A 2.853 kilómetros de distancia, el padre de Ariel, Erick Rodríguez, se arrodilló frente al televisor y soltó las lágrimas; los hermanos de Ariel, Erick y Anny, también lo hicieron, mientras su madre, Grace, disfrutaba del tanto en las gradas del Toyota Stadium en Dallas.
Ariel no lloró solo.
El tanto del goleador caló profundo en la familia de Rodríguez, tan acostumbrada a mirar de cerca los esfuerzos del centro delantero para tener su anhelada oportunidad.
En medio de la alegría, es inevitable recordar el día en que llegó a su casa a las 11 de la noche después de 25 horas de vuelo desde Tailandia. La mañana siguiente se levantó a las 5 a. m. para ir a entrenar.
A la hora del partido no jugó un solo minuto, tal como sucedió después de hacer 11 vuelos. Más de 60.000 kilómetros de viaje para esperar su gran oportunidad en la Tricolor .
Cuando cayó el gol, apenas a los tres minutos, la familia no pudo aguantar el llanto. El propio futbolista les había prometido que el gol llegaría en esta Copa. Hubo que esperar hasta el tercer juego, después de dos duelos en el banquillo frente a Canadá y Honduras.
“Nosotros como familia sabíamos que iba a anotar. Habíamos orado mucho”, contó don Erick, a quien se le cortó la voz en varias ocasiones, tal como le sucedió a su hijo cuando le tocó hablar ante los medios.
A la distancia le tocó vivir la primera Copa Oro de su hijo; la segunda de la familia, ya que él fue futbolista y pudo disputar este torneo con la Selección.
En Dallas, Ariel bajaba la cabeza al escuchar las preguntas, pero estaba demasiado emocionado como para responder.
“La verdad que ha sido difícil, pero hay que trabajar. Me ha costado mucho”, dijo el artillero, tan emotivo como cuando celebró el primer gol de la Sele .
El artillero cerró en el área chica después de un cobro de tiro de esquina. Fiel a su estilo, llegó para perforar las redes.