Buenos Aires. La selección argentina de futbol entró anoche a paso de gigante en el Mundial de Alemania 2006 con un triunfo de antología sobre Brasil, en una noche de fiesta, futbol ofensivo y emociones en el estadio Monumental, transformado en una caldera por unas 60.000 almas.
Hernán Crespo fue autor de dos goles, a los 4 y 41, en tanto Juan Román Riquelme marcó el tercero a los 19 y Roberto Carlos descontó a los 71 minutos.
Argentina se afianzó en el primer puesto de la eliminatoria suramericana con 31 puntos, cuatro más que los brasileños.
La escuadra gaucha había jugado un primer tiempo glorioso y le hizo vivir una pesadilla al equipo verdeamarillo, que no tuvo el nervio, la concentración, la fibra anímica que hacía falta para enfrentar a 11 leones, que para colmo llegaron inspirados.
Pero en la segunda etapa el gol de tiro libre marcado con un tremendo zurdazo por Roberto Carlos y un tiro en el poste de Adriano dejaron sin aliento a la multitud.
Argentina armó, tal vez sorpresivamente, una fiesta de futbol en aquella primera mitad que tuvo como mágico maestro de ceremonias y animador a Juan Román Riquelme, quien marcó un gol de película.
El mediocampista maniobró por afuera del área con una frialdad pasmosa, burló a tres defensores cambiando de perfil y sacó un zurdazo a media altura que dejó clavado al arquero Dida.
Crespo había roto la paridad con un golpe asestado en frío en una helada noche del otoño austral, frutilla de un pastel que había preparado Luis Lucho González, otro actor de primer cartel de 45 minutos difíciles de olvidar.
El delantero Crespo metió un cabezazo arrojándose dentro del área como broche de oro de otra joyita artesanal que habían fabricado Riquelme y Javier Saviola a la salida de un tiro de esquina.
Argentina jugaba el mejor partido que se le recuerde en los últimos años. Crespo le ganaba las espaldas a Roque Junior, Juan y Cafú, al desmarcarse y abrir surcos en la defensa brasileña, mientras Roberto Carlos no lograba capturar a Saviola, cuando enfilaba al arco.
Kaká fue el hombre que intentó tomar el timón y organizar a su equipo, pero sin poder asociarse como era debido con Ronaldinho, el delantero más peligroso.