Tenemos por delante la página en blanco del año que comienza.
Veamos algunas formas de aumentar la probabilidad de convertir en realidades nuestros propósitos, deseos, aspiraciones y sueños.
Veamos primero algunas reflexiones para motivarnos a accionar, a emprender. Se fracasa en el ciento por ciento de las cosas que no intentamos.
Pensemos antes de iniciar la acción, pero, una vez puesta la mano en el arado, no perdamos energía mirando hacia atrás.
Toda persona es la mejor para accionar en las circunstancias en las que se encuentra. Ni Bill Gates ni Stephen Hawkins lo podrían hacer mejor porque ella es quien está aquí y ahora frente a este asunto. (Este espacio podría contener ideas de Julián Marías o Fernando Savater, pero, debido a las circunstancias, contiene las mías).
Nadie es bueno para todo, pero todos somos buenos para algo. Lo óptimo es hacer algo que nos guste y para lo cual seamos buenos.
Vamos a enfrentar dificultades. Nuestra experiencia nos dice que no todo es soplar y hacer botellas. Lograr cosas cuesta.
El escultor tiene que hacerle violencia a la piedra. Eso que parece que otro logra con facilidad, no sabemos cuánto le cuesta hoy o cuánto le ha costado el prepararse para ello.
Fracasar no tiene por qué ser motivo de vergüenza. Que el fracaso no nos abata. El fracaso puede ser un acicate. Se puede aprender de los fracasos. Conviene ver las dificultades, los problemas, como retos y no como desgracias que nos ocurren en mala hora.
La contextura interna con la cual nos enfrentamos a la acción marca una gran diferencia. Sintamos que somos actores, no espectadores. Tengamos la iniciativa exuberante del arquitecto y no la sumisión del inquilino. No seamos fatalistas.
Las cosas no "nos ocurren", sino que ocurren muchas veces por acciones u omisiones de las cuales somos responsables.
Perro que ladra no muerde: detengamos la habladera. Apropiémonos responsablemente de lo que tenemos que hacer.
Que la energía provenga de la resolución íntima de hacerlo y no de que nos lo han mandado o pedido.
No perdamos energía preocupados sobre lo que estarán pensando el jefe, el cónyuge, la vecina, la profesora o el suegro. También sustraen energía el temor, la ansiedad, el afán de perfección, la culpa, el lamentarse del pasado y la búsqueda de a quién culpar.
Busquemos apoyo si lo necesitamos. Eso no es muestra de debilidad sino de sensatez. El resultado de ponerle ilusión a las cosas es mágico.
A lo largo del camino, todos hemos ido aprendiendo sobre la realidad de la acción.
Sabemos, por ejemplo, que no podemos esperar obtener todo de golpe porque la naturaleza no da saltos. Sabemos que, ante los retos y ante las oportunidades, estamos solos. Otros podrán aconsejarnos o apoyarnos, pero el pleito con la realidad tiene que echárselo cada uno. Si quiere, ruegue a Dios, pero el mazazo tiene que darlo uno.
Y algunas cosillas técnicas. Por ejemplo, no hemos de accionar espasmódicamente: grandes esfuerzos y luego grandes vacaciones. Es preferible un trabajo de intensidad moderada pero continuado.
Descansemos. Hagamos contacto con la naturaleza. Cambiemos de perspectiva. La sobreintención le quita creatividad y espontaneidad a nuestra acción. Dejar algo para mañana, no es problema. El problema está en si mañana lo dejamos para pasado mañana.
El tiempo se escapa sin hacer ruido. No esperemos resultados inmediatos. De sí misma da fruto la tierra, pero no mañana. Toda acción da inicio a un proceso.
Todo proceso requiere tiempo. Pastoreemos amorosamente la germinación de las acciones emprendidas. Confiemos pacientemente en la fecundidad de los procesos que se inician cuando vamos realizando acciones.
Accionar es cosa seria, pero no como para quitarnos la sonrisa.
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