Acumular experiencia
Un año transcurrido es una oportunidad de sedimentar experiencia. Pocas empresas y pocas personas tienen la presencia de ánimo como para ver hacia atrás y preguntarse qué fue lo que no salió bien y por qué.
Podríamos responder que ese ejercicio es innecesario porque de todas maneras todos tenemos en la memoria el mal sabor de lo que salió mal. Pero la memoria no basta.
Es indispensable la reflexión. Para esto hay grandes obstáculos. Podríamos asumir injustamente que lo que salió mal se debió a nuestra debilidad, a nuestra negligencia o a nuestra ineptitud.
En unos casos podría ser así, pero en otros no, y distinguir entre unos y otros es indispensable tanto para nuestra autoestima como para la eficacia de nuestra acción futura. Podríamos pensar mágicamente que lo que salió mal se debió totalmente a circunstancias externas incontrolables, lo cual más o menos nos convierte en predestinados al éxito o al fracaso y nos saca entonces del terreno de la acción libre, con la cual sabemos que podemos influir en los resultados.
Podríamos pensar soberbiamente que, de nuestra parte lo pusimos todo, pero que nos fallaron los demás, lo cual nos deja como única salida para el éxito el buscarnos otros querubines infalibles como nosotros para hacer equipo con ellos, ya que con compañeros o parientes como los que tuvimos el año pasado no se puede lograr nada.
Se dice que tenemos una alta disposición a apropiarnos de los éxitos –el éxito tiene 1.000 padres–, pero nos resulta difícil apropiarnos de los fracasos, lo cual consiste en reconocer con total aceptación que algo salió mal y preguntarnos con humildad cómo lo volveríamos a hacer para que saliera mejor.
Y hasta podríamos preguntar a otros que estuvieron cerca lo que opinan sobre formas de haber evitado que algo saliera mal. Esta reflexión es la que da lugar a la acumulación de experiencia, que no es otra cosa que el aprendizaje que vamos logrando a partir del examen de los éxitos y fracasos. Nuestra manera de hacer las cosas está estructurada no solamente por convicciones racionales, sino por un nebuloso conjunto de creencias, prejuicios, ideologías, fantasías, temores.
Un buen ejercicio de reflexión sobre los hechos del pasado debería tener los ojos muy abiertos a la percepción de los elementos de ese conjunto nebuloso, al cual podríamos acceder si nos preguntamos qué suponíamos, qué dábamos por descontado, cuando iniciamos la ejecución de un determinado proyecto.
Tal vez supusimos que bastaba con la buena voluntad, o que íbamos a poder sostener el brío, o que nos iba a sobrar el apoyo. Podríamos haber supuesto que como el fin era bueno, todo iba a salir bien, olvidando, que como dice aquella coplilla, vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos.
Una buena práctica sería entonces ser muy críticos con los supuestos en los cuales basamos una acción. Así, deberíamos detenernos a cuestionar lo que estamos pensando cada vez que nos escuchamos diciendo que los permisos se consiguen rapidito, que el presupuesto saldrá al centavo porque quien lo hizo es muy cuidadoso, que el dinero se consigue en cualquier banco, que esa materia se gana con solo poner atención en clase, que al jefe lo tengo en la bolsa porque siempre se ríe mucho con los chistes que le cuento, que con las notas que saqué en la carrera no me costará encontrar empleo, que este mes me endeudo en la tarjeta, pero el mes entrante cancelo todo, que esa tecnología cualquiera la aprende en un momento, que a la demanda no hay que investigarla porque está clarísimo que es muy grande, que dice el vendedor que ese carrito funciona con solo el olor de la gasolina, que para qué pedir referencias de patronos anteriores si esta persona es tan seria, que los competidores ni se darán cuenta de que estamos entrando al mercado o que con lo listos que son los ticos el personal se entrena de un mes para el otro.