 1976.
Fue una declaración de amor porque ahí sentó las bases de una relación que tendría momentos inolvidables en la temporada 1990-1991.
La historia recordará ese pasaje como El Kinder florense, cuando bautizó en Primera a una generación de futbolistas notables entre los que estaban Kenneth Paniagua y Mauricio Solís, por mencionar tan solo a dos.
De León ha ido y venido por equipos de todas las raleas con la personalidad intacta.
Jamás lo mareó la fama, descubrió a legiones de futbolistas y se entregó con profesionalismo a su causa.
Más que el mago de los ascensos en el libro de récords Guinness, Orlando de León Cattalurda es un ser humano ejemplar.