En esta esquina parece que está el remedio para el país entero. No se ofrecen pomadas canarias, pero sí fármacos y productos de tocador. No suena tan particular, ¿verdad?
San Isidro de El General, Palmares, San Ramón, Grecia o Guápiles. Son apenas algunos puntos desde los cuales algún día han llegado clientes por un tarrito de pastillas o una crema medicada que, si quisieran, podrían conseguir en cualquier otro sitio del país.
Todavía esto no tiene mucho sentido.
Se les pregunta entonces a algunos compradores por qué vale la pena viajar desde tan lejos hasta San Pedro de Montes de Oca por algo tan pequeño y disponible en otras partes. Viene la explicación y hasta suena muy sencilla: los precios bajos los jalan.
No crean que solo desde lejos llegan los peregrinos. En Barrio Roosevelt la farmacia La Bomba es un punto de referencia que los vecinos tienen desde hace buen rato.
“No entiendo cómo, pero siempre está repleto. Por dicha ahora pusieron parqueo, porque antes se hacía presa en toda la calle y costaba pasar”, comenta Luis Ángel Ríos, quien vive a 400 metros de distancia de este punto céntrico.
En efecto ha habido cambios importantes. La Bomba ya no está tan oculta como en otros tiempos. Ahora, el edificio que se yergue desde hace dos años presenta un panorama muy diferente al que tenía la farmacia en sus primeros días de éxito, cuando estaba al otro lado de la calle, medio arrinconada.
Hoy se levanta en tres pisos y al lado se ofrece un espacioso parqueo privado. Quedó atrás la larga, larga hilera que sobrepasaba los límites del pequeño negocio ubicado en un rincón de la gasolinera de Barrio Roosevelt, conocida sencillamente como “la bomba”.
Aquel negocio abrió las puertas en el 2004, en un espacio donde anteriormente solo hubo uno de esos puestos que mezclan un deli , una pulpería y una venta de botellas de aceite para carro en un solo anaquel. Nada más.
“Cuando llegamos ahí, prácticamente eso era tierra de nadie y, antes de que nos empezara a ir bien, no era un lugar que nos pareciera estrecho ni incómodo. Era el de una farmacia normal que trabajaba con horario de 7 a. m. a 10 p. m.”, cuenta Melixánder Abarca Hidalgo, propietario del negocio.
Es un farmacéutico que en sus 48 años de vida no ha conocido a un solo tocayo.
Por ser un amante de los números estudió Economía durante tres años, hasta decidir que Farmacia era lo suyo. Ahora se dedica a ambas de manera simultánea.
Lleva 30 años ligado al nicho de los medicamentos: primero como empleado de una farmacia, luego haciendo visita médica y, desde hace una década, en calidad de propietario.
“Nadie daba una peseta por nosotros”, comenta.
Es insistente al recordar que su farmacia era como cualquier otra, hasta que le pusieron al otro lado de la calle lo que él llama “una farmacia con nombre de trayectoria”.
Se preocupó.
Se asustó.
Tomó precauciones.
Una para el respaldo
Cuando Abarca y su esposa abrieron el segundo local de La Bomba, lo hicieron principalmente para resguardar el negocio, en caso de que el local de San Pedro se viera afectado por la competencia a pocos metros de distancia.
Una segunda farmacia La Bomba se estrenó entonces en Guayabos de Curridabat. Solo de respaldo, solo “por si acaso”.
Sin embargo, una cadena grande de farmacias se apareció en el panorama nacional y Abarca decidió que era hora de cambiar de actitud antes de que aquel conglomerado arrasara con él.
“La competencia es buena y lo obliga a uno a pellizcarse”, dice.
Sus farmacias se inundaron de avisos que decían: “14% de descuento si paga en efectivo”. Además, se rebajaba un 6% si la compra se hacía con tarjeta.
El boca a boca comenzó a surtir efecto: una pequeña farmacia en San Pedro estaba, a ojos del público, tirando la casa por la ventana.
Se multiplicaron los anaqueles, el local se tornó pequeño y la fila de clientes empezó a alargarse. Tomar un número para ser atendido era solo una garantía de que, quizás, en una hora el cliente sería llamado para recibirle la orden.
“Son las 6 p. m. de un día entre semana y en la farmacia La Bomba, ubicada en el corazón de San Pedro de Montes de Oca, ocho personas con una lista de medicamentos esperan para ser atendidas, cuatro hacen cola para pagar, mientras un motociclista sale con varios pedidos a domicilio”, decía una nota del semanario El Financiero, publicada en agosto del 2007 con el título La Bomba sacude al sector de farmacias .
La cadena ya era noticia con apenas tres locales, incluyendo uno en la carretera a Curridabat.
El trabajo pesado se lo dividía Melixánder con su esposa, también farmaceuta y su hermana, con quien comparte la profesión.
Sin embargo no todo era positivo para los involucrados en el negocio.
Durante un buen tiempo, Abarca atendía en el despacho, fungía como farmaceuta del local y hacía los encargos a los proveedores.
¿Qué no hacía?
“Trabajaba todo el día, al punto en que mi hija –quien tenía unos seis meses– no me reconocía porque yo pasaba muy poco tiempo en la casa... Me iba a morir”, cuenta.
En el 2009 –cuando se calculaba que en el local en San Pedro se atendían 350 clientes a diario– La Bomba fue demandada por la Asociación de Servicios Médicos Costarricenses (Asemeco) debido a sus precios bajos. Aducían que eran muy inferiores al promedio. Tal vez demasiado.
Casualmente, ese mismo año, un estudio del Ministerio de Economía, Industria y Comercio (MEIC) señaló que el valor de los medicamentos en Costa Rica variaba hasta en un 243% .
Todavía hoy, el propietario asegura que él no se desvela por el monto económico en el que se ofrecen los medicamentos en las otras farmacias, ni se atreve a asegurarle a la clientela que sus propios precios son los más bajos del mercado.
Volvamos a aquella acusación del 2009. El trámite fue rápido, pues sin tan siquiera notificar a los denunciados, el Ministerio de Economía rechazó la demanda.
En San Pedro seguían las filas, pero mientras tanto La Bomba se expandía a cinco locales, al abrir uno en Zapote y otro San Francisco de Dos Ríos.
¿Qué incidía en el crecimiento imparable?
Melixánder es claro en que su receta no es secreta y, de hecho, sabe que ha habido otros negocios que han intentado imitar su fórmula, sin por ello haber afectado su modelo.
“Todos los productos nuestros tienen precios bajos, pues los beneficios que nos dan los laboratorios y los proveedores del big pharma al comprar por volumen se lo aplicamos al cliente. Lo que pasa es que nuestro margen de ganancia es pequeño. Además, no somos burocráticos y medimos bien los gastos”, explica.
¿Peligro?
La expansión acelerada de la cadena encendió alarmas en la competencia. Entonces, vinieron los cuestionamientos. Que si lavaban dólares. Que si había algo sucio detrás del negocio. Que si aquel modelo era una amenaza para el mercado farmacéutico local.
“Con La Bomba ha habido un antes y un después en el mercado de las farmacias, pero nosotros no somos una amenaza como se ha querido hacer ver. De hecho, creo que ese rol coincide más con las distribuidoras de medicamentos que además tienen puntos de venta.
”Los precios bajos responden a una responsabilidad que tenemos con la salud de la gente, aunque eso no deja de hacer de esto un un negocio. Yo no quiero fregar a nadie en el mercado, pero cuando llega el momento de moverse, uno no se puede quedar en el área de confort”, dice el dueño.
Hace dos años, la primera sucursal atravesó la calle y se posó donde en algún momento estuvo la competencia. Además, se extendió a la propiedad aledaña. En ese edificio, de vidrios azulados, todavía hoy se lucha con la misión de eliminar la fama que hubo en algún momento con respecto a un pobre servicio al cliente.
Para eso, como si fuera un supermercado, hay cinco cajas cobradoras (entre ellas una rápida), 18 dependientes y un centro de atención telefónica para tramitar los pedidos a domicilio.
El negocio no ha parado de crecer, pues antes de que acabe el año, la cadena abrirá su noveno local, que estará ubicado en San Antonio de Desamparados.
En total, la cadena cuenta con 85 empleados en los ocho locales ubicados en la provincia josefina y todavía no hay planes por salir de la capital, a falta de una logística indicada.
Si bien Melixánder atiende en el primer piso del edificiocada vez con menos frecuencia, los años de intenso trajín le dejaron una gastritis y una alergia crónica. Eso hace que en el bolsillo de su pantalón sea normal ver medicamentos.
Definitivamente no es un creyente en la medicina alternativa, aunque ya se la han recomendado en un par de ocasiones.
Ya no son visibles los rótulos anunciando pronunciados descuentos, pero seguro que no son indispensables. La fama ya está hecha.