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La pobreza de hace 23 años es muy diferente a la del presente. Las condiciones de vida de los hogares con menos ingresos son mejores.
Tal afirmación es cierta, al menos, en cuanto al acceso a bienes y servicios que con los que contaban los hogares más pobres del país en el 2012 en comparación con los registrados en 1989.
En ese año, el 6% de los hogares más pobres (el quintil o 20% con menos ingresos) era catalogado como “tugurio”. Para el 2012 ese porcentaje cae a 1,2%, según un análisis realizado por La Nación con base en las encuestas de hogares de Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
El INEC considera tugurio al “recinto construido provisionalmente con materiales de desecho (por lo general en mal estado) como cartón, tablas, latas viejas, entre otros. Se construye con el fin de responder a una necesidad inmediata de albergue y por lo general son recintos improvisados.”
Ese ejemplo viene respaldado por una tendencia a que ciertos bienes y condiciones asociadas malas condiciones de vida hayan decrecido en el mismo periodo, como las paredes de madera y el piso de tierra o la leña para cocinar.
A su vez, es creciente el uso de cerámica en el piso del hogar, latas de zinc en el techo y paredes de block o cemento entre los más pobres. También es marcado el aumento al acceso a bienes durables como la refrigeradora, el automóvil o la televisión.
La penetración de los servicios básicos sigue la misma línea. Hace 23 años el 75% de los hogares del quintil más bajo registraba acceso a agua por cañería; hoy tal condición la disfruta el 97%. El acceso a teléfono fijo y celular es mayor, y también a las computadoras.
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¿De verdad están mejor? Este aumento del bienestar de los más pobres es “escondido” por los indicadores de pobreza que miden tal fenómeno considerando únicamente el ingreso de los hogares.
Bajo tal medida, los pobres llevan décadas de representar el 20%. Por eso, en el discurso público, se habla de un “estancamiento” de la pobreza nacional.
Sin embargo, al estudiar la pobreza bajo la satisfacción de necesidades básicas, la idea de que no hay avance alguno en la disminución de la pobreza se debilita.
Ese indicador considera cuatro dimensiones: el acceso a vivienda digna, a educación y a vida saludable (medido a través de acceso a servicios básicos y seguro social) y acceso a otros bienes y servicios (número de perceptores de dinero en el hogar). Si el hogar no satisface algunas de estas cuatro necesidades se considera como pobre.
Según estimaciones del Estado de la Nación, en el 2000 un 36,1% de los hogares registraba una o más necesidades básicas insatisfechas.
Para el 2011, contrario al comportamiento de la pobreza medida por el ingreso del hogar, ese porcentaje cayó 11,5 puntos porcentuales, para descender hasta un 24,6%.
Es evidente que en esa materia hay un avance, aunque es incuestionable que también bajo esa medida la pobreza azota casi la cuarta parte de la población .
Tal descenso muestra, según la investigadora del Estado de la Nación, Natalia Morales, “que la política social y las políticas universales han mejorado la vida de las personas”.
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¿Dónde está el problema? No todo es perfecto, claro. Por ejemplo, las condiciones generales de las viviendas han desmejorado, pues pese a tener materiales más apropiados para la vida humana, el estado de ellos no es el deseable.
Y si bien al acceso a la educación y la escolaridad promedio entre los hogares pobres incrementa, la conclusión o el logro educativo en secundaria crece muy lentamente.
Pero el problema más serio para los hogares pobres está en el acceso a empleos formales y mejor remunerados. Esto se concluye con estudios de la suficiencia de recursos monetarios (activos físicos y monetarios), en los cuales, pese a que hay mejoras en las condiciones habitacionales, las noticias son malas en cuanto a la capacidad de los hogares para generar ingresos.
De hecho, el décimonoveno informe del Estado de la Nación establece que “en las últimas décadas el país ha sido más eficiente en la provisión de servicios básicos y programas universales a los hogares y las personas, pero no ha sido capaz de generar suficientes oportunidades de empleo e ingresos para toda la población”.
El impacto de un empleo fijo y bien remunerado en la cantidad de ingresos es fortísimo. El 80% de los ingresos hogares costarricenses proviene del trabajo.
Tal elemento es clave para bajar, de una vez por todas, el indeseable porcentaje de 20% de pobreza medida bajo la lógica del ingreso.
Sin embargo, esto no borra el hecho de que haya más necesidades elementales satisfechas hoy que hace dos décadas entre los más pobres del país.
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