Es el cierre impensable –y absurdo, y terrorífico– para cualquiera. Pero, mucho más, para una joven amante de la academia y del periodismo, quien al parecer coronó sus sueños y a los 30, se había convertido en un referente de un periodismo de excelencia en este mundo globalizado en el que casi cualquier bobada es noticia.
No era el caso de Kim Wall, una sueca de 30 años, con un postgrado nada menos que en Columbia University , en Nueva York, y un prontuario que daba envidia: con esa edad, habría logrado colocarse entre las exigentes plumas de medios como The New York Times, The Guardian, Vice Magazine y el South China Morning Post, entre otros.
El pasado 10 de agosto, Kim se embarcó en lo que casi para cualquier comunicador, sería una aventura periodística bien interesante. Su entrevistado, Peter Madsen, es todo un referente en su natal Dinamarca y el resto de países nórdicos como inventor empírico –aunque algunos de sus atestados académicos lo ubican como ingeniero aeroespacial–, de hecho, el inventor más famoso de aquel país y quien ha sido fuente noticiosa permanente, no solo por fanático empredurismo, sino por “una voraz ambición rayana en la megalomanía”, como lo describió la agencia AFP.
Como sea, su obsesión por crear, su inteligencia, la tozudez con la que se embarcó en proyectos monumentales y su carácter absolutista lo tenían desde hace varios lustros en el ojo público de su país. que lo ha tenido desde hace varios lustros en el ojo público de su país.
Ahora, está en la retina mundial por su supuesta, macabra y confusa participación en la muerte y desmembramiento del cuerpo de Kim Wall, en lo que pareciera ser el guion de una película de horror que, por disparatada, posiblemente ningún cineasta se habría atrevido a filmar.
El principio del fin
De acuerdo con la reconstrucción realizada por agencias de noticias y diarios locales, Kim Wall fue vista por última vez el pasado 10 de agosto, justo en el momento en que recién abordaba un submarino Nautilus UC3 junto al propietario, inventor y fabricante de la nave, el danés Peter Madsen, de 46.
Se suponía que la travesía sería corta, apenas un viaje de auscultamiento, entrevista incluida con el polémico inventor en las entrañas de su nueva nave... no más de un día.
Por eso, el viernes 11 en la madrugada, el novio de la joven interpuso una denuncia por su desaparición, pues se suponía que ella regresaría en la tarde o noche.
Entonces, comenzaron a sucederse los acontecimientos, cuando menos, extraños.
Ese mismo día, el viernes 11, Madsen fue rescatado por las autoridades danesas en Öresund, entre las costas danesas y suecas, poco antes de que el submarino naufragara.
En un primer momento, Madsen había dicho que la periodista había desembarcado con vida en la isla de Refshaleoen, en Copenhague, la noche del 10 de agosto.
Tras ser detenido, cambió la versión de los hechos y explicó que Wall había fallecido en un accidente y que había lanzado su cuerpo al mar, en la bahía de Køge.
Para entonces, la policía ya tenía la hipótesis de que el inventor había provocado el hundimiento del Nautilus deliberadamente. Una vez que la embarcación fue extraída a la superficie, su interior fue examinado y resultó estar vacío.
Por todo lo anterior, la versión de Madsen no convenció a los investigadores, quienes pronto lo encausaron por “homicidio involuntario por negligencia”.
Once días después, el caso dio un giro dantesco.
El torso de Kim, sin la cabeza ni los brazos, apareció flotando a la deriva en la bahía de Køge.
Entonces, en una conferencia de prensa, las autoridades ofrecieron más detalles del macabro hallazgo, contaron que habían hallado sangre de Wall en el submarino y que la mutilación del cadáver se había hecho deliberadamente con el fin de que los restos del cadáver se hundieran en el mar.
Preliminarmente, los forenses han determinado que el corte en el cuello fue realizado con un objeto dentellado, que el torso fue sujetado a una pieza metálica “probablemente con el fin de hundirlo” y que hay indicios, por las marcas, de que el trozo de cuerpo fue presionado al máximo para quitarle todo el aire y evitar que flotara.
Entonces, se adicionó otra causa penal contra el inventor, quien fue acusado también de “manipulación indecente de un cadáver”.
A la fecha, Madsen guarda prisión preventiva, mientras que las autoridades no han cesado de rastrear las inmediaciones de las aguas en las que se dieron los hechos, en un intento por recuperar más partes del cadáver de la periodista, hasta ahora sin resultados positivos.
Imaginación febril
Lo cierto es que, a cinco semanas de ocurridos los hechos, la investigación, lejos de aclarar dudas, recopila más confusión, misterio y desconcierto, sobre todo cuando se profundiza no solo en lo que pasó aquel 11 de agosto, sino en la vida misma del hoy lúgubre emprendedor.
De acuerdo con una semblanza publicada por la agencia AFP, Madsen es un inventor fanático movido por una voraz ambición que raya en la megalomanía, y que hizo de su vida un permanente desafío a las leyes terrestres. “Mi pasión es encontrar medios para viajar hacia los mundos más allá de lo conocido”, escribía el inventor autodidacta, que había adoptado el apodo de “Rocket Madsen”, en la página web de su asociación espacial, RML Space Lab.
Su vida parece estar marcada por las excentricidades desde su nacimiento.
Con 46 años, creció en la pequeña ciudad de Saeby, a un centenar de kilómetros de la capital. Su madre era 36 años menor que su padre, dueño de un restaurante. Ambos se separaron cuando Peter apenas tenía seis años, y este quedó a cargo de su progenitor, un hombre autoritario. “Cuando pienso en mi padre, pienso en los niños, en Alemania, cuyo padre era comandante de un campo de concentración”, contó al periodista Thomas Djursing, autor de su biografía publicada en 2014.
Pero, siempre según con la reseña de AFP, en compañía de ese hombre aficionado a la historia militar, las epopeyas navales y aéreas, el adolescente empezó a soñar con la inmensidad espacial. A los 15 años, fundó su primera empresa, Danish Space Academy, con el fin de comprar piezas para construir un cohete. Y tras la muerte de su padre, tres años después, comenzó estudios de ingeniería que abandonó cuando consideró que ya había aprendido bastante. En 2008, botó el “UC3 Nautilus”, entonces uno de los mayores submarinos privados del mundo, y en paralelo siguió adelante con su ambición espacial.
En junio de 2011, lanzó un cohete desde una plataforma flotante frente a la isla de Bornholm, en el mar Báltico.
Un hombre airado
A pesar de sus éxitos, Madsen, al que algunos de sus allegados describen como una persona no violenta, que “no bebe ni se droga”, tiene, según otros conocidos, un temperamento errático y no acepta que lo contradigan. “Está enfadado con Dios y con los hombres”, asegura Thomas Djursing. “El hilo director de su vida son los conflictos. Tiene dificultades para ponerse de acuerdo con los demás, tiene grandes ambiciones y lo quiere hacer todo a su manera”.
Los primeros cohetes que lanzó al espacio, hasta ocho kilómetros de altitud, fueron fruto de su colaboración con un exarquitecto de la Nasa, Kristian von Bengtson. Los dos hombres se enemistaron en 2014, y Madsen creó RML Space Lab con la esperanza de alcanzar su sueño.
Madsen también se enfadó con quienes lo ayudaron a construir el “Nautilus”. A pesar de que 25 voluntarios participaron en la fabricación del submarino, se hizo con la propiedad de la embarcación en 2015.
Poco antes, le escribió a algunos que había una “maldición” en el submarino. “Esa maldición soy yo. Nunca habrá paz en el 'Nautilus' mientras yo exista”. Madsen justificaba su independencia con esta extraña fórmula: “Soy autoemprendedor, es la fuerza de la dictadura”.
La libertad tuvo un precio para él. En abril, confesó en su blog que la asociación que lo apoyaba contaba con 15 veces menos mecenas que en sus anteriores proyectos. Esa asociación anunció su disolución tras la identificación del cadáver de Kim Wall. “El sueño está roto”, escribió en su página web.
La estremecedora última versión
Tras haber variado sus declaraciones en diversas ocaciones, a principios de semana Peter Madsen volvió a sorprender a todos los involucrados cuando confesó, ante un tribunal de Copenhague, que la periodista había muerto cuando le cayó encima una potente escotilla del submarino.
Como reseñó el diario argentino Clarín, Madsen negó haber descurtizado el cadáver y ofreció una explicación estremecedora, por decir lo menos.
Contó que él sostenía la escotilla de 70 kilos mientras
Madsen sostenía la escotilla de 70 kilos mientras Wall subía la escalera, pero -según declaró- se le resbaló y no logró sujetarla, por lo que todo el peso cayó sobre la reportera y la mató.
Dijo que siguió navegando varias horas, pensando incluso en suicidarse, aunque finalmente optó por encubrir el accidente, y que no le pareció “decente” que Wall tuviera como tumba la nave, por lo que arrastró el cadáver y lo tiró por la borda. Entero, según dijo.
Después, abrió las compuertas con el fin de que el submarino se hundiera, pero fuer rescatado por las autoridades.
En la audiencia, de cuatro horas, ofreció detalles que remueven la conmoción que ha causado el caso desde el principio.
“Escuché un sonido, el sonido de que su cuerpo caía al fondo del submarino. La escotilla estaba cerrada, no la vi caerse, solo escuché el ruido. Cuando tiró el cuerpo al mar, afirmó, “estaba de una pieza y con ropa”.
La justicia danesa le prolongó, ese mismo día, un mes más la prisión preventiva. Entretanto, Madsen ha sido sometido a diversos exámenes, incluidos varios de tipo psiquiátrico.
El caso está en una especie de punto muerto porque, mientras no se cuente con más partes del cuerpo de Kim, las conclusiones forenses y policiales se complican.
Lo que sí es un hecho por ahora es que, al final, como una burda sorna del destino, tanto Kim Wall como Peter Madsen lograron los objetivos con los que ambos se embarcaron en el Nautilius aquel 10 de agosto: ella terminó “escribiendo” un gran reportaje y él logró, por medio de Kim, darse a conocer en todo el planeta.