El verdadero espectro que atormentaba en el estadio Ricardo Saprissa en los últimos partidos era el fantasma de la derrota. Ayer logró meter miedo hasta el minuto 60, pero entonces entró Allan Alemán y empezó el exorcismo.
Saprissa mutó repentinamente. Olvidó los estériles remates lejanos del primer tiempo, que no le dieron resultado, metió el balón al área chica con centros incómodos y halló la ruta hacia el gol.
Puntarenas, en cambio, fue la imagen viva de la impotencia. Los porteños vieron cómo se degradaba su propio sistema de juego en solo media hora: pasaron de dominar el marcador y tener en raya al Saprissa, a convertirse en un coladero, sufrir cinco anotaciones y devolverse a casa con el pesado bulto de una goleada.
Semejante vuelco lleva el nombre de Allan Alemán. Aunque los cambios son para eso, para marcar diferencia, pocas veces un jugador de relevo es capaz de trazar una línea de “antes y después” con tanta contundencia como lo hizo ayer el pequeño delantero.
Anotó dos goles y sirvió los otros tres. Hizo justo lo que se espera de un atacante: cada vez que tuvo el balón en los pies, algo malo le pasó al equipo rival.
Antes de su ingreso, el partido era otro. Es cierto que Saprissa no había jugado mal, pero falló dos veces defendiendo en jugadas de bola muerta y careció de pegada ante el arco porteño.
Con el 0-4 ante Carmelita aún fresco, el fantasma de otro ridículo en casa empezó a merodear entre los tibaseños. Hasta que Alemán pidió la palabra.
Precisión. La buena estrella se empezó a sentir a los pocos segundos: Allan no tenía ni un minuto en la cancha cuando cazó una bola en el área y puso el 1-2.
A partir de ahí nadie le pudo impedir a Alemán montar su show . Contagió a los demás jugadores morados, como Alpízar y Solís, que guiados por su futbol encontraron finalmente el gol.
Para entender lo de Puntarenas quizás haya que apelar a la sicología deportiva. Porque también es posible atragantarse de éxito, y parece que ayer los porteños se asustaron de su propia grandeza cuando tenían contra las cuerdas a la “S”.
En aquellos 30 minutos finales, cada avance del cuadro morado abría un nuevo boquete en la defensa visitante; cada llegada ponía en evidencia alguna desatención inusual en los zagueros porteños, conocidos por su seguridad.
Pero en lugar de aprender de tales errores, la crisis se agudizaba a cada instante. El pitazo final fue casi un acto de compasión para un equipo que hace rato naufragaba.
Mario Camacho descubrió un pequeño oasis a cuatro minutos del cierre, con una espectacular chilena que hubiera significado el 3-3 en ese momento. Mas, su remate pegó en el horizontal y con él murió cualquier esperanza de salir de Tibás con un marcador digno.
Por el contrario, Alemán sacó un par de trucos más de la manga, cuando el duelo expiraba, y le dio tintes de escándalo a la paliza.
Su juego pícaro y efectivo alejó fantasmas y, al menos por ahora, ayudó a restañar la confianza de los aficionados.
De la mano de un delantero suplente, Saprissa hizo valer aquel lugar común que utiliza para castigar a los rivales que no saben cómo defender un marcador en la Cueva : “No se repartan nada”.