Las diferencias de clases sociales, las tendencias políticas, creencias, gustos particulares y hasta las casas de alquiler no solo se ven en los bienes raíces de los vivos, las “ciudades de los muertos”, o cementerios, también son un reflejo de esa dinámica social costarricense.
En un recorrido liderado por el arquitecto e investigador Andrés Fernández y organizado por Club La Nación, 45 personas apreciaron las diferencias en materiales, ubicaciones y tendencias artísticas que se ven en tres de los principales cementerios nacionales: el Obrero, el General y el de Extranjeros (llamado anteriormente cementerio protestante).
“El Cementerio Obrero nace de una lucha social de la clase obrera costarricense que no tenía tanto poder adquisitivo para un lugar en el Cementerio General, pero que quería un lugar propio y no estar en el Cementerio Calvo (donde iban los que ‘no tenían donde caer muertos’)”, explicó Fernández.
El especialista acotó que en este camposanto las decoraciones de ángeles, sagradas familias y santos son más sencillas, de materiales más baratos, pero siempre con la intención de dar una “casa final” decorada a los muertos.
Lujo funerario. Justo al lado del Cementerio Obrero, en el Cementerio General, las personas de más dinero sacaban a relucir sus galas en mausoleos, los cuales tuvieron un proceso de construcción igual de riguroso que el de una casa para vivos, que incluía la contratación de arquitectos o especialistas.
Allí se ven panteones privados, como el Bonefiell, donde están los restos de una sola familia. El mármol y el hierro figuran entre sus principales elementos.
Otro mausoleo privado es el de los Rojas Álvarez, que entre el siglo XVIII y XIX fue una de las familias cafetaleras más importantes del país. Esta edificación cuenta con cinco tipos de mármol, aditamentos de bronce y rejas de hierro.
En este camposanto, también hay catacumbas, donde se paga una tarifa por cinco años de alquiler y si no se paga los restos son exhumados.
“Como sucede con las casas de alquiler de los vivos, la gente puede decorarlas como propias; por eso, vemos diferentes placas y decoraciones”, aseguró Fernández.
Para los participantes, este recorrido fue un aprendizaje grande.
“Es una parte de la historia de Costa Rica que uno casi ni conoce y es igual de importante que la que sí se nos enseña”, manifestó Pablo Sánchez, uno de los participantes.
Marta Eugenia Rojas, vecina de La Uruca, es de la misma opinión:
“Uno aprende cosas que ni se imaginaba. Este tipo de cosas es muy importante que las hagan porque son cosas que no se aprenden de otra forma”, concluyó.