Por Raúl Cortés
La Paz, 1 jun (EFE).- La permanente politización de la vida en la pintoresca ciudad de La Paz se expresó hoy nuevamente en el Congreso y las calles, dos mundos aislados por un cordón de seguridad policial pero condenados a superar sus diferencias.
Trece días después de suspender temporalmente sus sesiones, el vetusto edificio que alberga al Legislativo vivió desde primeras horas una actividad frenética, seguida de cerca por decenas de periodistas bolivianos y foráneos que se afanan en explicar lo que sucede en este complejo país.
Mientras los jefes de los grupos parlamentarios tratan de ponerse de acuerdo sobre la agenda nacional, en una oficina de la Cámara de Diputados, el líder cocalero y presidente del Movimiento Al Socialismo, Evo Morales, recibe a los corresponsales extranjeros para exponerles sus planteamientos.
Flanqueado por 25 retratos del mítico Ernesto "Che" Guevara y una whipala o bandera multicolor de la nación andina, coronada con una hoja de coca, Morales revela en su discurso la esencia del campo andino, donde el castellano suele ser la segunda lengua, por detrás del aimara y el quechua.
Con el mismo acento se expresa la marea de manifestantes que por enésimo día consecutivo llena de colorido el asfalto del centro paceño y altera la tranquilidad de los transeúntes con arengas contra el Gobierno y el Congreso.
Sus caras no esconden el cansancio tras varios días de protestar alrededor de los rascacielos del centro urbano, en muchos casos forzados por el rigor de la dictadura sindical que les obliga a salir a las calles para evitar una multa.
En ese área, los desmanes de algunos radicales en las jornadas precedentes han llevado a cerrar los comercios, aunque algunos los reabren por la tarde cuando regresa la calma al lugar.
"Ya hace una semana y media que no trabajo", dice Soraya Espinoza, la propietaria de dos comercios de venta de ropa que asegura pagar 2.800 dólares por el alquiler de los establecimientos y perder 250 por cada día que no trabaja.
Uno de los locales de Espinoza se encuentra frente a la Plaza San Francisco, punto neurálgico del sindicalismo boliviano por ser el escenario de los mítines de los trabajadores desde hace décadas.
Cuando terminan las marchas, en la plaza conviven pacíficamente los policías con los manifestantes y los curiosos con los empleados y estudiantes que prosiguen con sus labores pese a las dificultades.
Un corro de uniformados conversa sobre las noticias que transmite un pequeño transistor, a poca distancia de los otros grupos, que impiden con su presencia el paso de vehículos.
Un hábil predicador reúne a su alrededor a una docena de personas para ofrecerles un manual de oratoria para aspirantes a líderes sociales.
Otro lanza improperios contra las autoridades y los líderes de la región tropical de Santa Cruz, considerados enemigos de sus causas porque impiden la celebración inmediata de una Asamblea Constituyente y son contrarios a la nacionalización de los hidrocarburos, las puntas de lanza de las protestas.
La pasión política se convierte también en una fuente de ingresos para los avispados vendedores que ofrecen por menos de diez centavos de dólar ejemplares de la Ley de Hidrocarburos promulgada recientemente por el Congreso y un texto sobre la Constituyente.
A pocos metros de allí, el Congreso sigue en ebullición cuando comienza a caer la noche.
Finalmente, tras 10 horas de correveidiles y rumores en los pasillos se despeja la incertidumbre: el presidente del Congreso, Hormando Vaca Díez, anuncia en el hemiciclo ante el alboroto de los legisladores el pacto alcanzado.
"Estamos viviendo momentos de enorme desconfianza, hay acuerdo por unanimidad de que sin 'mamadas' (trampas), este Congreso va a tratar y aprobar autonomía y asamblea constituyente", dice el senador. "Sin mamadas", remarca. EFE
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