Cada mañana, Elías Molina se despierta con la sombra de la guerra en la espalda. En sus tres años de vivir en Corea del Sur, nunca había visto amenazas del régimen norcoreano como las que se han desatado en las últimas semanas.
Este alajuelense, de 23 años, estudia y trabaja en la Universidad de Kangnam (“Igual que la canción, pero con ‘K’”, aclara).
El centro de estudios se ubica unos 30 kilómetros al sur de Seúl, es decir, a 80 kilómetros de la frontera con Corea del Norte, desde donde vienen las amenazas.
Molina asegura que no tiene miedo a las amenazas nucleares surgidas desde Corea del Norte, aunque acepta que “el peligro aquí es real”.
“Es una amenaza que no hay que exagerar”, opina este estudiante de Relaciones Internacionales, que llegó a Seúl tres años atrás con una beca y la ayuda de sus padres.
Molina, al igual que los otros 42 costarricenses reportados ante la Embajada de Costa Rica en Corea del Sur (24 de ellos, estudiantes), no es inmune a lo que los periódicos y noticieros informan todos los días sobre las amenazas de Kim Jong-un.
El líder norcoreano, de 30 años de edad, maneja el conflicto con el dedo puesto sobre el botón rojo que dispararía una guerra, con el agravante de que ahora las amenazas tienen un carácter nuclear. Esto es visto con cautela por los ticos, aunque en Corea del Sur se intente manejar la situación sin preocupar a sus habitantes.
“Como que la gente de Corea del Sur se ha acostumbrado a vivir con la amenaza, y, si se quiere, la subestima”, dice Molina.
“No nos vaya a pasar como el cuento de Pedrito y el lobo”, agrega, al tiempo que confiesa que el ambiente entre los extranjeros en Seúl se divide entre los que creen que las amenazas son solo bravuconadas y los que tienen miedo.
“La guerra no es algo que se pueda prevenir: si sucede, sucede. Las únicas opciones que uno tiene son quedarse o irse, pero yo, por ahora, prefiero quedarme”, afirma.
Mientras las cosas no cambien para mal, Elías Molina seguirá persiguiendo su título de relacionista internacional, trabajando tiempo parcial con el ayuntamiento de Kangnam en un programa en el que debe explicar a estudiantes surcoreanos cómo es Costa Rica.
“Lo que más les sorprende es que no haya ejército”, afirma.
Cautela sí, miedo... no. A 30 kilómetros de la universidad donde estudia Molina, el embajador de Costa Rica en Corea del Sur, Manuel López Trigo, con la frontera a solo 50 kilómetros de distancia en línea recta, contesta el teléfono para hablar de esa tensa calma en la que viven 49,6 millones de surcoreanos.
López acepta que, en los últimos días, se empezó a notar mayor preocupación en la gente, especialmente en los extranjeros.
El embajador trata de no generar alarmas ni de “darle espacio al pánico”, pues considera que “la gente está acostumbrada a las amenazas del Norte y, hasta hace un par de días, no se percibía, en general, un cambio de actitud, pero ahora hay más preocupación”.
Sin embargo, la escalada en las amenazas por parte del régimen de Kim Jong-un y la respuesta de Estados Unidos con el traslado de tropas y radares especiales a la zona han cambiado, poco a poco, el ánimo de los pobladores.
Tímidamente, la entrada de la primavera empieza a calentar las calles de Seúl, llevando la máxima temperatura a 23 grados centígrados. Los altos edificios aún se estrellan contra un cielo gris que, en promedio, no calienta más allá de los nueve grados.
Poco a poco, en los restaurantes se ve menos gente y los ciudadanos van cambiando sus hábitos: se compra más agua, se guardan provisiones y se respira un clima un poco más tenso.
En medio de este panorama, la Cancillería activó un protocolo de seguridad para los ciudadanos de Costa Rica, pero no se quiere caer en alertas innecesarias, advierte López Trigo, quien trata de pasar el tiempo esperando que la amenaza se disipe, aunque es algo que no se puede controlar.