En el reducto morado, un penal sobre Saborío marcó la diferencia en contra del Brujas; ayer en el Estadio Nacional, la inoperancia ofensiva y los yerros del portero terminaron por enterrar las aspiraciones del Brujas de Escazú.
Negar la entrega y las ganas del equipo local por alcanzar la final del Torneo de Clausura sería injusto, pero también es cierto que en el futbol los méritos terminan por significar nada cuando los goles no caen.
En la escuadra de Escazú fue evidente la inexistencia de una figura ofensiva que marcara la diferencia, y fue aún más clara la dependencia sobre el accionar de Leandro Gobatto, quien para colmo de males ayer no llegó en su mejor día.
"Lastimosamente Gobatto no deplegó su mejor juego y por ahí perdimos peso en el partido, pero aún así, él fue una figura importante para llegar hasta aquí", dijo el estratega del Brujas, Carlos Restrepo, al final del juego.
Lapidario. Si la ineficiencia ofensiva se mezcla con la defensiva, la receta culmina siempre con un mismo sabor, una propuesta futbolística destinada al fracaso.
Si esta situación se da en una etapa semifinal y en los últimos 45 minutos de 180 pactados, resulta lapidaria desde todo punto de vista, porque no solo se ve perjudicado el que incurre en el error, sino que también le da alas al rival.
Para muestra un botón: un error del portero de Brujas, Adrián de Lemos, le pintó el panorama oscuro, como las nubes que cubrían el sector del Estadio Nacional, al equipo adoptado por los escazuceños.
Así comenzó a plasmarse el marcador final del partido.
Centeno, quien prácticamente no aparecía en el partido, aprovechó el descuido local, sacó su astucia y anotó.
"Reconozco mi error, la cancha me jugó una mala pasada; resbalé y entregué mal la pelota. Le quedó a Centeno y ahí se decidió mucho del resultado final del juego", aceptó De Lemos.