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    Laboratorio de Genética de la Conservación en la Universidad de Costa Rica

    Genes dan pistas a biólogos ticos contra extinción de especies

    A partir de sangre, heces, pelos o huesos, se determina la salud de las poblaciones. Actualmente se trabaja con monos, felinos, lapas rojas y tortugas marinas.

    Michelle Soto M.
    msoto@nacion.com

    Los genes no solo explican cómo se ve un organismo, también pueden revelar las enfermedades que este acarrea de generación en generación y si su especie está en vías de desaparecer.

    Los investigadores que trabajan en el Laboratorio de Genética de la Conservación, ubicado en la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica (UCR), lo saben y, por ello, buscan pistas en esos genes que les permitan entender mejor por qué las poblaciones de determinada especie se están reduciendo o, en el peor de los casos, extinguiendo.

    Esa información genética puede cruzarse con otros datos sobre historia natural, comportamiento y hábitat para tener un panorama más amplio y así recomendar a las autoridades medidas de manejo e, incluso, comprobar que estas realmente funcionan.

    Para Gustavo Gutiérrez, director del laboratorio, los estudios de genética para la conservación sirven para sustentar, científicamente, políticas de reproducción y liberación de especies, en cuáles casos es una opción válida y en cuáles no debería hacerse.

    También, la información genética ayudaría a establecer zonas prioritarias de conservación, restauración y creación de corredores biológicos, en función de especies clave.

    Actualmente, los seis biólogos del laboratorio investigan monos, lapas rojas, tortugas marinas, dantas y, por supuesto, felinos como pumas y jaguares.


    Delatados por su sangre. Los monos fueron los primeros en estrenar este laboratorio en el 2002.

    A partir de muestras de sangre, cuya toma obligaba a Gutiérrez a subirse a los árboles y anestesiar a los animales, se realizaron análisis genéticos.

    El resultado: los monos congo (Alouatta palliata) presentaron la variabilidad genética más baja en América. Esa baja variedad de genes reduce la capacidad de adaptación de la especie, los animales tienen menos resistencia a las enfermedades y menos vitalidad reproductiva.

    “¿Qué pasó? Pudo haber sido que los monos llegaron al país con niveles de variabilidad genética bajos y, por alguna razón, no se han recuperado, lo cual podría también asociarse a la fragmentación del hábitat.

    ”Otra hipótesis es que esa baja variabilidad genética se asocia a episodios fuertes de epidemias vividos en los años sesenta, principalmente debidos a la fiebre amarilla. En esa época también sucedieron una serie de catástrofes naturales que pudieron haber afectado a las poblaciones y estas aún no logran recuperarse”,
    comentó Gutiérrez.

    Actualmente, el laboratorio cuenta con 500 muestras de las cuatro especies de monos existentes en el país: congos, colorados (Ateles geoffroyi), titís (Saimirii oerstedii) y carablanca (Cebus capucinus).

    Gracias a ese material, los investigadores del laboratorio incursionaron en un enfoque de enfermedades. A la fecha han encontrado indicios de malaria, dengue y otros padecimientos.

    “Eso nos obligará, como país, a cambiar ciertas políticas epidemiológicas. Ya no es suficiente ver la enfermedad solo desde el ser humano”,
    dijo Gutiérrez.

    Otras muestras. La investigadora Sofía Soto trabaja con felinos y, en su caso, la recolecta directa de muestras es complicada.

    Por ello, el laboratorio ha incursionado en la toma de muestras no invasivas, que incluso no requieren ver al animal.

    Soto se vale de heces y pelos para realizar sus análisis. “Por ejemplo, hacemos análisis moleculares a la muestra de heces y así determinamos qué especie es. Ya después se hacen análisis más específicos por especie, dependiendo del objetivo de investigación”, explicó la bióloga.

    De una muestra de heces, por ejemplo, se puede obtener el ADN tanto del depredador como de la presa que fue devorada por este.

    Otros investigadores trabajan con plumas, tejidos, huesos y cáscaras de huevo, en caso de las tortugas marinas.

    “Optar por métodos no invasivos es mucho más barato y más rápido”,
    agregó Gutiérrez.

    Para efectuar los análisis, los investigadores necesitan los marcadores genéticos de referencia por especie, con el fin de poder tener con qué comparar.

    Gracias a estos, y cuando llega una muestra, se sabe a cuál especie pertenece si sus genes coinciden con los contenidos en el marcador de referencia.

    En este sentido, y como parte de su labor, los científicos se dedican a incorporar nuevos marcadores a la “biblioteca de genes” con que cuenta el laboratorio.

    Con este propósito, se valen de las muestras de heces o huesos que les llevan organizaciones no gubernamentales que trabajan en el campo. Los guardaparques también aportan material.

    Los mismos investigadores visitan centros de rescate, museos e incluso colecciones privadas, donde hay pieles o fauna en cautiverio para tomar muestras.

    Con su proyecto, Soto ha ido un paso más allá: ha logrado desarrollar marcadores específicos para felinos que, al realizarles un análisis de microsatélites, permiten identificar individuos.

    “Tenemos mapas, con cuatro años de diferencia, donde encontramos el mismo animal en diferentes zonas de la península de Osa, lo que indica cómo usa el hábitat”,
    agregó Soto.