El 27 de mayo de 2015, la detención de siete altos dirigentes del fútbol mundial enlodó la cancha de la FIFA.
Aquel día, vestido con un traje oscuro, el costarricense Eduardo Li abandonó el lujoso hotel Baur au Lac de Zúrich, Suiza, acompañado por oficiales de la Policía de ese país. El tico era uno de los hombres a quienes la Justicia de EE. UU. tenía en su lista de "objetivos" en el megaoperativo que con los días acabó llamándose FIFAGate.
La imagen distorsionada de una cámara de televisión solo captó el momento en el que el tico se subió a la parte trasera de un automóvil estilo hatchback, que en segundos aceleró y se esfumó.
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Nunca se supo qué pasó minutos después de la detención de Li, salvo que el expresidente de la Federación Costarricense de Fútbol (Fedefútbol) fue llevado a una comisaría local para ser interrogado por primera vez.
"El primer impacto fue sobre lo que él estaba pasando (...) fueron momentos muy complicados", recordó a La Nación Rodolfo Villalobos, para entonces tesorero federativo y reconocido amigo de Li, quien lo acompañaba en ese viaje a Europa.
Con la fuerza de un huracán desvastador, la noticia golpeó a la familia de Li, que se enteró de la detención mediante un pariente en Costa Rica.
La preocupación e incertidumbre creció... la condición de hipertenso y diabético del exjerarca del balompié nacional encendió la luz de alerta en el círculo más íntimo.
"Personalmente ha sido terrible, todos estamos muy golpeados, pero tenemos la fe de que se aclaren las cosas", reconoció a este diario Mally Chaves, exesposa de Li, un día después de la captura.
El 4 de junio, la vida de Li empezó a cambiar. La Oficina Federal de Justicia de Suiza reubicó al todavía presidente de la Fedefútbol en la cárcel de Winterhur, una prisión para 48 personas donde recibió atención médica, psicológica y espiritual.
En Winterhur, el porteño aprendió a armar bicicletas y entabló relaciones cordiales con el personal que labora ahí. Las visitas regulares de sus dos hijos le sirvieron de bálsamo para mitigar la complicada situación que atravesaba.
Meses después, en una carta dirigida a la Fiscalía de EE. UU., el director de la cárcel reveló que en los 205 días que el costarricense permaneció en dicha prisión: "cumplió con todas las normas y condiciones de manera ejemplar. Nunca hubo medidas disciplinarias y tampoco hubo objeciones hacia él".
En Suiza, a Li le tocó pasar el Día del Padre detenido y cumplir 57 años de edad (11 de noviembre), mientras se resolvía su proceso de extradición a suelo norteamericano.
El dilatado proceso legal se extendió hasta diciembre de 2015. El 14 de ese mes, el plan cambió: Li decidió renunciar a la extradición y presentarse ante la Justicia de EE. UU. por voluntad propia.
"El principio de inocencia cobija a don Eduardo, tanto en Estados Unidos como en Costa Rica, y él ha tomado la decisión de atender directamente los cargos en ese país, en lugar de hacerlo a través del proceso de extradición", justificó Róger Guevara, el abogado tico, quien ha estado al frente de la defensa.
Cinco días después, por primera vez desde que fue detenido, Li abordó un avión sin escalas a la Costa Este de EE. UU.
Vestido con un jeans azul, saco, camiseta y zapatos negros, ante la consulta de un juez en la Corte del Distrito Este de Nueva York, el nacional respondió con voz firme: "No culpable". Y así comenzó otro periplo en una prisión, pero ahora en Estados Unidos.
En una celda, del Centro de Detención Metropolitano de Brooklyn, Li pasó la Navidad y recibió el año 2016.
Estar en pie a las 6 a. m., tener limpia su celda antes de las 7:30 a. m., compartir con otro recluso, utilizar un uniforme verde y respetar los tres tiempos de comidas se convirtieron en una rutina implacable los 82 días que estuvo preso en dicho centro.
Ahí podía recibir visitas de lunes a domingo, sin embargo, las muestras de afecto debían limitarse a un breve abrazo y beso al comienzo y al final de cada encuentro.
Al igual que todos los reclusos, estaba obligado a conservar el orden en áreas comunes, entre ellas zonas de recreo, duchas y una sección habilitada para ver televisión.
Aunque nunca trascendió que se enfermera, el estado físico de Eduardo Li sufrió el efecto de estar tras las rejas.
Para marzo, quien fuera presidente del Puntarenas FC, había perdido cerca de 10 kilos.
"Es muy duro verlo así, realmente impacta", contó a La Nación su exmujer en una entrevista que cedió en aquella oportunidad.
El 8 de marzo y tras un intento fallido de que le aprobaran un paquete de fianza, Li recibió el beneficio de estar bajo arresto domiciliario en un apartamento en Nueva Jersey.
"Es el primer round, pero todavía falta lo más duro", declaró su hija Andrea, una vez que trascendió la resolución.
"Creemos firmemente en que pueda limpiar su cara y recuperar su vida", enfatizó la muchacha.
Tras entregar el pasaporte, abonar una millonaria fianza y comprometerse a estar bajo vigilancia electrónica las 24 horas del día, el costarricense tuvo de acompañante a su sobrino Andrés, con el que pasó los últimos 213 días en Nueva Jersey.
Las visitas a la Corte se volvieron rutina así como fotografías de él caminando por una acera frente a la Corte.
Este viernes, cuando se cumplen 500 días de haber perdido la libertad, Li se declaró culpable ante la jueza Pamela Chen.