Siete títulos de 13 posibles. El dato impresiona. Pero es engañoso. A pesar de la victoria mexicana con un 3-1 inobjetable ante Jamaica en la final de la Copa de Oro, quedó flotando la sensación de que en la Concacaf se está gestando un nuevo orden que va más allá de una profunda reorganización administrativa en medio de denuncias de corrupción de sus principales dirigentes, y se extiende también al ámbito deportivo.
Panamá, de hecho, vapuleó a los mexicanos jugando con un hombre menos y fue eliminada en las semifinales tras una de varias fallas arbitrales que favorecieron a su rival. Jamaica, otro equipo habitualmente de relleno, avanzó a la final al eliminar a Estados Unidos.
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Es por este motivo que el orden establecido sufrió tremendo remezón y las eliminatorias de la Copa Mundial del 2018 en Rusia se perfilan como las más reñidas, probablemente, de la historia.
Costa Rica, sensación de la última Copa Mundial, no pasó de los cuartos de final. Estados Unidos, campeón o subcampeón en nueve de las 12 ediciones jugadas hasta ahora, dejó una imagen muy desdibujada y México llegó a la final con la ayuda de fallas arbitrales.
El reacomodo de piezas se produce en momentos en que la Concacaf hace frente a una profunda crisis derivada de las acusaciones de corrupción hechas por Estados Unidos al presidente Jeffrey Webb y de su predecesor Jack Warner. Webb fue deportado por las Islas Caimán a Estados Unidos y Werner enfrenta un combate un pedido de deportación en Trinidad y Tobago. Se los acusa de una serie de delitos, incluidos falta de transparencia y pagos y cobros de sobornos.
Honduras, que también estuvo en el Mundial de Brasil, no sobrevivió a la primera ronda.
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Panamá y Jamaica dieron la nota a fuerza de ganas y de garra. Las diferencias futbolísticas no fueron tan grandes. Pero mostraron el temple que les faltó a sus más encumbrados rivales y les arrancaron buenos resultados mostrando mayor convicción. Es de prever que irán a las eliminatorias entonados, sobre todo los panameños, que ya habían sido subcampeones en el 2013 y habían golpeado las puertas de su primer Mundial en las últimas eliminatorias.
El nivel futbolístico del torneo fue extremadamente pobre y no ayudó la organización. Hubo críticas generalizadas a los arbitrajes y al hecho de que la copa se jugó en sedes muy distantes, obligando a los equipos a viajar de una punta a la otra de Estados Unidos constantemente. Costa Rica, por ejemplo, jugó su primer partido en Carson, California, al oeste, y los siguientes en Houston, al sur, Toronto, al norte, y en East Rutherford, en las afueras de Nueva York, al este.
Los arbitrajes fueron un capítulo aparte y los fallos favorables a México, el equipo con más arrastre y que más dinero genera, por mucho, no hicieron nada por despejar las suspicacias en torno a los manejos de la CONCACAF.