Saprissa revitalizó en el clásico toda la causa morada, esa que desde junio anterior trabaja en pos de un bicampeonato que nunca antes en su Invierno de altibajos se vio tan posible.
El conjunto tibaseño llegó al duelo contra su archirrival con el peso de la incertidumbre de una defensa permisiva y una portería sin dueño, mirando a los manudos a seis puntos de distancia y con la enorme deuda pendiente de no haber conseguido derrotar a ninguno de los “grandes” en todo el torneo.
De ahí se explica mucho del resfrío de una buena parte del saprissismo en la previa, inseguro sobre qué tanta fe podía depositar en esa revolución comandada por Jeaustin Campos que ya había sufrido un amargo revés en el Ricardo Saprissa.
Es entonces bajo ese panorama que se debe enmarcar el peso de su victoria 0-2 en el Estadio Nacional, tres puntos que se duplican en la tabla y que, como bien dijo Campos, envían dos mensajes directos: el más importante hacia el grupo, el otro hacia los rivales.
Vital. La tarea de vencer a la Liga disparó a tope el ánimo de Saprissa por muchas razones, la más importante quizás esa necesidad propia de conseguir un triunfo de autoridad frente a un rival de atestados, un pendiente que se saldó en La Sabana.
Lo otro era esa obligación vital de mantener a mano a los erizos e impedirles una fuga pronunciada en la clasificación, un golpe no solo estratégico sino también psicológico, porque perder un clásico siempre duele y más si se está a las puertas de una segunda ronda.
Y finalmente estaba revestirse con un aire de autoridad antes de que vengan Cartaginés (a hoy pactado para el miércoles), la UCR (domingo) y Herediano (el siguiente miércoles), todos rivales directos en el horizonte morado y que dictarán mucho de su futuro.
“El triunfo era vital, primero para recortar a un rival directo y luego porque se había generado todo un tema de favoritismo (sic) hacia la Liga por el clásico anterior. Hoy se ve que en un clásico no hay favoritos, gana el que hace mejor las cosas”, sentenció Alexánder Robinson.