L a segunda vez que mi amigo Dominick intentó hacer una Churchilleta en casa, salió peor que la primera. Esta vez, el relleno del helado era el problema.
Los tutoriales de YouTube que había seguido no eran muy claros sobre este punto, así que optó por meter un vasito para shot a cada helado para darle espacio a la leche condensada. Lo congeló, pero luego el vasito no salió. Metió los helados cinco segundos al microondas para despegarlos. Mala idea: terminó bebiéndose esa segunda tanda de Churchilletas.
Hacerlas no era cosa fácil, pero lo intentó ya harto de que todo el mundo hablara del bendito helado de Los Paleteros; conseguirlo era tan complicado que tuvo que comprar los ingredientes y tratar de recrear la “magia” en su cocina.
Antes de intentar hacer las paletas en casa, Dominick ya había organizado varias excursiones para encontrar el helado: fue a Café Miel, a la soda Paco Alfaro, hizo fila en el restaurante Papata y en la tienda de Los Paleteros en barrio Escalante, y nunca encontró la Churchilleta. Incluso llegó a probar el Churchill Palillo de Helados Malavasi, una de las muchas marcas que salieron al mercado con su versión de la Churchilleta, o de helado con sabor a granizado.
El dato es real: cinco visitas, cero Churchilletas.
El estado natural de la Churchilleta durante sus primeros meses de vida fue ese precisamente: estar agotada. Durante semanas, conseguir una de estas paletas rosadas se volvió el deporte favorito de los ticos, como cazar una especie de tesoro. Y bueno, probarla también era una suerte de obsesión, aunque eso parecía secundario.
El inicio
En 2015, tres amigos de hace años –Daniel Phillips, Enrique Artiñano y Édgar Berrocal– por fin decidieron hacer un negocio juntos. Idearon, entre muchas opciones, abrir un supermercado, parqueos para la gran cantidad de vehículos que sobran en este país o producir helados. Vieron potencial en innovar con helados en un país caliente y empezaron a mezclar sabores. Muchos sabores. Decidieron llamarse Los Paleteros a última hora, luego de no poder registrar los cuatro nombres que intentaron antes. Así fue como iniciaron.
El primero que hicieron fue de Sprite con osos de gomita, no la Churchilleta.
Esa llegó solo después de que probaron decenas de recetas e ingredientes para dar con el sabor y la textura deseados: un helado compacto, sabor kolita (como el granizado tradicional), con un abundante relleno de leche condensada y envuelto en una supercapa de leche en polvo (como la famosa Pinito).
Al principio sus familiares y amigos eran sus catadores, pero al poco tiempo todo el país quería probar. Y eso sin siquiera tener una cuenta en Facebook. Primero abrieron una de Instagram; el 3 de marzo, la de Facebook. Dos días después y tras recibir cientos de mensajes, tuvieron que contratar una agencia para que gestionara la red social. Todos querían saber dónde comprar la Churchilleta. Así empezó la locura.
Los Paleteros no tenían tiendas y ofrecían sus productos en locales como Café Miel, que pronto dejó de vender sus paletas porque la demanda era tanta que no daban abasto y los clientes salían molestos. La escasez fue el primer gran problema y a la vez propulsor del éxito de la Churchilleta.
Cuando muy pocos pueden tener algo que todo el mundo quiere muchos factores se combinan. Todos estaban hablando de ella y, sin que importara el precio, cientos hacían fila en cafeterías para conseguir una Churchilleta, pero llegaba a manos de muy pocos. Se hizo una especie de mito. Y los pocos que lograban tenerla en sus manos presumían de ella.
Basta echar un vistazo al hashtag #churchilleta , el cual creció orgánicamente, a fuerza de que los clientes compartían fotos como si fuera un logro increíble. Esa fue la mejor publicidad de Los Paleteros (y la única, vale decir). De “me gusta” en “me gusta” y con el boca a boca, todos terminamos sabiendo que existía un granizado hecho paleta. Y todos, como el amigo que las intentó preparar en casa, queríamos probarla.
¿Cómo pasó?
O, ¿por qué? Esa sería la pregunta adecuada, pero no hay respuesta precisa. Los mismos creadores tienen sus dudas y no fue hasta que alguien les mandó un mensaje por Facebook que empezaron a comprender la dimensión de lo que estaba pasando.
“Nosotros no nos dimos cuenta de esto hasta después; no sabíamos que (la Churchilleta) apelaba a la nostalgia hasta que alguien en redes sociales nos mandó un mensaje: ‘son unos genios, lograron juntar la idiosincrasia tica y nuestros recuerdos de cuando éramos chiquitos’, pero eso no lo planeamos nosotros, jamás”, afirma Phillips.
Hoy, ocho meses después de que la Churchilleta estuviera en boca de todos (no literalmente), ya no impera la escasez, hay menos filas y muchos más puntos de venta.
¿Qué viene ahora? “Detrás de la Churchilleta hay muchas cosas que serán difícil de replicar, la idiosincrasia que hay detrás de la paleta y la escasez que hubo en un principio son factores difíciles de repetir”, dice.
Parece que el porcentaje de personas que no ha probado la paleta es cada vez más pequeño y eso quiere decir que Los Paleteros no han dejado de crecer desde su nacimiento. Todo, gracias a la Churchilleta.
Posdata: Hace quince días, Dominick, el amigo que intentó hacerlas en casa, se comió su primera Churchilleta.