En un país como el nuestro, este tiempo nuevo nos encuentra con una clara y añeja convicción del valor de la educación.
Bienvenido el tiempo nuevo. Tiempo de esperanza y tiempo de perplejidad. Esperanza en el poder de los potentes instrumentos informáticos que apenas empezamos a utilizar. Perplejidad porque esta especie humana, a la que un autor llama la más joven y la más inteligente, ha dado muestras de inmadurez en el uso de los instrumentos de los que ha ido disponiendo.
Bienvenido el tiempo nuevo porque todas las posibilidades tecnológicas que se nos ofrecen tienen relación con el conocimiento, tanto que algunos autores afirman que es eso lo que caracterizará a esta era. Nunca tanto conocimiento estuvo tan disponible. Nunca el conocimiento fue tan útil. Y también, por el lado sombrío, nunca la utilización de conocimientos contribuyó más a hacer hondas diferencias en el bienestar de las personas y los pueblos.
En un país como el nuestro, este tiempo nuevo nos encuentra con una clara y añeja convicción del valor de la educación. Nos encuentra también con claras deficiencias en nuestra forma de educar, pero ese es un reto tecnológico, mientras que nuestra adhesión a la educación es un activo histórico-espiritual. La educación, la capacitación, el entrenamiento, son las grandes variables estratégicas para el país, para la empresa y para las personas indivicuales.
Si miramos la entrada al tiempo nuevo como un territorio al cual haremos un viaje, debemos preparar el viaje. En un viaje donde la racionalidad será nuestra brújula, pero para el cual no bastará con esa guía. El territorio esta lleno de tesoros, pero no los encontraremos por casualidad. Tenemos que aprender a buscar, a indagar, a preguntar. Esto implica desarrollar una disciplina para lo cual podamos tener obstáculos a vencer. Es más fácil recorrer el camino de la educación formal, que aprender a hacer las preguntas correctas.
Nos hemos venido haciendo muy poderosos, lo cual nos debe hacer considerar que el poder no es un bien en sí mismo. El poder de los bárbaros es nocivo, lo cual, si nos atenemos a la etimología, podría leerse como que es nocivo el poder de todos aquellos que al hablar lo hacen sentido. Es nocivo el poder cuando no se tiene la posiblidad de sostener un diálogo constructivo. Hay que humanizar el poder tecnológico. Hay que convertir el en reflexión de todos los días la reflexión ética para persuadirnos de que no todo lo que brilla es oro, o más concretamente, de que no todo lo posible es deseable. Tenemos como civilización que aprender a autolimitarnos, que hayamos inventado la motosierra no nos da derecho a destruir los bosques.
El desarrollo del conocimiento nos ha dado el saber cómo. Queda por profundizar la indagación del para qué. Para eso nos sirve la ética. Las nuevas palancas a nuestra disposición le sirven tanto a quien fabrica virus informáticos para destruir, como a quien comercia con la morbosidad, pero pueden igualmente servir para ampliar el horizonte de nuestras búsquedas o la difusión de ideas salvadoras.
Como civilización no lo estamos haciendo bien. Tenemos por delante la tarea de salvarnos.Requerimos una ciencia y una técnica que nos faciliten la autorrealización, la solidaridad, la felicidad. Y requerimos un espíritu que llene de sentido nuestras posibilidades. En un mundo en proceso de irse haciendo más y más interdependientes, necesitamos que los valores que contribuyen al bien común sean el norte que le dé sentido al uso de los portentosos instrumentos. Necesitamos criterios que permitan sopesar si contribuye más al bien común la carrera espacial o el combate de paludismo en las regiones pobres. Necesitamos criterios que nos muestren con claridad la diferencia entre ser y tener.
Bienvenido el tiempo nuevo. Y el nuevo espíritu que es esencial para vivirlo.